Yo no sé, no. El bolón de hierro caía y temblaba la tierra. El bolón caía sobre otros hierros, el bolón de la fábrica Acindar. Esa mañana, que era la última de julio, esa mañana para Pedro era como un acento que le decía: “Ponele acento a lo que viene”. Esa mañana, en la segunda hora, la de lengua iba a hacer unas cuantas preguntas sobre reglas ortográficas y él, sobre ese tema, tenía un talón de Aquiles. Varios, bah. Pero a él lo que le preocupaba era eso de acentuar correctamente las palabras, y más sabiendo que la seño en cuestión era muy ruda con los acentos. Pedro se había hecho una lista de los nombres de las pibas que llevaban acento: Anahí, Ángela, Bárbara, Belén, Verónica, María, Úrsula, Débora, Sofía, y que le servía para hacer un ayuda memoria que arrancaba así: “Ángela y Anahí tienen un almacén que tiene un portón color carbón. La alegría de Bárbara, Belén y Verónica es como un gin con tónica. Débora y María son pura simpatía. Sofía, la música balcánica, una adicción de mi corazón.

Cuando llegó la hora del recreo largo, Manuel, que iba a tercero –dos años menos que nosotros–, acentuaba con lápiz todas o casi todas las palabras. “De última borro las que no van”, nos decía, mientras nos mostraba una goma Dos Banderas blanca. Y también, como era muy creyente, a la hora en que la seño decía: “atención, saquen una hoja”, él se mandaba un: “Santa Matilde, ayudame con las tildes”. 

Por la tarde, aprovechando que no tuvimos clase de tecnología, nos fuimos hasta la cancha de El Trébol. Y como teníamos que poner el acento en el recupero en el medio, a Manuel lo mandamos a que estuviera encima del 10: “Quedate encima de Julián como una tilde”, le dijo Pedro. Para cuando sentimos el último golpe del bolón de hierro, tipo siete de la tarde, encaramos para la farmacia. Cuando vimos bajar del 15 a una piba de pelo largo y ondulado, los tres quedamos tildados (para bien). “Capaz que su nombre es Sofía”, dijo Manuel.

Se acercaba agosto y todavía no estaba tan instalada esa de encarar ese mes con la caña con ruda. Lo que sí, ese agosto nos encontraría sabiendo que el acento, más allá de lo que dijeran las reglas ortográficas, el acento, el que te tilda bien, está en una secuencia. 

El bolón de hierro volvió a sonar y María tenía una sonrisa que era lo más parecido a un “te aceptaré”. Mientras tanto, seguíamos tildados con Úrsula que, según el afiche, seguía atrapada por el 007 británico. Eran las doce de la noche y el bolón de hierro le daba latidos a un pedazo de barrio que se había tildado para bien.

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