Aceptar el Nobel

Para el New York Times Obama tenía que rechazar el Nobel de la Paz , “un galardón inmerecido y demasiado democrático como para seguirle la corriente a Europa con sus patrañas”. Además menospreciaron al jurado, al decir que es "un comité formado por cinco oscuros noruegos".

La traducción de un artículo de Ross Douthat traducido en la edición de este martes de La Nación por Mirta Rosenberg, es una muestra del triste debate conservador de la prensa estadounidense, que en vez de defender el prestigio de la figura presidencial de Barak Obama, lo pone en ridículo y hasta lo hace responsable por una crisis económica que generó la gestión anterior y que hundió a Estados Unidos en la recesión.

Dicen que haber recibido el Nobel le da pasto a los republicanos, a quienes les cayó del cielo la idea central para un fácil ataque publicitario en esta época de recesión. “Gracias, no me defiendan más”, podría decirles Obama.

Claro, estos tipos hubieran estado orgullosos como estadounidenses con un premio Nobel a la Guerra y la Muerte.

Aquí la nota:

El gran error de Obama: haber aceptado el premio Nobel

Para Barack Obama, era una gran oportunidad.

Era la oportunidad de liberarse, de un solo golpe, de la carga que ha entorpecido su presidencia: las expectativas no plausibles, los sueños utópicos, el alboroto mesiánico.

Era el momento de trazar un claro límite entre sí mismo y el exceso de entusiasmo de los "obamófilos", tanto en Estados Unidos como en el exterior, que depositaron sus anhelos poscristianos y posmarxistas en el recipiente de su campaña de 2008.

Estaba ante la oportunidad de establecerse, definitivamente, como un presidente de Estados Unidos, un mandatario con suficiente confianza en sí mismo como para no aceptar un galardón inmerecido y demasiado democrático como para seguirle la corriente a Europa con sus patrañas.

Pero no la aprovechó. En cambio, aceptó el Premio Nobel de la Paz.

Gran error.

La gente ha alegado que no se puede rechazar un Premio Nobel. Por favor. Por supuesto que se puede. Obama es un talentoso orador, con redactores de discursos de primera línea mundial. Sólo tenía que pronunciar un discurso simple y elegante que subrayara su imposibilidad de aceptar ese enorme honor durante su primer año de presidencia, con las fuerzas armadas estadounidenses aún profundamente comprometidas en dos guerras inacabadas.

¿Acaso el mundo se habría ofendido? Bien, para empezar, el premio no es otorgado por una imaginaria "comunidad mundial". Es el resultado del voto de un comité formado por cinco oscuros noruegos, quienes lo otorgan. Así que rechazarlo hubiera sido una cachetada en el rostro, sí, de Thorbjorn Jagland, Kaci Kullmann Five, Sissel Marie Ronbeck, Inger-Marie Ytterhorn y Agot Valle.

Pero no hubiera sido ningún desaire para los europeos o los africanos, para Moscú o Pekín, ni para ninguna población o gran potencia que el presidente tuviera que cuidarse de ofender.

En cualquier caso, será mucho más ofensivo el momento en que Obama suba al escenario en Oslo, en noviembre, en lugar de Morgan Tsvangirari, el heroico líder de la oposición de Zimbabwe; o de Thich Quang Do, el monje budista y crítico del régimen autoritario de Vietnam; o de Rebiya Kadeer, exiliada de China por sus esfuerzos a favor de la oprimida minoría huigur. O de cualquiera que haya arriesgado su vida este año protestando a favor de la democracia en la República Islámica de Irán.

Es cierto que Obama no pidió nada de esto.

El viernes pasado resultó obvio, por sus palabras vacilantes y su expresión de incomodidad, que hubiese preferido que el Comité del Nobel no lo pusiera en esta situación. Pero no fue suficientemente valiente como para decir que no.

Obama no gana nada con el premio.

Ningún electorado nacional estará mejor dispuesto porque cinco noruegos piensen que Barack ya ha cambiado el mundo y a los republicanos les cayó del cielo la idea central para un fácil ataque publicitario en esta época de recesión. (Para citar al estratego demócrata Joe Trippi, que ha previsto cómo serán los spots publicitarios de 30 segundos que se vendrán: "El recibió el Premio Nobel. ¿Y usted qué recibió? Un telegrama de despido".)

Las carcajadas

Fuera de Estados Unidos no hubo nadie, desde París hasta Peshawar, que se despertara el viernes mejor dispuesto para trabajar junto con Estados Unidos gracias a la decisión del comité, pero sí muchos estadistas veteranos que se despertaron soltando una carcajada. (Probablemente Vladimir Putin no se haya reído tanto desde que John McCain trató de convencer a los estadounidenses de que "todos somos georgianos", durante esa guerra del año pasado que duró una semana.)

Mientras tanto, el premio logra que cada uno de los problemas de política exterior que Obama debe enfrentar se haga un poco más agobiante. Ahora es el galardonado con el Nobel de la Paz que tiene que elegir entre intensificar el operativo de contrainsurgencia en Afganistán o ceder terreno ante una mafia teocrática. Es el premio Nobel que tendrá que autorizar ataques militares contra Irán o construir un sistema efectivo de disuasión, al estilo de la Guerra Fría, en Medio Oriente. Es el premio Nobel que probablemente fracase, como todos los presidentes estadounidenses que lo precedieron, en instar a israelíes y palestinos a buscar un acuerdo duradero e integral.

Al mismo tiempo, el premio deja a Obama más expuesto al ridículo. Confirma, como característica definitoria de su presidencia, el abismo que separa las delirantes expectativas de sus partidarios y las inevitables desilusiones de la realidad. Encaja perfectamente con el reciente sketch de Saturday Night Live en el que lo mostraron alardeando de todo un año de fracasos. Y revive y ratifica la única apuesta exitosa de la campaña de John McCain: su descripción de Obama como "la mayor celebridad del mundo", más famoso por ser famoso que por cualquier logro político concreto.

Aún puede haber grandes éxitos por delante para nuestro presidente Nobel. Si Obama concreta un logro tras otro, esta parodia será una simple nota al pie de su presidencia y no un momento definitorio.

Pero al aceptar el premio, ha convertido el fracaso –si es que se da en algún momento– en algo mucho más vergonzoso y difícil de soportar. Lo que es más, ha grabado en piedra la expresión con la que los críticos calificarán su presidencia.

Willie el Resbaladizo (Bill Clinton). Dick el Taimado (Richard Nixon). Jimmy "Malestar" Carter. W. el Incompetente (George W. Bush).

Y ahora Barack Obama, el Premio Nobel.

(Fuente: La Nación)

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