Una vez que partió el abogado, se detiene a pensar en qué hacer. No tiene un mango y sus compañeros del sindicato están encanutados; el único que zafó es él, por las especiales razones que recién le explicó el boga.

De manera que se pone a caminar para ir a buscar la moto. Antes del acto la había dejado a pocas cuadras del punto de encuentro con los compañeros, en una esquina relativamente céntrica. Por lo tanto, debe caminar más de cincuenta cuadras hasta llegar a ese lugar, lo que le insume un par de horas.

Finalmente llega, bastante cansado por la caminata y por todo lo previo, y se encuentra con que la moto ha desaparecido.

¡La concha de su madre!…, putea, entre sorprendido, enojado y angustiado. Intenta reconocer la causa de esa desaparición pero no puede discriminar si se debió a un vulgar choreo o si lo hizo la yuta, como un modo de verduguearlo por las cosas en las que se había metido.

Frustrado, decide entonces ir a su casa sin esperar nada bueno cuando llegue. Vuelve a caminar otras cuarenta cuadras por lo menos, atravesando la zona sur que a esa hora está sumida en la total oscuridad, tanto en sentido figurado como literal: no se ve un alma, y solamente a las perdidas algún auto o algún colectivo atinan a pasar a su lado, por la avenida que se interna perdiéndose en un extremo irreal e intangible, pero al que los habitantes de esa zona siempre tienen por cierto.  

Al cabo de una nueva caminata, también de más de una hora, llega a su casa. Está todo cerrado y no se ven luces adentro, por lo que busca una llave en el bolsillo del pantalón. La saca e intenta introducirla en la cerradura, sin lograrlo. Repite el intento varias veces, con el mismo resultado. ¡La hija de puta me cambió la cerradura!…, exclama entonces. Por un momento se queda mirando la cerradura, con los brazos caídos al lado del cuerpo. Pero después arroja la llave contra el suelo, con violencia, y se toma la cabeza con desesperación mientras solloza: ¿Y ahora que mierda hago?…

Empieza a caminar, lentamente, en dirección a la esquina. No se ve nada, ni nadie, de modo que no tiene referencia alguna para guiarse, por lo que comienza a moverse al azar.

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Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 21/10/23

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