Yo no sé, no. El clima del 1º de Mayo ya palpitaba en nosotros y como ese año caería un viernes (último día de semana), a Pedro se le dió por decir: “El último será el primero”. Cerca de la vía de Vera Mugica (que aunque la llamábamos así, en realidad en el barrio pasaba por Biedma y por Riccheri), la del tren que iba para Buenos Aires, íbamos Pedro, Carlos y yo para el lado de Carlos Casado. A Carlos le habían encargado un moscato (el viejo de él tomaba ese vino dulzón) y cuando pasamos por la casilla de la curandera, Pedro dijo: “Doña Juanita, después del 1º va a tener la agenda completa para curar el empacho”.

Cuando llegamos al barrio de las diagonales y antes de que nos perdiéramos, pegamos la vuelta por Suipacha. Casi llegando a Quintana, vimos a una señora acomodando un pizarrón de chapa en el que se podía leer “El 1º, empanadas”. Con el Moscato ya comprado, nos mandamos para el lado de la Vía Honda para comprar 300 gramos de pasas de uvas y encaramos para lo de Longuito para jugar un par de partidos al metegol y unos tiritos al honguito (por eso le decíamos Longuito, aunque en realidad era el patio del almacén de don Cantero). Un olor a horno nos activó las ganas de comer unos bizcochos (estábamos cerca de la panadería Santa Isabel, a la que llamábamos “la de Manuel”), pero también nos entraron ganas de ir por unas varillas ya que teníamos el dato de que por Rivas había otra panadería y que las baguette eran su especialidad. A cualquier hora del día tenían varillitas calientes como recién salidas del horno.

Después de un pequeño debate, y ya teniendo varillas y bizcochos, cuando pasamos por la fábrica de pastas, la que estaba cerca de lo de Manuel, Pedro vio los tallarines y ravioles frescos que llevaba una morocha de pelo largo, mirada profunda y una amplia sonrisa, y dijo: “Ojalá que el 1º, aparte de empanadas, también también haya tallarines frescos”. Pedro se fue a ver si la señora de las empanadas le vendía un par, casi clandestinamente, no sea cosa que la madre se enterara y se pusiera celosa, y cuando estaba cerca de la vía pasó un una formación del tren con la máquina atrás de todo. “Lo dije –murmuró–, el último será el primero”. 

A eso de las 12 del mediodía del 1º, ya en la mesa, Pedro, mirando la fuente de empanadas y pensando en la de pelo largo y negro, de mirada profunda y una amplia sonrisa, se preguntaba: “¿Cuáles serán las que tienen pasa de uvas?”.

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