Yo no sé, no. “De ahora en más las mañanas serán frías como las orejas de mi gato”, sentenció Manuel a las 7 de la mañana cuando lo cruzamos por Iriondo rumbo a la Anastasio Escudero. José, que venía de la panadería con unos bizcochos e iba para otro lado, agregó: “Y con un viento bastante fuerte, un viento despeinador”. Lo dijo casi sin preocuparse: aunque por las mañanas tenía un largo trecho cruzando vías, quintas y descampados hasta barrio Triángulo donde estaba la escuela, él tenía un flequillo negro de pelo duro que parecía un pequeño toldo. Tiguín dijo: “Es cierto”. Por las mañanas sopla un viento fuerte que arranca a las 5, cuando su perro se va al techo, y para las 10 baja y se duerme todo. Tiguín sostenía que su cusquito aprovechaba el fuerte viento para que se le vuelen la mayor cantidad de pulgas posibles.

A la tarde, mientras volvíamos de comprar grasa para las tortas fritas, Juancalito nos dijo que había notado que el hámster de su tía tenía una conducta extraña. “Le mete a su ruedita con todo, como queriéndose rajar. Eso lo hace hasta las 10, maso, y después se plancha. Para mí, lo que tenga que pasar, bueno o malo, va a ser antes de las 10”. Por otro lado, Raúl había notado que en la canchita de El Trébol (la única en el barrio con césped casi todo el año) el piso se mantenía mojado hasta las 10, dato que había que tener en cuenta ya que para ese marzo pintaban unos lindos torneos y, si nos tocaba jugar por la mañana, tendríamos que estar preparados para una cancha rápida. Pií decía que eso de que las mañanas frías ya estaban entre nosotros era cierto porque su abuela correntina, que todo lo sabía, antes de mandarlo para la escuela le había aumentado el desayuno de uno a dos tazones de mate cocido con leche. Carlos, que venía de una lesión en el tobillo y sabía que el frío y la humedad no ayudaban, le preguntó a doña Josefa cómo andaba por eso de los huesos. La verdulera le contó que el dolor de cintura era intenso hasta las 10, y después aflojaba. 

El segundo lunes de marzo, Pedro llegó a la Anastasio temprano. Tipo 7 estaba en Acevedo y Francia, porque había hecho correr la bolilla que repartirían álbumes de Figus gratis. A eso de las 9, sentado junto a la ventana del aula, Pedro se miró en el vidrio para ver si su jopo había resistido el viento. También se fijó si se habían secado sus flechas blancas, pues antes de entrar se había enganchado en un picadito en el pasto mojado que había pegado a la entrada de la escuela. Entonces, notó que Laura y la Susi (por las dos sentía algo “especial”) estaban juntas, y sintió que ese era el momento y fue hasta ellas. Eran casi las 10. Por Acevedo frenaba un 53 casi vacío, con sólo los tres últimos vidrios con huellas de humedad y un corazoncito que se iba desdibujando. Mientras 3 operarios de Acindar tomaban algo caliente y se fumaban unos puchos cerca de una montaña de fierros que se usan para la construcción, Pedro sabía que algo importante iba a pasar. Pero no esa mañana. Tocaba el timbre de las 10 y, en las miradas de Laura y de Susi, se sentía un frío como el que había en las orejas del gato de Manuel.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 09/03/24

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