Las coimas y los negocios turbios en las elecciones de las sedes mundialistas no fueron una exclusividad de la reciente Copa del Mundo. La angurria de la Fifa y el derrumbe en 2015. Pero un tropezón no es caída.

Bahréin, Vanuatu, Turcas y Caicos, Bangladesh, India, Filipinas, Chipre, Fiyi, Benín, Sierra Leona y Mali. En términos futbolísticos, estos países comparten dos aspectos: nunca jugaron un Mundial y tienen un representante de sus respectivas federaciones en el actual Consejo de la Fifa, nombre lavado (después del Fifagate) del Comité Ejecutivo, el que tiene la potestad de elegir las sedes para los Mundiales.

Integrar las filas de ese órgano no es ninguna changa: en 2017, sus 37 miembros cobraron 250 mil dólares cada uno, más otros miles de adicionales de viáticos, y sólo por reunirse ¡tres veces al año!, según informó el periodista Tariq Panja en el New York Times. De todas maneras, hubo un ajuste: en épocas de Joseph Blatter eran 24 miembros, ganaban unos 300 mil dólares, e incluían prestaciones de 500 dólares al día y vuelos en primera clase para ellos y sus parejas. Hoteles, comidas y demás, todo corre por cuenta de la Fifa. La casa del fútbol invita.

Estos montos no incluyen, claro, las fortunas que amasan a la hora de vender su voto al mejor postor. En vísperas a la elección del o los países anfitriones de la Copa del Mundo, parte de estos directivos se cargan los bolsillos.

Como en casa

La numerosa familia de la Fifa pretende moverse con cierta comodidad, tal como lo hace en su sede de Zúrich, en cada país que organiza el Mundial. Quienes pretendan albergar el evento cada 4 años, deberán cumplir algunos requisitos como: otorgar situaciones jurídicas y fiscales especiales, exenciones en las leyes contra el lavado de dinero y anulación de la legislación laboral vigente en trabajos relacionados con el Mundial, entre otros ítems. Los dispuestos a ceder estos beneficios para los dirigentes siguen en carrera.

Asia allá vamos. El presidente Joao Havelang, de profundas relaciones comerciales con empresas japonesas, empezó a devolver favores. Y se le ocurrió un más que acorde presente: otorgarle a ese país la sede para el Mundial 2002. Pero en el camino se le apareció la siempre molesta Uefa, que incluyó en la puja a Corea del Sur. La organización conjunta, por primera vez en los mundiales, se dibujó como un triunfo de la integración entre dos países históricamente enfrentados y de relaciones tensas. Sin embargo, fue producto de la puja constante entre la federación internacional y la europea.

En ese certamen debutó como mandatario Sepp Blatter, quien ya empezaba a hacer de las suyas. La TV temía mostrar estadios semivacíos por la impopularidad del fútbol en Corea, que además presentaba una selección débil. Dejámelo a mí, dijo el suizo, y acudió a los hombres de negro: en octavos de final, los locales eliminaron a Italia tras un escandaloso arbitraje del ecuatoriano Byron Moreno, quien incrementó su patrimonio notablemente después de ese torneo, y en 2010 fue detenido en Nueva York por llevar 6 kilos de heroína en su ropa interior. En cuartos, el rival de los surcoreanos fue España y el protagonista el juez de línea Michael Ragoonath (que hizo desastre con su banderín), de Trinidad y Tobago, tierra del corrupto Jack Warner, hombre de peso en la Fifa, que se delató ante la prensa diciendo que el resultado fue “mejor para la TV”.

Si es Bayern. Contrariamente a la pulcritud que pretenden mostrar los europeos, la designación de la sede para la copa de 2006 tuvo lo suyo. A 8 días de la votación, el gobierno alemán envió armas a Arabia Saudita, y el directivo saudí del Comité Ejecutivo de la Fifa votó por Alemania. “En los días previos a la adjudicación abundan las casualidades de este tipo en aquellas regiones donde los alemanes obtuvieron sus votos”, dice el periodista germano Thomas Kistner.

Mejor la hizo el ex defensor Franz Beckenbauer, que presidía el poderoso club Bayern Múnich cuando sacó a pasear al equipo para jugar amistosos contra las selecciones de Malta, Tailandia, Túnez y Trinidad y Tobago. Todos países que tenían integrantes en el órgano que vota las sedes. Y con un agregado: el Bayern pagó todos los gastos. El Kaiser también colaboró con las designaciones de Rusia y Qatar. Y tuvo su recompensa: un día después de dejar su cargo en la Fifa, el gobierno de Putin lo nombró representante de Gazprom, la compañía estatal de gas. Y con los qataríes hubo devolución de gentilezas, ya que le habían dado una mano con la sede de 2006.

Mandelas por todos lados. Tarde pero seguro, la sede africana que Blatter había prometido en su primera campaña electoral (en 1998) llegó 12 años después: Sudáfrica 2010. En su afán de ser nominado al Nobel de la Paz, el suizo buscó pegarse lo más posible al hombre fuerte de aquel país, Nelson Mandela. Pese a la avanzada edad y a su enfermedad, no lo dejó faltar a la ceremonia de cierre del Mundial (ya se había ausentado en la inauguración por el fallecimiento de su bisnieta). “La Fifa nos sometió a una presión extrema, exigió que mi abuelo estuviera presente en la final”, lamentó el nieto de Mandela. “Querían tener a ese ícono universal en el estadio, a toda costa”.

La dupla de la Concacaf, Jack El Destripador Warner y el glotón Chuck Blazer, también exprimieron al máximo al ex presidente sudafricano: lo llevaban a todos lados, haciendo uso de la buena imagen de Madiba para lavarse un poco la suya.

Decime qué se siente. Con Brasil como candidato único e indiscutido para 2014, Blatter puso un pie en Sudamérica y les metió ficha a la Argentina y Chile para que impulsen una candidatura conjunta y le peleen el puesto a su vecino mayor. El mandamás buscaba engrosar la billetera, pero el negocio no prosperó.

Contrariamente a lo ocurrido en otros países, la familia de la Fifa no fue bien recibida en territorio brazuca. Protestas por doquier, silbidos a Blatter y discurso fuerte de la presidenta Dilma Rousseff, quien en la cara le dijo a los dirigentes cosas como “esperábamos armonía, pero la Fifa y nuestra CBF nos han traído conflictos y corrupción”; y los acusó de haber “envenenado nuestro hermoso deporte”. Los popes se miraban entre ellos, ruborizados.

Dos Mundiales de un tiro

Disconformes con lo recaudado en las elecciones de Sudáfrica y Brasil, la Fifa de Blatter fue por más y eligió, de una sóla vez, dos sedes. Aquello, pensó Sepp, llevaría algo de calma durante los siguientes 8 años. Y además, ofreciendo el combo 2×1, le arrebataría el negocio a la próxima generación de dirigentes. “Fue un exceso fatal”, dice Andrew Jennings en el libro La caída del imperio. La angurria les jugó una mala pasada, y en 2015 los dirigentes se atragantaron.

Montaña (de guita) rusa. Para 2018, el gran candidato era Inglaterra. En esas instancias, a los miembros del Comité Ejecutivo se les hacía agua la boca: pidieron desde dinero hasta prostitutas. Más original fue lo que exigió el paraguayo Nicolás Leoz para votar por los ingleses: ser nombrado “Sir”, es decir, Caballero de la Corona Británica. Pero como ocurre en un campo de juego, los favoritos no siempre ganan, y Rusia fue el anfitrión.

Voto comprado. El gran problema ocurrió minutos después. La cara de Blatter al sacar del sobre la carta ganadora con el nombre de Qatar, para la sede 2022, lo dice todo. Sepp no quería como organizador al país de Medio Oriente (el tiempo le dio la razón), pero lo traicionaron sus aliados más cercanos: Michel Platini, Warner y Blazer.

El ex atacante de la selección de Francia y titular de la Uefa tuvo sus razones. La primera fue patriótica: se lo pidió el por entonces presidente galo Nicolas Sarkozy, quien cerró varios negocios con capitales qataríes (compra de aviones, del PSG, televisación de la liga francesa de fútbol). “Platini me dijo: «¿Qué harías tú si tu presidente te pidiera algo así?». Le contesté que en Suiza no tenemos presidente”, declaró Blatter. La segunda fue familiar: en 2012, su hijo Laurent ingresaba al Fondo Soberano de Inversión de Qatar, que meses después adquirió el PSG.

Según la posterior investigación del FBI –con miras puesta en el amistoso Argentina-Brasil jugado en Doha poco antes de la concesión del Mundial–, Julio Grondona fue otro de los beneficiarios de los petrodólares qataríes.

El país árabe corría muy de atrás para ser elegido, ya que debía construir estadios (había uno sólo), hoteles para turistas y para las delegaciones. Y algo no menor: en la época de los Mundiales, junio-julio, hace un calor infernal. Para justificar ese “detalle”, Blatter apostó al cambio climático: “Quién sabe cómo serán las condiciones climáticas en el planeta de aquí a 10 años”. Incluso, más adelante, cuando salieron a la luz los casos de corrupción, los organizadores se apuraron a levantar estadios y edificios para cobrar indemnización en caso que la sede se diera de baja. “Para organizar un Mundial, a veces es mejor que haya menos democracia”, admitió alguna vez el secretario de la Fifa, Jerome Valcke.

Pero la clave de aquella elección fue el postulante perdedor: Estados Unidos. Y no se la dejó pasar.

Tarjeta roja

Escondidos detrás de las impolutas sábanas blancas del lujoso hotel suizo Baur Au Lac, para no ser alcanzados por cámaras televisivas ni lentes fotográficas, directivos de la Fifa son llevados por la policía local y agentes del FBI en la mañana del 27 de mayo de 2015. “A los detenidos les tomará tiempo comprender que hicieron algo malo. Los sobornos y las comisiones ilegales por contratos han sido lo habitual desde que un hombre relacionado con la mafia, Joao Havelange, asumió como presidente en 1974”, apunta el escocés Jennings. Nacía el Fifagate, investigación que alcanzó a los más importantes dirigentes, pero que sólo tuvo tras las rejas a los del continente americano.

Tras la caída en la votación de 2010 ante Qatar, el FBI apretó el acelerador. Su principal aliado fue Blazer, quien a cambio de su libertad, cantó todo y recopiló pruebas grabando a sus colegas con un llavero con micrófono. 

La fiscal Loretta Lynch –íntima amiga de Bill Clinton, el hombre detrás de la candidatura de Estados Unidos– anunció la investigación con bombos y platillos, y “por el bien del fútbol”. Años después, se sumó a las filas de la Fifa de Gianni Infantino, sucesor del caído Blatter. EEUU no sólo se quedó con la sede del Mundial 2026 (reparte migajas a México y Canadá), sino que también ganó terreno en las ligas del fútbol sudamericano con sus cadenas televisivas.

En el nuevo documental de Netflix, Los entresijos de la Fifa, su actual presidente aceptó: “La Fifa se volvió una organización criminal”, sin reconocer que él ya era parte de la familia. Aliado de Platini (suspendido e investigado por corrupción), Infantino desplazó a quienes lo investigaban por supuesta mala práctica. De sus antecesores aprendió algo más: amplió el negocio aumentando el número de participantes mundialistas, de los actuales 32 a los 48 que serán en 2026. Y quiere jugar el certamen cada 2 años. Insaciable.

La Fifa que pensó Horst Dassler, que puso en marcha Joao Havelange hace medio siglo, que continuó Joseph Blatter y que se lavó la cara con Gianni Infantino, es el mejor equipo corrupto de los últimos 50 años.

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