Ahora está sentado delante de una mesa, enfrente de la mujer, que tiene el nene al lado. La mujer ceba un mate y se lo alcanza. Él chupa lentamente, tomando el agua tibia con sorbidos pequeños.

Cuando termina el mate lo extiende hacia ella, apoyándolo sobre la mesa, como si fuese una pista por la cual lo desliza. 

La mujer agarra la calabacita y vuelve a llenarla con agua que sale de un termo. No habla.

¿Pasa algo?…, pregunta. Ella no responde. El nene la mira, sin extrañeza, como si estuviese acostumbrado a observar la escena.

¿Pasa algo?…, insiste. Entonces la mujer toma un sorbo y, poniendo el mate sobre la mesa, le dice:
Estoy cansada.

Él hace un gesto que puede significar fastidio, incomodidad, ofensa. Le responde:

Claro, estás cansada, como si todo fuese por mi culpa…

Ella no contesta, y se limita a chupar otro sorbido del mate.

El mutismo de la mujer lo irrita. Esperaría que diga algo, que exponga alguna razón, por absurda que fuese, pero no dice nada, lo que le resulta más intolerable que cualquier respuesta.

¿Y qué querés que haga?…, le pregunta, al cabo de unos segundos en los que el silencio lo abarca todo, incluyendo gestos, miradas y movimientos.

No sé, dice ella.

¡No sabés, no sabés!…, exclama. ¡No sabés cómo es mi vida, las cosas que tengo que bancar, los críos, mi mujer, mi casa!… ¡No sabés que tengo obligaciones, gastos, cuentas que pagar, porque todo depende de mí!… ¡Si yo fuese libre te podría atender de otra manera, y estaría con vos más tiempo!… ¡Pero soy un tipo con compromisos y hago lo que puedo!… ¡Hago malabares para poder verte!…

La mujer lo mira, sin decir nada. Siente que esa mirada lo taladra, como si fuera de acero. Se levanta, agarrándose la cabeza, y estalla: ¿Qué mierda querés que haga?… Sabe que no va a lograr que hable, por lo que sale intempestivamente, sin despedirse.

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