Los perfiles de los principales opositores del gobierno nacional. Algunas estrellas mediáticas del momento y un nuevo concepto que asoma en la moda de la política argentina: el federalismo.

Aclaro que el título del presente artículo no hace referencia a ninguna forma impositiva. Es más, le pido al Sr. lector que juntos hagamos un ejercicio y traigamos a la mente a los principales referentes políticos que han sido noticia en los últimos sesenta días en la Argentina por criticar al gobierno nacional. De ese listado, excluyamos a Mauricio Macri. ¿Qué une a Carrió, Morales y Cobos con Solá, De Narváez y Reutemann? En primer lugar, ninguno de ellos tiene responsabilidades ejecutivas de gestión. Y –en segundo término– ninguno tiene compromiso con el éxito de sus gobernadores de provincia.

¿Por qué excluimos a Mauricio Macri? Porque –sencillamente– gobierna el distrito con más alto PBI per cápita de la Argentina y los más bajos índices de desocupación, pobreza e indigencia. Nada de lo que pasó en los ’90 (achique del Estado, híper desocupación, incremento exponencial de la pobreza e indigencia) afectó seriamente el humor social promedio de los porteños. Sólo el “corralito” los sacó a la calle, cuando en los conurbanos industriales las consecuencias nefastas del modelo venían haciendo estragos desde principios de la década.

Aunque miles de habitantes de la Ciudad de Buenos Aires requieran presencia del Estado para garantizar una mínima calidad de vida (Villa 31, Pompeya, La Boca, Barracas, etc.) los recursos económicos con que cuenta el gobierno local brindan la posibilidad de atender estas situaciones con cierta eficiencia. Basta un ejemplo para ello: mientras Macri trata de coordinar acciones en seguridad, tránsito y acceso a la salud con la Provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli tiene que enfrentar desde el otro lado de la General Paz el desafío de gobernar una provincia con problemas sociales y económicos muy diferentes. En síntesis: Macri tiene los márgenes de autonomía política propios del distrito con mayor desarrollo relativo del país.

Cerca de Mauricio, Felipe Solá ha dejado la gobernación en diciembre de 2007 antes que comiencen los problemas económicos. Nunca tuvo responsabilidades para con el “territorio” bonaerense con mayores demandas. Se rodea de profesionales y técnicos que fueron sus funcionarios desde que reemplazó a Ruckauf en el gobierno provincial y su vinculación con el sector agropecuario, que lo hizo Secretario de Agricultura durante casi todo el menemismo (período en el que los pequeños productores casi desaparecen del escenario productivo argentino), le facilita las cosas en el interior bonaerense.

Su socio De Narváez tiene los recursos económicos personales necesarios para gastarlos en lo que se le ocurra dentro de la política. Los exorbitantes gastos de su campaña electoral permanente dejan claro que la política es para De Narváez una de las tantas inversiones de su portafolio de negocios.

Elisa Carrió no tiene la menor responsabilidad territorial en el Chaco y si la tuviese no se comprometería en nada con el gobierno de Capitanich. La líder de la Coalición Cívica es “ciudadana del mundo”: podría ser candidata porteña, bonaerense o Maldonado en Uruguay. No tiene desarrollo de militancia de base ni estructura de funcionamiento que sostener. Su construcción política es claramente mediática sobre una identidad que mezcla el Apocalipsis futuro y la denuncia permanente de los que tienen responsabilidades de gestión. No es casual que se lleve mal con Macri, Binner, Scioli y más aún con Cristina.

Mientras tanto, Gerardo Morales trata de conducir al radicalismo remontando la cuesta del fracaso de la Alianza. Es oposición a Fellner en Jujuy y esconde su pasado de funcionario “sushi” de Fernando De la Rúa. Puede decir lo que quiera contra el gobierno y hacer campaña en la costa argentina porque no tiene que cuidar los intereses de ningún gobernador del país.

Julio Cobos es –una vez más– un caso emblemático. Perdió la provincia de Mendoza por lo que no tiene responsabilidades con el éxito o el fracaso de Celso Jaque. Es parte del oficialismo nacional gobernante pero después del 17 de julio pasado hace y dice lo que quiere sin ningún sentido de responsabilidad política para con el gobierno que lo hizo Vicepresidente y jefe del Senado. Arma listas opositoras, participa de reuniones políticas anti K y no duda en reunirse con todo aquél que critique ciegamente a la Presidenta de la Nación. Dice que continuará en su puesto para respetar el mandato popular, como si los que votaron a Cristina y Cobos aprobaran sus pasos políticos luego del desenlace parlamentario de las retenciones móviles. Su caso es una novedad institucional mundial y un “test case” para cualquier analista de la política.

Algo parecido pasa con Reutemann, la estrella mediática del momento. Está enfrentado a Binner en Santa Fe y nada ideológico lo vincula con el destino del gobierno nacional. Acompañó a Menem en el 2003 y cabalgó sobre la ola kirchnerista en la medida que las encuestas marcaban que estar cerca del santacruceño era la posición políticamente correcta. Cuando cambió el viento, empezó a distanciarse. No ayuda a los intendentes de Santa Fe en sus necesidades de gestión y la tarea parlamentaria nunca le insumió más tiempo que el necesario para asistir a las sesiones. Durante varios años ha sido un ausente en la tarea política territorial y a partir de esto también le sobra tiempo para imaginar su destino provincial y nacional.

¿Qué estamos queriendo decir con esto? Que la oposición nacional está dominada por un puñado de dirigentes que pueden hacer y decir cualquier cosa ya que ninguno tiene otra responsabilidad política que no sea la planificación de su destino personal. Y esto es lo peligroso del tiempo que estamos viviendo. La NO responsabilidad política de algunos inscriptos en una hipotética candidatura de mediano plazo cotiza en alza cuando el mundo tiembla a nuestro alrededor.

Los medios de comunicación realimentan una opinión pública que pide “diferenciarse” de los Kirchner. Cuestionados por un sector amplio de la clase media luego del conflicto con el campo, la “sensación térmica” premia a los que se alejan de las responsabilidades políticas de gestión. Los que no se encuentran al frente de espacios de gobierno disfrutan de la libertad de movimientos mientras ven cómo los funcionarios ejecutivos de cualquier nivel, sufren el desgaste lógico de toda gestión de gobierno.

Socialmente se valora un supuesto compromiso con el federalismo de los que no tienen responsabilidades de gestión cuando su historia política los hacen irresistibles a los archivos. Dicen defender a rajatabla los intereses de sus provincias aquellos mismos “líderes” de opinión que firmaron los pactos fiscales, privatizaron empresas públicas y desmantelaron las estructuras del Estado de Bienestar en sus provincias y fueron funcionarios del área agropecuaria cuando el campo era económica y productivamente inviable.

Este “federalismo irresponsable” los aleja del ejemplo de los gobernadores de los EE.UU. que no dudan en sentarse con Obama para pedirle obras de infraestructura y asistencia social, dos aspectos que el actual gobierno argentino nunca ha dejado de garantizar, aunque sea mucho lo que falta por hacer. O sea: los gobernadores de uno de los países más federales del planeta piden lo que acá ya existe mientras los dirigentes políticos de un país en desarrollo como la Argentina plantean debilitar al gobierno nacional pidiéndole que baje impuestos, ceda ante las corporaciones y se endeude con el FMI. ¿Suena loco, no?

Quizás la rápida salida de la crisis que vivió la Argentina luego del 2002 nos mal acostumbró a todos. La recuperación veloz puede habernos hecho perder la conciencia de la gravedad de la situación vivida. Estamos a tiempo de aprender de la experiencia para que la irresponsabilidad dirigencial no nos lleve a un nuevo colapso. Podremos entender esto ahora. O cuando una nueva crisis deje a los más vulnerables nuevamente a la deriva.

(*) Departamento de Análisis de Coyuntura de la Fundación para la Integración Federal (Funif) Rosario 

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