Desde bien temprano me preguntan sobre el debate presidencial realizado este domingo por la noche. No tenía previsto decir nada al respecto, pero parece que el asunto atrae y, aunque pienso con franqueza que en este aspecto mi opinión carece de importancia, voy a realizar un somero apunte que tal vez preocupe a algunos y haga reflexionar a otros.

El problema sigue siendo el diagnóstico.

Por un lado, hay una visión antigua y errónea de la relación de fuerzas internacionales. Al no clarificar al respecto con información certera, las tonterías destinadas a adoptar a los Estados Unidos como modelo a emular que deslizaron Bullrich, Milei y –en cierta medida– Schiaretti, quedan en el ambiente como posibilidades concretas y peor aún, deseables.

Persiste un encapsulamiento general, encarnado por los candidatos, que podría confundirse con un aura nacionalista –todos se manifiestan preocupados por el destino de nuestra nación– pero remite a un argentinismo sin vínculos externos. Como si diera lo mismo la situación del Sur continental, de Eurasia, del mundo árabe, de Europa o del Norte a la hora de diseñar un proyecto de desarrollo o de hundimiento, según la fuerza emisora.

Por otro, sabemos, se instaló la idea de una Argentina en crisis, caída y fracaso. Una especie de equivalencia con el 2001 que carece de sentido y fundamento. Todos los candidatos padecen ese error al dar a conocer –como entorno de sus propuestas– los cuadros de situación. Pero una cosa es afrontar la hecatombe apocalíptica de la que hablan y otra intentar gobernar un país con base energética sólida, ampliación de la actividad y capacidad productiva y exportadora.

Al equivocar los diagnósticos externo e interno, los que promueven la entrega y la recesión –Bullrich, Milei–, los que pretenden un esquema agro exportador –Schiaretti– y los que anhelan un desarrollo productivo –Massa y en cierta medida Bregman–, pierden asentamiento en la realidad. Sus propuestas flotan en análisis brumosos que borronean la mirada sobre la base económica.

Me recuerda al momento en que la hinchada lanza bengalas para bienvenir al equipo; el estadio queda bajo una densa humareda que impide observar el césped, las líneas, los arcos, los jugadores.

Quizás se haya entrevisto una leve supremacía de Massa pues señaló que la Argentina se relacionará con las 100 naciones más dinámicas y crecientes. Bien. Como en su planteo se incluye el despliegue industrial nacional, puede evaluarse (en general y sin exagerar) un mejor perfil que el ofrecido por el resto.

Lectores y oyentes saben que desde hace bastante tiempo vengo insistiendo en la importancia de elaborar un diagnóstico nítido y veraz sobre lo que sucede en el país y en el mundo. Por ahora, los argentinos, desde el más conocido dirigente hasta el votante llano, pasando por zonas militantes, periodísticas y analíticas, seguimos debatiendo en base a un planeta que ya no existe. A un país que no está.

Ni el Norte es, plenamente, un norte, ni nuestro territorio es el Haití del Cono Sur.

Sin embargo, debo admitir, queda bien decirlo. Cada descripción que se emite sobre un mundo “derechizado”, cada descripción que se emite sobre un país “fracasado”, cuenta con la adhesión de los más variados sectores.

Espero que se comprenda lo que intento decir. Aunque ¿a quién le importa? Esta postura es percibida como una locura mayor a la que se esboza a través de la motosierra.

*Director La Señal Medios

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