Mientras el putrefacto castillo de naipes de la economía mundial se cae a pedazos y los presidentes del mundo rico intentan salvar el honor y el bolsillo de sus patrones, los impunes jugadores de póquer de la economía especulativa mundial, yo no paro de pensar, desde Francia, en los obreros de la construcción de Rosario. Con la reciente muerte de Mariano Zaragoza, de 24 años, ya son siete los trabajadores de este gremio fallecidos en Rosario este año. Las circunstancias de estas muertes y sobre todo la impunidad que beneficia a sus responsables, hacen hervir la sangre. Por Jorge Liporace, desde Francia.

 

Siguiendo de manera imprecisa la senda de la escritora Simone Weil, que tenía la sana costumbre de mechar su actividad intelectual, con temporadas de trabajo en las fábricas y en los campos de Francia, me suelo ganar la vida con trabajos manuales. Caigo en ellos algunas veces por curiosidad pequeño-burguesa, cada vez menos, y otras por la simple necesidad de parar la olla, educar a mis hijos, pagar alquileres y esas cosas. Trabajo como periodista cuando puedo y cuando no puedo trabajo de cualquier cosa, lo que sea, como todo el mundo. Ahora mismo hago changas en la construcción, soy un ocasional obrero amateur.
Hace unos años trabajé como peón en una gran obra en los Pirineos. Releo una vieja libreta y sigo. Durante los meses que allí estuve aprendí algunas cosas acerca de la insignificancia humana, un poco sobre la explotación entre los hombres, la imbecilidad de los teóricos del sufrimiento ajeno y lo que significa pertenecer a la clase obrera mundial, que en realidad, por estos días, parece no significar absolutamente nada.
En ese tiempo duro e inolvidable de mi vida, se produjo la muerte de un compañero albañil. El muchacho era un portugués encantador, solidario y divertido; era además, muy eficaz en su trabajo, pero padecía, lamentablemente, de una temeridad infantil increíble que finalmente lo llevo a la muerte. Tenía, como Zaragoza, 24 años.
La muerte del obrero portugués quedó grabada en mi memoria como un hecho trágico del que algún día, pensé, podía extraer y compartir algo de experiencia. Hoy escribo estas líneas para RR y recuerdo las circunstancias de esa muerte de ese obrero; extrapolo lo vivido en aquel tiempo al Rosario de hoy y veo que las causas que convergen en la muerte de un obrero de la construcción son siempre las mismas en todos lados. Muertes evitables, frase hecha, pero, por el estado de cosas, inexorable al mismo tiempo. Paso a contarles, simplemente, lo que yo sé, que es mucho menos que lo que sabe un obrero.
Trabajar en la obra en construcción es duro, muy duro, no es digamos, una clase del Método Pilates. Allí no hay epistemología que valga. Los obreros, aun los más calificados, se exponen de forma permanente a una serie de tareas de una rudeza y una exigencia físicas enormes. Si uno es peón, las cargas que debe soportar, los esfuerzos, movimientos violentos e inapropiados que exigen las tareas minan, socavan, la resistencia física humana sin contemplación. Los años y la experiencia enseñan a los obreros a optimizar los esfuerzos pero la fatiga no deja de demolerlos. El contacto del cuerpo humano con materiales sólidos, ásperos y punzantes es permanente. Son constantes los machucones, los golpes en las manos y diferentes partes de un cuerpo que termina por aceptar la dura ley de la obra. Las sierras circulares sin protección, las masas, roldanas y los martillos neumáticos son herramientas que exigen en su manipulación una psicomotricidad perfecta, de no ser así, suelen provocar enormes daños en el cuerpo humano. La explotación obrera y la exclusión social, junto a los magros salarios, no suelen ayudar al equilibrio cuerpo-mente.
En medio de una gran presión por finalizar la obra cuanto antes, la falta de experiencia, el agotamiento y la inconsciencia a veces, llevan a los obreros a ponerse en riesgo de forma permanente. La fatiga no deja pensar y los accidentes llegan. Es en ese punto exacto, en ese eclipse de riesgos superpuestos, en donde la seguridad debe funcionar y es allí precisamente en donde nunca funciona. Los riesgos de altura y la falta de protección para evitarlos son una constante. La rentabilidad de la empresa se resiente si los andamios son sólidos, si las aberturas en los suelos se protegen con cubiertas, si los pasajes peligrosos se acompañan con líneas de vida o si se pierde el tiempo obligando a los trabajadores a ponerse un arnés en las maniobras peligrosas Los obreros son poca cosa para los empresarios de la construcción, para ingenieros y arquitectos técnicos, para futuros felices propietarios. ¿Para que protegerlos? ¿Para qué ocuparse de la seguridad laboral en un país en donde las multas son irrisorias y las empresas siempre logran gambetear a la justicia?
Mi compañero portugués murió por una tontería. Siempre son tonterías. Simplemente intentó perforar una losa de cemento con un martillo neumático que tenía el objeto de hacer pasar un futuro ascensor. El orificio debía tener planta cuadrada, tres metros por lado. El accidente se produjo cuando, luego de bordear los contornos de la figura con el martillo, toda la losa se desplomó, junto con el obrero. El hombre, en un exceso de confianza, estaba dentro del cuadrado cuando la superficie cedió, su muerte fue instantánea. Si las obligatorias planchas de protección hubieran estado en su sitio, el obrero estaría ahora cantando fados con su familia por las calles de Lisboa.
En los momentos posteriores al accidente, esto es importante, lejos de ponerse a llorar al empleado herido o muerto, el capataz, el arquitecto técnico y los encargados de la obra se suelen lanzar a una frenética carrera con el fin de borrar las pruebas que los puedan inculpar. Allí en donde no había barreras de seguridad, estas aparecen, los huecos peligrosos son cubiertos de rampas o planchones que no permitiría la caída de una hormiga. Todos los arneses y cascos que dormían llenos de polvo en algún rincón emergen como por arte de magia.
Luego de esta misse en scène, todo está listo para que lleguen los peritos, suele haber, al pasar algún apriete hacia los obreros para que no abran la boca, a veces ni es necesario. Los empleados que trabajan en negro desaparecen en el acto. O sea que cuando llegan los técnicos de la justicia o del Ministerio de Trabajo, quien sea, todo está listo para que jamás se conozcan las causas del accidente. A veces las pruebas no se pueden borrar en el acto. Se tarda un tiempo en desplazar toneladas de tierra que cubren cuerpos de dos obreros muertos.
Los obreros saben perfectamente como mueren sus compañeros, pueden describir las causas de un accidente con pelos y señales, el problema es que como siguen trabajando en la obra, para la empresa implicada, jamás dirán nada a la justicia, a los peritos. Si hablan, si cuentan lo que saben, son automáticamente despedidos. Si de todas formas deciden hablar, recibirán la visita de apretadores o chantajistas.
Una actividad económica como la construcción, que se suele vender como dinamizadora del desarrollo y que es siempre sospechada de lavado de dinero, abuso y explotación de los obreros, podría contar con un empresariado honesto que por una vez defienda y proteja a sus trabajadores. Como al empresariado, está comprobado, lo único que le interesa es ganar más y más dinero a toda costa, queda en los sindicatos y el gobierno la tarea de defender a los sacrificados obreros. Visto lo visto, al gobierno y al sindicalismo les importa un bledo la clase obrera, a la que sólo le queda defenderse a si misma.
En medio del ocultamiento e impunidad reinante, la voz de Narciso Cantero, de la agrupación Manos a la Obra. La lucha de este hombre, que es obrero en serio, emerge como un grito de alerta claro y justo. Cantero es un trabajador consciente de los riesgos reales que tiene el oficio y sobre todo de la cadena responsabilidades en los accidentes. El hombre denuncia ante los medios con coraje los mecanismos en las muertes de sus colegas y las formas de prevenirlas. La dignidad de Cantero, y la de tantos otros trabajadores, deja en evidencia a una parte de la estructura sindical traidora de los intereses de los trabajadores. Apoyo, entonces, a Cantero y todos los que luchan por la justicia en el mundo del trabajo, aun a riesgo de perder el propio.
Como decían unas pintadas de estudiantes rosarinos a propósito de estos hechos: Basta de muertos. No son accidentes son homicidios. Ni uno más. Ni en Rosario, ni en ningún lugar del mundo. Respeto eterno a los compañeros de la obra.
 

Jorge Liporace

foto Accion callejera

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