Popular, autogestivo, interseccional, disidente: la Orgullosa Itinerante fue un evento único en Rosario que durante cinco años propuso habitar las plazas y los parques con justicia poética. 

Con delirio y con amor, ante todo con belleza. La calle y el arte como lugares de encuentro político, el desamparo y la resistencia cultural autogestiva que clama la emergencia.

Durante cinco años Rosario contó con un ciclo de poesía disidente, itinerante, gratuito y completamente autogestivo. Tenía una particularidad: el festival se realizaba una vez por mes –entre octubre, noviembre y diciembre– y en diferentes plazas o espacios públicos de la ciudad, con una concurrencia que comenzó siendo de 20 personas y llegó a más de 500. El último Orgullosa Itinerante se realizó en diciembre de 2022 y el anuncio del fin se realizó a través de las redes sociales. Los gestores culturales del ciclo no tuvieron demasiada alternativa y tomaron la decisión, ajena a su propia voluntad, por un motivo fundamental: la falta de respaldo, acompañamiento y apoyo estatal a una iniciativa cultural que fue creciendo a lo largo de esos cinco años, siendo un espacio de visibilización para más de 90 artistas de la ciudad, con o sin trayectoria en el ámbito cultural. “Estamos felices y convencides de que existen otras formas de hacer cultura, y la Orgullosa Itinerante es un auténtico reflejo de eso”, señalaron.

Pero hay un detonante: Rosario no es una ciudad cualquiera. Desde hace años la violencia urbana viene creciendo de manera brutal cobrándose vidas en las calles de los barrios más alejados del centro. En este contexto, la única respuesta posible que pareciera ensayar la clase dirigente es la saturación policial, como si esto fuese solución para una problemática integral, compleja y con fuertes entramados corruptos vinculados al negocio ilegal de drogas en las propias fuerzas de seguridad provincial. Son pocas las voces que aportan otras miradas por fuera de una “receta policíaca” que de nada ha servido. “La textura de la experiencia de lo cotidiano exige tramar redes de otro modo. La textura del relato, de lo que verdaderamente sucede”, nos decía una arquitecta rosarina cuando hacía referencia a la “pedagogía de la proximidad” como estrategia para pensar ciudades más justas, más seguras y más inclusivas; a la importancia de “crear comunidad”, a la necesidad de imaginar territorios urbanos habitados por cuerpos y ojos humanos y no por cámaras de control y vigilancia.

Sin embargo, los circuitos de cultura alternativa en Rosario ya casi no existen. Fruto de la burocracia estatal y de la ausencia de políticas de fomento, muchos bares y centros culturales que ofrecían propuestas de este tipo han cerrado, han desaparecido. Con la pandemia la situación se agravó y el aislamiento obligó a abandonar los espacios públicos convirtiendo a la virtualidad en un refugio posible pero distante. La proximidad dejó de existir en una ciudad que debería aclamarla a gritos.

Habitar las calles con cultura popular, con esa comunidad que se potencia a través del arte, se ha transformado en una utopía. En el corazón centro de la ciudad lo que abunda son propuestas gastronómicas –ocupando cada vez más espacio público– inaccesibles para un enorme sector social. En los barrios, son escasas las ofertas culturales estatales, públicas y gratuitas que perduran, con presupuestos ínfimos. En este contexto, ¿qué lugar hay para el desarrollo de la cultura independiente? ¿Qué estrategias tienen que inventar los gestores culturales para subsistir en Rosario?

“Es un proyecto que vimos nacer, que lo vimos crecer y que también lo vimos morir”, sentencia Juan Pablo Di Lenarda Pierini, uno de los fundadores de Orgullosa Itinerante junto a Valentina Lopiccolo. Agotado, desanimado y orgulloso de este festival que se fortaleció con el tiempo, cuenta los motivos por los cuales decidieron dejar de hacerlo: “Nos sentimos muy angustiados por tomar esta decisión, pero el 2022 fue el peor año de todos en relación al desamparo, la ausencia, la burocracia. Teníamos un Lineup exquisito con veinte personas trabajando de manera autogestiva, venían 500 asistentes, los artistas ganaban lo mismo que puede pagar la Municipalidad y lo cobraban en el momento y no a seis meses como paga el Estado. Era un ciclo abierto, gratuito, donde cada cual aportaba a la gorra lo que podía. Pero en esas condiciones no podíamos seguir. No teníamos una normativa que nos protegiera, trabajábamos de manera ilegal y, además, se nos había complicado sostener el evento en espacios públicos por falta de acompañamiento”. Ni baños químicos, ni bajada de luz: lograr que el municipio les garantizara lo básico costaba demasiado.

“Pos Covid se conformó una comisión organizadora en la Municipalidad encargada de autorizar los eventos pero con criterios muy absurdos. Algunas veces nos autorizaban pero en horarios insólitos: pleno verano a las tres de la tarde. Tampoco nos aprobaban la bajada de luz porque estaba destinado a la Noche de las Peatonales, entonces eso nos implicaba alquilar un grupo electrógeno que nos costaba una fortuna. Buscamos económicamente cómo tratar de realizar el evento con el único ingreso que teníamos que era una barra de bebidas, que a su vez es ilegal. Era mucha responsabilidad para nosotros”, cuenta Juan. “Orgullosa es el único ciclo que se mantuvo durante cinco años”, repite, revalidando la trascendencia de un evento que marcó una forma diferente de hacer arte en Rosario y también de gestionarlo. “La convocatoria estaba pensada de una manera interseccional donde había una fusión entre artistas o poetas con trayectoria y otres que empezaban a compartir sus producciones a partir del ciclo”.

La conquista del espacio público

El Planetario, barrio la Sexta, Parque Urquiza, el Rosedal, Parque España, Plaza Libertad, Plaza López, los Tribunales provinciales, son sólo algunos de los lugares donde la Orgullosa Itinerante desplegó toda su poesía disidente en Rosario. “Al principio, quienes concurrían eran compañeres de la comunidad LGBTQI+, pero con el tiempo el público se fue diversificando llegando a contar con quinientas personas en una misma noche y sin que existiera ningún tipo de conflicto”, dice Juan Pablo, y abunda: “Eso nos llamó mucho la atención, nunca sufrimos ningún tipo de violencia”.

El ciclo nació en 2018 como respuesta a las políticas de ajuste que llevaba adelante el gobierno de Mauricio Macri. “En el colectivo nos sentíamos completamente vulnerados, entonces decidimos juntarnos un grupo de artistas de Rosario a mostrar nuestras identidades y nuestro arte, en este caso la poesía, pero también la performance y la música. Durante cinco años hicimos una Orgullosa al mes, en una plaza distinta. Éramos dos gestores pero el equipo era mucho más amplio. Colaboraba mucha gente y vincularnos era nuestro gran abrazo y lo que hizo que la Orgullosa perdurara durante tanto tiempo, porque no sólo era un espacio para la poesía, sino también un espacio de encuentro político”.

Politizar la belleza: poesía, arte, reclamo. Orgullosa Itinerante, asegura Juan, es mucho más que un festival poético. “Nuestra premisa era que el Orgullo tiene que estar en las calles. Nuestro escenario son las plazas y los parques. No queríamos hacerlo en un museo o en una biblioteca. Fue una decisión no sólo curatorial, sino que tenía que ver con la esencia de nuestro evento. Por eso era importantísimo que nuestra narrativa queer-disidente se visibilizara en esos espacios. Se cree que una trans sólo habita las plazas laburando, pero también hicimos otras cosas. Son espacios muchas veces violentos para nosotres. Por eso fue una decisión importantísima que estuviera nuestra bandera y nuestros poetas en esos espacios”.

Pero las dificultades cada vez fueron en aumento: organizar, planificar y concretar un evento en la calle implica esfuerzo, recursos y un acompañamiento que casi siempre falta: el del propio Estado. Actualmente en el Concejo Municipal se debate un proyecto de ordenanza para regular la nocturnidad en Rosario pero Juan, al igual que otros gestores culturales independientes, sostiene que sus voces no están siendo escuchadas. “Habitamos otras escenas y habitamos la calle de otra manera después de la pandemia y tiene que haber una reglamentación en relación a nuestro trabajo, y que haya políticas públicas culturales reales. No hay un centro cultural avalado como tal. Entonces, ¿cómo van a llamar a estos actores a hablar de lo que sucede si ni siquiera existimos para el Estado? La cultura independiente en Rosario está en emergencia y están vaciando la ciudad”.

La poesía como respuesta

La gran poeta y activista trans sudaca Susy Shock nos propone cambiarlo todo a través de su música, de su caja y su arte. Urge construir otro mundo posible; animarse a soñar algo nuevo, dice Susy. “Como humanidad tenemos que animarnos a dar un salto antes de la eclosión de este planeta a la que lo estamos llevando a partir de sistemas tan injustos, tan desiguales, tan horripilantes. Desde hace un tiempo, estoy empezando a insistir en preguntarnos si nos animamos a soñar otra cosa”, señala en una entrevista con Revista Cítrica. Durante la pandemia, Susy creó las llamadas “Postas Sanitarias Culturales”, como respuesta artística ante la falta de respuestas institucionales para los trabajadores del arte y la cultura. “¿Qué es una Posta Sanitaria Cultural?, una irrupción artística en el espacio público. Si los teatros y espacios culturales deben estar cerrados, el arte sucede en la calle, respetando las medidas higiénicas y el distanciamiento social”. Así se realizaron en diferentes espacios de la ciudad de Buenos Aires. Y otra vez Susy transformando el espacio público para habitarlo, para llenarlo de arte.

Resulta inspirador y necesario leer a Susy Shock en tiempos feroces para una ciudad que se ha transformado en un territorio horripilante. La Orgullosa Itinerante fue el ciclo que propuso algo distinto en Rosario: colmó de poética trans, travesti, no binarie y marica las plazas de la ciudad. “Fue muy emocionante disfrutar a La Lucero en aquel entonces leyendo un discurso de Eva Perón en las escalinatas del Parque España, interpelando a la gente que pasaba por allí; o a dos tortas hablando de su amor y de su forma de amar en la plaza Libertad; o intervenir la estatua del Che Guevara con nuestra bandera o hacer una Orgullosa frente a los Tribunales. Y elegir ese espacio como lugar de escena y también de lucha, es un montón”, recuerda Juan Pablo.

De allí la potencia de un festival que vimos nacer y vimos morir como dicen sus gestores, pero que tal vez y ojalá, vuelva a renacer para seguir construyendo esa “comunidad” indispensable, esa proximidad humana que nos vuelva a encontrar en un poema o una canción, una sonrisa, un abrazo o una mirada. “Ha sido vital que el arte esté acompañando todas las épocas porque si no ya no tendríamos mundo. Si sólo hubiesen mandado la ciencia, esta política burocrática y la lógica de los mercados, hoy llamado capitalismo –pero en su época siempre hubo distintos ismos que nos fueron relegando– sería ya un fracaso, no habría humanidad. Estamos al borde del colapso, si alguito nos queda claramente es porque está el arte soñando otra cosa”, apunta Susy. Y es que la poesía, dice Juan Pablo, es una forma de conquista. “Habitar el espacio público con nuestra narrativa disidente, con nuestros cuerpos, con nuestras historias, es una conquista. Creemos en nuestra poesía disidente y creemos que es necesario que estén nuestras voces en esos espacios, y va a ser así siempre. Estamos acostumbradas a esto, a la resistencia de la conquista”.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 18/03/23

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