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El poder de las palabras

El lenguaje es la herramienta simbólica más valiosa con la que contamos las personas, porque nos permite comunicarnos, construir lazos sociales, ser parte de una comunidad, expresar lo que sentimos y pensamos, comprender lo que otras personas intentan decirnos, resolver conflictos que se nos presentan, pensar, reflexionar y aprender. Las palabras nos ayudan a expresar nuestra subjetividad, nuestras experiencias, nuestra mirada acerca del mundo, nuestra cultura, nuestro origen y nuestro territorio. Por eso es importante entender que las palabras que elegimos pronunciar no son producto del azar.

¿Qué palabras eligen las chicas y los chicos que habitan contextos de vulnerabilidad social?

Paulo Freire nos recuerda que: “Nadie dice la palabra solo. Decirla significa decirla para otros. Decirla significa necesariamente un encuentro”. Quizás, por esta razón, las chicas y los chicos, que viven en barrios vulnerables de la ciudad de Rosario, expresan en su lenguaje la violencia que padecen a diario. Algunas de las palabras, que resuenan en el decir de adolescentes que habitan contextos signados por la pobreza, la desigualdad, la injusticia, y que son víctimas de las batallas desatadas entre las bandas del narcotráfico que asedian nuestra ciudad, son: gendarmería, comisaría, policía, móviles, allanamientos, operativos, búnker, droga, Agencia de Investigación Criminal, tiros, balaceras. Palabras que no debieran ser patrimonio de la infancia y la adolescencia. Palabras que debieran resultar extrañas, ajenas o, al menos, difíciles de expresar y comprender para quienes recién comienzan a vivir. Sin embargo, el piberío es capaz de definir, con precisión, todas y cada una de esas palabras, porque les sirven para contar el dolor, la tristeza y la injusticia que padecen cada día. Solo por dar un ejemplo. Una muchacha, que vive en el barrio Ludueña y que expresa permanentemente su preocupación por la realidad que atraviesa su comunidad, explica que “los tiros son malos. Porque tirotean a gente que no tiene nada que ver, en vez de tirotear a la gente que tiene problemas con ellos”. Desde luego, la violencia nunca es el camino, porque no permite la resolución de ningún tipo de conflicto. Y las palabras que esta jovencita elige para expresar lo que vive cotidianamente nos confirman que, en el negocio del narcotráfico, los poderosos se mantienen a salvo (incluso estando presos y condenados), mientras que la sangre derramada siempre les pertenece a los inocentes y a los más desprotegidos.

¿Qué palabras nos ayudan a transformar la realidad? 

Existen palabras que nos permiten construir otros mundos posibles. De allí, la importancia de la literatura. Porque, como dice la maravillosa escritora Liliana Bodoc: “A veces, los cuentos son retumbos y destellos de hechos ciertos. Contamos lo que ocurrió. Otras veces, los cuentos son pedazos de sueños. Contamos para que ocurra”. Quizás, por este motivo, la comunidad docente les propone a las chicas y a los chicos encontrarse con los relatos de ficción, para que la palabra circule y entonces sea posible conversar sobre aquello que les causa bronca, preocupación, dolor y tristeza en tiempos violentos. Pero, además, los invitan a compartir historias distintas, que les aseguren que es posible construir otro mundo, un mundo más justo y más amable.

Palabras que cuidan, denuncian y reclaman

La comunidad docente, además de gestar espacios de diálogo, se hace presente y pone el cuerpo para alojar, acompañar, cuidar a la infancia y la adolescencia. Pero, sobre todo, para asegurarles que es posible torcer el destino que algunos poderosos tienen planeado para ellos. Quizás, por eso, los frentes de algunas instituciones educativas también fueron baleados. Porque quienes hieren y asesinan a nuestras chicas y chicos, saben que la escuela es una amenaza para ellos. Porque, como dice Silvia Bleichmar, la escuela es un lugar de recuperación de sueños. Por eso las y los docentes luchan y resisten, porque no están dispuestos a rendirse, cuando se trata de dar batalla por el presente y el futuro de sus alumnas y alumnos.

De hecho, en plena negociación por la paritaria docente, el reclamo por sueldos dignos y mejores condiciones para enseñar y aprender, las maestras y los maestros no se achican, y les advierten a todos los gobiernos que no piensan soportar ni una sola muerte más. Y, como las palabras también nos ayudan a expresar nuevos horizontes que queremos conquistar, nos sumamos a su lucha para decir, con todas las letras, que no queremos que ninguna piba y ningún pibe más mueran en manos de la narcocriminalidad.

 

(*)Fernanda Felice es fonoaudióloga, docente de la Facultad de Ciencias Médicas (UNR) y autora de El tiempo de ser niñas y niños y Cuentos desobedientes para cuidar a las infancias (Laborde Editor), y de Diario de una Princesa Revolucionaria (Sudestada).

 

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