La Cumbre del G-20 celebrada en la ciudad de Pittsburg, en los Estados Unidos, ha arribado a una serie de acuerdos que van desde los esperados hasta los impensadamente novedosos. Sin dudas, el que más ha acaparado la atención de la prensa y la opinión pública ha sido la decisión de convertir al G-20 en el mecanismo desde el cual se monitoreará la situación económica mundial de ahora en adelante, desplazando y dándole fin al G-8, que agrupaba a las naciones más industrializadas del planeta y al G-14 que reunía a los principales países emergentes.

Este acuerdo, propiciado por los Estados Unidos, tiene varias lecturas. Por una parte, es un reconocimiento de que si la crisis financiera desatada a fines del 2008 no ha tenido una gravedad mucho mayor que la que tuvo –y tiene– ha sido gracias a el rol de locomotora económica jugado por los principales países emergentes, entre los que sobresalen China, la India y Brasil.

Paralelamente con esto, es un reconocimiento de que las principales potencias económicas han perdido una cuota de poder político evidente como consecuencia de esta crisis y que no les es sencillo imponer recetas a libro cerrado sin el concurso de otras naciones a fin de generar consensos más amplios. Pero también, y esto es bueno señalarlo, puede ser una sutil manera de socializar las pérdidas en el largo plazo.

A cualquiera le provoca, por lo menos, un fruncimiento de entrecejo cuando contrasta los grandes anuncios de este tipo con lo que ha sido la constante del comportamiento histórico de los grandes poderes políticos y económicos. Como bien reza el dicho, cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía.

Lo concreto es que en principio existe un acuerdo para que el Grupo se ocupe de la marcha de la economía mundial y adopte decisiones para garantizar el desarrollo a largo plazo y evitar que lo que ocurrió en el 2008 se vuelva a repetir. Los que sobresalen en el documento final de la Cumbre son los referidos a la cesión de votos en el seno del FMI y del Banco Mundial por parte de los países desarrollados.

En el caso del primero, estos países se desprenderán de un 5 por ciento y en el del segundo de un 3 por ciento, los cuales irán a manos de los países en desarrollo. Asimismo, se avanzaron en políticas que procuren el sostenimiento del empleo (el tema en el que la Argentina se ha mostrado más proactiva) y un control más ajustado sobre los paraísos fiscales y los bancos de inversión.

Pero a pesar de toda esta serie de acuerdos, parece que los problemas de fondo todavía persisten. Y esto explica también en parte la apertura del juego a la cual se han avenido los países más desarrollados. A un año de producida la crisis, buena parte del sistema financiero responsable de la misma ha visto no sólo recuperar las multimillonarias pérdidas sufridas, sin además, gozar de ingentes ganancias. Y esto es producto de dos movimientos paralelos. Por una parte, el que tiene que ver con la naturaleza fugaz del vacío. Los espacios dejados por los gigantes financieros que sufrieron la quiebra al inicio de la crisis (Goldman Sachs, Merryl Lynch, Lehman Brothers, etc.) fueron llenados a partir de fusiones celebradas a último momento, o fueron ocupados por sus adversarios.

Por la otra, el de la puja permanente entre el sector público y el privado. La tan promocionada regulación de los mercados financieros por ahora sólo se queda en los enunciados. Los grandes bancos siguen haciendo sus negocios apelando a los mismos mecanismos que provocaron la crisis. Sólo que ahora lo hacen con el colchón que les permitieron construir los paquetes de estímulos desembolsados por los Estados de las economías más afectadas.

Dicho en otros términos, la desaparición de numerosas entidades financieras y el reordenamiento de las instituciones remanentes sólo han provocado la concentración del mercado en menor cantidad de manos, lo cual ha convertido al mercado financiero en un oligopolio mundial de muy difícil control. Y si a este oligopolio se lo sostiene además con un colchón equivalente al 30 por ciento del PBI mundial (alrededor de 18 billones de dólares), está claro que los grandes ganadores de esta crisis ya tienen nombre y apellido. De ahí el gran signo de interrogación que acompaña a todos los acuerdos surgidos del G-20 o de cualquier otra instancia de concertación internacional.

Asimismo, si se tiene en cuenta que la reacción de estos bancos ha sido la brutal contracción del crédito para la inversión y el consumo (situación que al día de hoy aún se mantiene), el resultado inevitable ha sido la desaceleración de la economía mundial que ha impactado directamente en los niveles de empleo en la mayoría de las naciones. Como es costumbre en el sistema capitalista de los últimos 40 años, los costos de la crisis se trasladan hacia abajo. Todo lo cual pone en claro, también, que los perdedores de la crisis tienen nombre y apellido.

Todo esto abre grandes interrogantes de cara al futuro. Los movimientos políticos en los principales países no son una señal alentadora para que un cambio profundo se produzca. La Canciller alemana Angela Merkel logra su reelección apoyada por una coalición neoliberal. Barack Obama está sometido a una enorme presión para dejar de intervenir en el mercado financiero. Lo mismo ocurre con España y Francia.

Mientras tanto, del lado de los países emergentes, quienes han salido más beneficiados de los acuerdos de Pittsburg han sido Brasil, China, India y Rusia. Ellos son los principales destinatarios de la cesión de votos en el seno del FMI y del Banco Mundial, si bien esto no altera en absoluto la configuración de poder en el seno de ambos organismos.

Es por eso que la Argentina se ha mostrado indiferente ante estos cambios en las entidades financieras internacionales. Y ante la interpretación de los medios nacionales que, en medio de la disputa por la ley de medios, intentan de cualquier manera poner al gobierno frente a contradicciones de discurso afirmando que la Argentina firma un acuerdo en donde acepta controles del FMI, los funcionarios se encargaron de explicar que existe un acuerdo para que ese organismo se ocupe de proporcionar asistencia técnica para monitorear y ayudar a los países miembro del G-20 respecto de su situación económica. Sin embargo, esta asistencia es voluntaria y no representa un condicionamiento para la participación plena en el seno del Grupo.

Departamento de Análisis de Coyuntura
FUNIF Rosario
 

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