Felizmente, ha llegado el fin de semana. Ya es sábado, y el domingo no trabajan porque es el día de franco en la pollería.

Son más de las once de la noche. Por ser el último día, y en pleno finde, laburó como nunca: debe haber llevado más de cuarenta pedidos. Verdaderamente agotado, al regresar del último viaje se acerca a la encargada, o dueña, del negocio, y le dice que le prepare la liquidación.

Dale, dice ella, hoy te vas a llevar un toco.

¡No me jodás!…, le responde. Con esto no llego al martes.

Pensá que otros no llegan ni siquiera al domingo, intenta tranquilizarlo ella. Él hace un gesto de fastidio, o de resignación, y se dispone a cobrar. La chica saca un fajo de billetes de la caja, y se pone a contar. Cuando llega a la cifra buscada, separa ese dinero y se lo alcanza. Al pagarle, le pregunta:

¿Qué hacés esta noche?…

Él la mira, sorprendido. ¿Esta noche?…, a su vez pregunta, y asimismo responde: ¡Nada!… ¡Qué voy a hacer esta noche!…

¡Qué sé yo!…, dice la chica. Podrías salir, ir a divertirte un poco…

No, contesta, a dónde querés que vaya…

La chica lo mira fijo. Tiene unos ojos enormes, azules, en consonancia con su cabellera rubia, que no es teñida sino natural. Se llama Cintia, ha descubierto, cuando a lo largo de esos días sus compañeros la han llamado con ese nombre. Al cabo de un rato, Cintia le propone:

¿No querés venir a una bailanta conmigo?…

La propuesta lo toma de sorpresa, pero esa sensación se disipa de inmediato. Mira sus ojos claros, que se le ocurren muy prometedores, y su cabellera larga, levemente ondulada, que asimismo le parece muy insinuante. Y mira sus pechos, tensos, debajo de una remera ceñida que les da realce, donde se lee el nombre de la pollería. El conjunto le parece sencillamente fascinante, por lo que le dice:

Dejame pasar al baño, así me lavo un poco.

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