A lo largo de su historia, la ciudad de Rosario recibió múltiples calificativos como “La Fenicia argentina” por ser un importante puerto comercial, “La Barcelona argentina” por la enorme cantidad de anarquistas que la poblaron, o “La capital del peronismo” por la simpatía que generó Juan Domingo Perón en este lugar. Sin embargo, el mote más recordado es “La Chicago argentina” aunque todo el mundo cree que únicamente recibió esa denominación por el predominio de la mafia durante los años 30. Pocos conocen que ya en el siglo XIX se llamaba así a la ciudad porque su crecimiento demográfico y sus actividades industriales la asemejaban a la urbe norteamericana, mientras que otro tanto apenas sabe que se la comparó a la población del lago Michigan porque aquí se estableció el precio del maíz a nivel mundial durante la década de 1920. Estos registros, que a simple vista parecen anecdóticos, hacen a la entidad de nuestro hogar y un grupo de historiadores profundizó en el estudio de estas marcas identitarias. En el libro Historias de la Chicago argentina. Rosario, imaginarios y sociedad (1850-1950), que fue presentado el pasado viernes 12 de mayo, en el Museo Marc, se analiza cómo esta ciudad se fue modelando hasta llegar a ser lo que es hoy.
Rosario de palabras
Está claro que Rosario se construyó con el esfuerzo de mujeres y hombres que desde el periodo colonial vivieron y trabajaron aquí. Otras y otros llegados de ultramar o de otras provincias fueron dejando sus huellas para remodelar a nuestra ciudad y convertirla en uno de los principales puertos del modelo agroexportador de la Argentina moderna. En ese proceso, sin embargo, no debe quedar afuera que Rosario se fue modelando a partir de lo que se escribió sobre ella en la prensa, en los nombres de sus calles y hasta en la escritura de su historia. Por esto en Historias de la Chicago argentina, Alicia Megías analiza cómo se refirió a la ciudad un conjunto de revistas de fines del siglo XIX y principios de la centuria siguiente. Otro tanto fue la nomenclatura de las calles que estudia Mario Gluck y la particular relación de Rosario con Justo José de Urquiza, quien la llevó a ciudad y la posicionó como principal puerto de la Confederación. Por último, Pablo Montini analiza cómo se fue pensando el pasado rosarino a partir de la creación del Museo Histórico de Rosario, hoy “Julio Marc”, entre 1936 y 1939.
La moral rosarina
Si la locución latina mores maiorum se traduce como “la costumbre de los ancestros”, la moral que se fue construyendo entre 1850 y 1950 también fue modelando a nuestra ciudad. En Historias de la Chicago argentina, se abordan distintas perspectivas que reflejan los modos en los que se fueron erigiendo formas de actuar. En ese sentido, Analía Vanesa Dell’Aquila investiga cómo se fue armando el perfil de los “criminales” y cómo se construyó el orden social desde 1852 en adelante. Por su parte, Agustina Prieto estudia cómo se caracterizó la “resistencia a la autoridad” de los “revolucionarios y anarquistas” de la Revolución radical de 1893. Desde la perspectiva de género Javier Chapo se ocupó sobre cómo era “imaginado” el cuerpo de la mujer de elite durante la década de 1920 y María Luisa Múgica analizó el uso de la pornografía durante los últimos años del siglo XIX y los primeros años del siglo XX. Por último, María Pía Martín abordó al mundo del catolicismo a partir de su indagación sobre el laicado y la Acción católica durante la década de 1930.
Entre 1850 y 1950 la ciudad de Rosario multiplicó su población por cien pasando de alrededor de 5 mil a cerca de 50 mil habitantes que habían nacido aquí o habían llegado de otros horizontes. En ese tiempo, quienes habitaron la ciudad fueron armando su identidad.
gero
21/05/2023 en 19:22
excelente nota