Rubén Carballo, soldado y boxeador, combatió en Malvinas en el 82 y en los Juegos Olímpicos del 84. Su dura infancia, la guerra y la posguerra, el ring y las críticas a Milei: “En mi vida lo votaría”.

Rubén Carballo fue boxeador por amor. Pero no por amor al boxeo sino por amor a su novia de entonces, hoy su esposa. “En la esquina de la casa de ella había un gimnasio”, cuenta en referencia al Flecha de Oro, donde iba en su época de colimba en el Regimiento 3 de La Tablada, provincia de Buenos Aires. “El papá se enojaba porque yo iba a verla, así que cuando me veía en la zona y me preguntaba adónde iba, le decía que al gimnasio a practicar”. Después de la entrada en calor, de saltar la cuerda, hacer focos y algún guanteo, salía a noviar.

En 1982 su vida cambió para siempre: mientras su compañera cursaba un embarazo de varios meses (de una hija que hoy tiene 41), él defendía la patria con fusil en mano en las islas Malvinas, donde estuvo desde el 11 de abril hasta el 14 de julio, día de la rendición. Aunque su memoria no sea una fiel aliada, guarda una escena que –asegura– no se le borrará jamás: a dos días del final, un amigo colimba se le cayó en brazos, víctima de un bombardeo enemigo. “Empecé a los gritos y salí corriendo sin darle bolilla a nadie cuando me decían que me quedara adonde estaba. A unas diez cuadras más o menos estaba el camión de la Cruz Roja. Me subí, lo quise poner en marcha pero no pude. Así que de ahí atrás agarré unas vendas, gasas y esas cosas, y volví corriendo, pero ya era tarde”. Entre trincheras, frío y explosiones conoció al luego entrenador Omar De Felippe, con quien conserva una amistad.

Lejos del reconocimiento actual, a los jóvenes que volvieron de la guerra les costó conseguir insertarse en la sociedad. El Cata, como se lo conoce, también comprobó esa situación en carne propia cuando salió a buscar laburo y le dieron la espalda, hasta que consiguió donde ganarse el pan como auxiliar de ambulancias en la Municipalidad de La Matanza, mientras continuaba con su preparación en el ring.

De la gloria a la nada

Con los guantes puestos, Carballo se calzó varios cinturones en torneos amateurs (locales y sudamericanos), fue subcampeón panamericano y ganó un Preolímpico que le permitió clasificar a los Juegos de Los Ángeles en 1984. Así y todo, en el medio debió luchar contra una decisión tomada en el escritorio que casi lo deja afuera: “Yo había ganado el campeonato pero lo querían poner a Daniel Lagos”, una joven promesa mendocina “para que vaya él”.

—Pero si él no ganó —objetó el púgil, y la queja derivó en un combate en el Luna Park, una especie de desempate.

Aquello que a Rubén le quisieron sacar desde una oficina de la Federación de Boxeo, lo volvió a conseguir en el cuadrilátero. “La hinchada mía me pagó el viaje porque desde la Federación me decían que no podían pagarlo”, recuerda con emoción tamaña gesta en la catedral del boxeo argentino: “Las 10 veces que peleé ahí, llené el estadio”.

“Hasta el día de hoy me cuesta creer que pude representar a la Argentina en unos JJOO”, reconoce con asombro este hombre que bajó una categoría (de peso Gallo a Mosca) para tal ocasión. En tierras estadounidenses tuvo su único combate olímpico, el 31 de julio, ante el dominicano Laureano Ramírez. La delegación de boxeadores también estuvo integrada por un futuro campeón mundial como Pedro Décima. 

Su carrera iba en ascenso. Al año siguiente cruzó unas palabras con Nicolino Locche, quien le pronosticó “un futuro enorme”. En el 86 –tras 75 peleas en el amateurismo con sólo dos derrotas– pegó el salto al profesionalismo: tuvo 9 peleas, de las cuales ganó 5 (3 por nocaut), perdió 3 y empató en otra oportunidad. Pero un corte abrupto se produjo mientras hacía sus primeros pasos en el campo rentado: la muerte temprana (a los 6 meses) de un hijo le hizo colgar los guantes: “No quise saber más nada con el boxeo”. 

Las clases de boxeo que dicta en el gimnasio Máster de Laferrere (ubicado en el km 25 de la ruta 3) fueron una vía de escape contra esa situación que lo puso contra las cuerdas. “La idea es sacar a chicos de la calle. He llegado a tener más de 50 pibes”. Y a sus 61 años, afirma que se siente uno más del grupo: Me gusta hacer eso porque entreno yo también, me ayuda muchísimo. Estoy en buen estado, entreno todos los días. No fumo, no tomo, el deporte fue mi vida”. Y cierra con un sueño, que hasta hoy le causa cierta gracia: “Gracias al deporte conocí Disney. Tenía 18, 19 años y aún pensaba que los muñecos eran verdaderos. Ahora estoy enloquecido por llevar a mis nietos”.

A pelearla desde chico

La vida de Rubén Carballo fue un ring. Y como todo boxeador, no le escapa a la lucha. “Mi infancia fue en una familia muy pobre”, rememora. Cinco hermanos criados por una madre, Rosa Margarita Carballo, que entre muchas otras cosas le dio el apellido. “Mi mamá, que no vivía con mi papá, trabajaba hasta las 6 de la tarde, así que no comíamos en casa, sino en la de unos amigos con los que jugábamos a las bolitas en la calle”, cuenta.

El Cata tiene una visión muy crítica del gobierno actual, sobre todo por su política respecto a la soberanía de las islas. Sostiene que a este 2 de abril, primer Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de las Malvinas bajo la gestión de Javier Milei en la Casa Rosada, lo vivió distinto: “Esto se pone cada vez más duro, porque no cumplen con lo que prometieron. Sólo en esta fecha se acuerdan de los veteranos, es duro para uno”. Además, no se explica “cómo puede haber ganado este hombre siendo admirador de la Thatcher”, referente del Reino Unido en la guerra. “En mi vida lo votaría”, afirma, y agrega: “Las Malvinas son y siempre van a ser argentinas, independientemente de lo que haga este Presidente”. 

Cada jueves del año se junta con los veteranos de su camada, de la clase 62, a comer asado y jugar un rato al fútbol. La pensión que recibe por defender a la patria en Malvinas “no me hace rico, pero me permite llegar bien a fin de mes”. Comenta que en sus clases de boxeo ya mandaron a un par de pibes con futuro al gimnasio de Brian Castaño, aquel campeón mundial superwelter de la OMB entre 2019 y 2022. Pero su principal pelea es otra: “Me gusta ayudar a la gente que necesita lo que yo necesité en la infancia”.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 06/04/24

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