Obrera de la militancia, ex presa política y sobreviviente del terrorismo de Estado, Ema Lucero fue una de las impulsoras de la creación del Museo de la Memoria e integró su primera comisión directiva. Un documental hace foco en su vida y en su historia de lucha. 

Ema Lucero siempre sonríe. En la ronda de los jueves, además de llevar caramelos, si te acercás a conversar, te cuenta algo mientras te acaricia las manos. Ema va a la ronda, con sus 88 años, y te alienta. Algo se puede hacer. “Hay que luchar”, te dice. Y la oscuridad parece encontrar una hendija. Ema se parece mucho a la imagen que nos contaron de la abuelita buena, pero ya es hora de abandonar la confusión entre dulzura y debilidad. Ema enseña a luchar. Es una gigante petisa que empezó a militar a los 13 años, en las unidades básicas de mujeres que impulsó Evita. Toda su vida cosió, era camisera. Fue una obrera de la militancia, cosió con amor los vínculos en las cárceles de la dictadura para desmentir la frase aquella “de acá van a salir muertas o locas”. “Las más jóvenes venían corriendo a refugiarse debajo de mis alas cuando les pasaba algo”, cuenta ahora, Ema, sin jactarse.

Ema canta y baila, en cualquier momento, en cualquier lugar. Juega. Trae la alegría como un regalo que ella brinda y disfruta. Es imposible escribir sin hacer un recorte. Una vida como la de Ema merece libros enteros.

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En la última visita guiada de la muestra Revolucionistas, en abril de 2019, en el Centro Cultural Fontanarrosa, Ema pasó –apenas– desapercibida, incluso cuando era una de las protagonistas del video de la sala donde se registraban las experiencias de resistencia de mujeres detenidas durante la última dictadura militar.

En otro espacio, el de las Intersecciones, había una foto de la visita a Rosario de Evita, en 1948. Ema tomó la palabra: “Yo estuve ahí”, dijo sin estridencia. Y se largó a contar cómo, cuando era una piba, fue a recibir a la abanderada de los humildes en la inauguración de la sede de la CGT, en Córdoba al 2000. Que Evita le dio la mano.

El momento fue mágico, las personas presentes en ese recorrido no lo olvidarán.

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Ema nació en Unquillo, el 19 de octubre de 1935. Estaba por cumplir 10 años cuando el coronel Juan Domingo Perón fue encarcelado en la isla Martín García, y el pueblo lo liberó. Su familia salió a la calle, en Villa Mugueta, para exigir la libertad.

Desde ese momento, Ema vivió en una (numerosa) familia peronista. Obrera y peronista. Siempre supo que había que luchar contra las injusticias. Después de 1955, formó parte de la Resistencia Peronista. En 1957, Héctor Ivaldo fue detenido por esa militancia. Ema lo visitaba en la cárcel. Él salió en 1965. Se casaron y tuvieron tres hijos: María Inés, María la Negra y Flavio.

“En 1966, 1967, me acerqué al Partido Revolucionario de los Trabajadores”, cuenta Ema en el documental que lleva su nombre, a secas. No cuenta mucho de su militancia. En el documental, Eva Balestri, que convivió con Ema, rememora: “Había como un empuje, una fuerza, una convicción de toda esa generación, no parte de ella. Nuestra militancia era dedicada full time, de por vida, la familia, los chicos, todo era parte de la militancia. Era el proyecto y el futuro que le dejábamos para los chicos. Esa era la cabeza que teníamos”.

En 1975, Ema pertenecía al PRT y vivía en Morón, en provincia de Buenos Aires. Allí empezó a organizar una vecinal. Lo dice así: “Ema tenía una relación muy linda con algunas vecinas, nuestros hijos jugaban con los chicos de ahí”. Todo eso quedó trunco.

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A Ema la secuestraron el 3 de abril de 1975. Cuando habla de esa tarde, abandona su tono cantarín para alojar el dolor que todavía atraviesa su cuerpo. “Empezaron a los tiros por el fondo de mi casa, y ahí empecé a ver por la celosía de la persiana mucha gente que llegaba al patio, y de repente gritan: Salgan todos, con las manos arriba, sino tiramos, matamos a quien sea”. Ema no estaba sola. “Tomé a mi bebé, que lo estaba bañando, lo envolví en un toallón y pegué el grito para decir que no tiren, que iba a salir una mujer con un bebé en brazos. Salí por el fondo, en cuanto puse el pie afuera me tiraron abajo a patadas y al nene lo puse a un costado para que no lo golpearan”. Flavio tenía once meses. “Empezaron con gritos, preguntas, golpes para mí. Yo trataba de que no le pegaran a mi hijo”. La tuvieron unas cuatro horas así en su casa. La llevaron. Esos primeros días de torturas, submarino, picana, fueron también de incertidumbre. ¿Dónde estaba? Una compañera reconoció la Brigada San Justo. Luego la trasladaron a la Brigada San Martín. Allí, una celadora le contó que ya tenían “distribuidos” los hijos de las detenidas-desaparecidas. El gordito era para ella. El “gordito” era Flavio. Más tarde, la llevaron a la cárcel de Olmos y finalmente, a Devoto, donde a partir de noviembre de 1975 concentraron a todas las detenidas políticas. “Nunca hablé mal de una compañera”, dice Ema. La unidad entre todas, más allá de identidades políticas, era una clave para sobrevivir. Y lo colectivo, como te corrige cada vez que la elogias. Reír, cantar, bromear. Ema sabía cómo convertir una celda en un nido.

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Ema salió en libertad el 3 de abril de 1981. Libertad vigilada. Su familia no había podido viajar para buscarla pero sí lo hizo una compañera. Llegó a Rosario el 4 de abril y se reencontró con sus hijos, que habían sido cuidados por Petrona, una de sus hermanas mayores. “No fue fácil” reconstruir ese vínculo truncado por el secuestro, la desaparición, la cárcel, los dolores. Hoy Ema vive con Petrona. Le agradece aquellos años de amor y cuidados hacia sus hijos.

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Con la democracia, vino otro compromiso, otra militancia. Ema participó del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH) y en el Servicio Paz y Justicia (SERPAJ). En la década en la que se consagró un nuevo ciclo de exclusión social, Ema fue una de las fundadoras de la Coordinadora de Trabajo Carcelario (CTC). La conocí mucho después. Y sin embargo, puedo imaginarla, en los 90, cuando recorría cárceles y comisarías para escuchar los relatos de los que llama “presos sociales”, más conocidos como “comunes”. Una Ema cincuentona ofreciendo su corazón a esos chicos, a esos hombres nacidos en los márgenes de todo, que eran metidos en buzones de castigo durante días. Como ahora. “Emita es como mi mamá”, dice un militante de aquellos años. No se publicará su nombre porque se trató de una conversación privada. “En los 90, quienes militábamos en organizaciones de derechos humanos y no teníamos familiares de desaparecidos no éramos tan bien vistos. Y Emita nos abrazaba. Tampoco era tan fácil defender la posición de militar en las cárceles, contra la violencia institucional del presente. Ella también fue fundamental para eso”. Lo dice con la emoción a flor de piel. Ema se agiganta.

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“Entre las tantas actividades que desarrollé en el transcurso de mi vida en libertad quiero destacar particularmente la creación del Museo de la Memoria de Rosario, en la que participé activamente desde sus inicios y de cuya primera comisión directiva formé parte durante ocho años”. Esto escribió Ema Lucero en el libro virtual Nosotras en libertad, que recoge las experiencias de unas 200 ex detenidas políticas. Esta publicación se realizó después de la pandemia, pero hubo otra, en 2006, Nosotras, presas políticas, de la que Ema también participó. “Allá por 1996, un grupo de ex presos y presas políticos de la asociación de Rosario comenzamos a impulsar la creación del Museo de la Memoria, para lo cual formamos una comisión Pro-Museo que invitó a once organismos de Derechos Humanos (DDHH) para definir en conjunto los lineamientos de lo que sería ese sitio de memoria que aspirábamos a crear”, contó Ema sobre su inicial compromiso con un Museo donde también está su impronta. El de Córdoba 2019. “El lugar elegido para su sede definitiva fue un edificio situado en Córdoba y Moreno, que había sido la sede del Comando del Segundo Cuerpo de Ejército: por allí habían pasado los detenidos que luego irían a los centros clandestinos de las siete provincias que abarcaba. Al ser propiedad del Ejército fue muy difícil lograr su desafectación y posterior expropiación”, sigue el relato de Ema.

Foto: Fer Der Meguerditchian

“Finalmente, el 10 de diciembre de 2010, después de numerosos escraches e interminables gestiones ante el gobierno nacional para lograr la expropiación, se logró tomar posesión del edificio y, luego de las necesarias refacciones, nuestro Museo de la Memoria comenzó a funcionar allí el 24 de marzo de 2011. Cuenta con una muy buena biblioteca y es visitado por muchas escuelas primarias y secundarias durante el período escolar, que son atendidas por excelentes guías”.

Aunque ya no integra la Comisión directiva, Ema concurre al Museo, da charlas en escuelas, se involucra en la construcción colectiva, en la transmisión de las memorias.

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Ema se llama el video que hace foco en su vida inabarcable. Lo hicieron en forma “colectiva y horizontal” su hijo Flavio, Horacio de Braza, Gabriela Carlini, Mario Gómez Casas y Maite Brunswig. Las luces, las plantas, los colores que enmarcan el resto de la película, que es también un testimonio de amor hacia Ema, se suspenden sobre un fondo oscuro para dar paso al horror. Cuando se lo mostraron, Ema les pidió que no cortaran la parte donde contaba su secuestro, era importante que quedara completa esa experiencia. 

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¿Cuál es el secreto de tu vitalidad?, le pregunto. “El amor”, responde. “El domingo a la mañana no puedo porque cocino para todos”. Ema tiene 88 años, y recibe a toda su familia en su casa. Hijes, nietes y bisnieta se reúnen a su alrededor, la festejan, la disfrutan. Con Olguita, otra compañera admirable, Ema borda pañuelos, banderas, pancartas para los aguantes en los juicios por delitos de lesa humanidad. ¿Cuál es el secreto de tu vitalidad?, le pregunto. “El amor”, responde.

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Ema Lucero siempre apuesta a seguir. El 7 de marzo de 2024 fue homenajeada en el Museo de la Memoria, con la proyección del documental Ema. La gran pantalla se puso en el patio, que estaba repleto. Las sillas resultaron escasas, había personas de distintas trayectorias, todas convocadas por la figura de esta militante inclaudicable.

La llegada de Ema fue accidentada: la llevaba su hija María Inés en el auto, y la chocaron de atrás. No pasó nada, pero eso la demoró, y ella es muy puntual. Le sumó nervios a un día que ya venía con mucha expectativa. Estaba feliz, pero también nerviosa. Cuando entró, se desató la primera de muchas ovaciones de la tarde.

Ema miró el video, recibió flores, se abrazó con todas las personas que se acercaron a felicitarla. Se subió al escenario, respondió preguntas. Al final, hizo un llamado desesperado a unirse para combatir el hambre y la violencia que hoy imperan en el país. Era miércoles. Ema nunca falta los jueves a la Plaza 25 de mayo. “Mañana nos vemos en la Ronda”, fue su propuesta final.

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En estos días nos preguntamos ¿cómo salir de esta oscuridad? El golpe no fue militar, pero se siente en el hambre del pueblo, en el atentado hacia una militante de Hijos, en la crueldad organizada para destruir cualquier atisbo de organización popular. ¿Cómo enfrentamos esta derrota? Mucho se habla de memoria, testimonio, cómo llegar a las nuevas generaciones, cómo lograr que nos escuchen más que a los cantos de sirena del individualismo, del libre mercado. Me gustaría que todas, todos, todes escuchen a Ema. Que ronden con ella, que levanta orgullosa los pañuelos blancos. Que nos miremos en su espejo gigante.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 06/04/24

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