En mayo de 2007, una agenda de conferencias y reconocimientos esperaba a la doctora en psicología Emilia Ferreiro en Rosario. Llegaba para un seminario de posgrado en Humanidades y Artes (UNR), para un acto homenaje que le preparaba la comunidad académica local por su trayectoria y ser distinguida como Visitante Ilustre por el Concejo Municipal. Una de las tantas visitas a la ciudad que movilizaba a educadores e investigadores de todos los campos a escucharla. Su solo presencia nos hacía parar de pie para aplaudirla.

Emilia Ferreiro fue discípula de Jean Piaget, en la Universidad de Ginebra es donde se doctoró y fue reconocida con el título de Doctor Honoris Causa en varias universidades del mundo, entre ellas la Universidad Nacional de Rosario. Era investigadora del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional de México (Cinvestav), donde estaba radicada. Autora de cientos de libros y publicaciones.

En 1979, junto a Ana Teberosky, publicó Los sistemas de escritura en el desarrollo del niño (Siglo XXI), que cambió la mirada sobre cómo niñas y niños aprenden a escribir. La pregunta ya no era cómo enseñar mejor a los chicos a escribir, sino dejar que hablen y muestren que sí piensan sobre la escritura. Una obra que revolucionó las aulas.

En aquel mayo de 2007, en una entrevista para un diario local, Emilia Ferreiro se explayaba sobre esa consideración que tenía por el intelecto de los niños y que orientaba sus investigaciones. Ante la pregunta, ¿cómo lograba ese respeto? respondía: “Eso lo aprendí de mi maestro Jean Piaget. Una de las cosas que enseña el modo de acercamiento piagetiano a los niños es el respeto intelectual. Cuando se dialoga con un chico suponiendo que él piensa algo sobre cierto fenómeno o problema y que uno legítimamente quiere entender ese pensamiento, no imponerle el suyo, termina reconociendo que el niño es «une partenaire intellectuel» (la palabra correcta la encuentra en francés), con el cual se puede estar de igual a igual. Los chicos se dan cuenta cuando uno tiene interés legítimo para ver cómo piensan o cuando simplemente se les está preguntando algo para decirles: «Pero, ¿no te das cuenta de que eso no es así?». Esa experiencia de diálogo intelectual con los chicos es un aprendizaje que me quedó para toda la vida. Porque se pueden cambiar los temas, pero siempre hay razones para suponer que los chicos piensan algo respecto de algo. Por ejemplo sobre la escritura. La escritura está circulando alrededor de ellos desde cuando nacieron, es muy difícil que no se hayan preguntado «¿qué diablos es esa cosa y para qué sirve?». Es verdad que muchas veces en el diálogo dicen cosas confusas, pero, bueno, es que está hablando de cosas complicadas, que no son fáciles de explicar. Cuando uno trata de entender qué está diciendo ese niño y le expresa: «No termino de entenderte», es allí cuando empieza un diálogo donde uno pone algo de su parte y el chico también lo hace”.

En esa entrevista, ampliaba con este ejemplo esa idea de diálogo posible y respeto: “Cuando estuve estudiando problemas de negación, proposiciones negativas, le pedí a un chico de 5 años que sobre el modelo de (oración) «Un pájaro vuela» tratara de escribir primero «Dos pájaros vuelan» y luego «No hay pájaros». Este chiquito de 5 años, de Monterrey, al norte de México, me dice: «Las letras de no hay pájaros te las tengo que hacer chuecas». Con sus cinco años ya se imponía la tarea de hacer chuecas las letras que apenas sabía dibujar. Era como una tarea casi imposible. Pero qué me estaba diciendo este niño: que las letras de «no hay pájaros» no podían ser otras letras, porque las otras son para decir verdad no falsedad. Y «no hay pájaros» es falso y por tanto no se pueden poner las mismas letras que se usan para decir «sí, hay pájaros». Entonces ahí descubrí que algunos de los problemas que tenía para escribir enunciados negativos tenían que ver con una dimensión que yo no había considerado, que es la falsedad. Cuando te encontrás con un chico de cinco años que es capaz de pensar sobre la dimensión de verdad-falsedad vinculada con la escritura, bueno, mis respetos por ese niño. Nadie se lo enseñó, pero es cierto que en el mundo social ¡vaya que la escritura está relacionada con la verdad-falsedad! Todo el problema de la organización burocrática del Estado tiene que ver con que hay que dar prueba por escrito de posesiones de bienes, de identidades, de todo. El poder de la escritura para determinar el estatuto de las personas es enorme y esas son las letras de veras de las que habla este niño, y «si tú tienes que decir algo que no es verdad, bueno entonces te lo hago chueco»”.

Que esas letras chuecas de las que hablaba ese niño sirvan para describir -al menos en parte- la gran persona que fue Emilia Ferreiro y su aporte infinito a la educación y las ciencias. La educadora nació en Buenos Aires el 5 de mayo de 1937. Falleció este sábado 25 de agosto en México. Respetada y querida.

Emilia Ferreiro en el Concejo Municipal de Rosario (2007). Foto: Gentileza Silvina Salinas / La Capital

 

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