Abandonado a su suerte, extranjero en su propia tierra, Armand Nong, de 21 años, terminó vagando por las calles de una ciudad africana en la que ya no conocía a nadie, hasta que se desmayó de la angustia.

En menos de 24 horas, este joven estudiante de ingeniería mecánica en San Sebastián (Guipúzcoa, País Vasco) pasó del confort del primer mundo, en el que vivía con su madre y tres hermanos, a la situación kafkiana de verse deportado en virtud de la Ley de Extranjería española a Camerún, un país que no había pisado en cinco años y donde ya no tiene familiares y son pocos los amigos.

Le subieron esposado a un avión con rumbo a Duala, su localidad natal. Al llegar allí, con 20 euros en el bolsillo, una mochila con algunos apuntes de clase y la ropa que llevaba puesta, caminó sin rumbo aturdido por todo lo que había perdido de un plumazo.

"Pensaba en mis hermanos, en cómo se habían puesto cuando les dije por teléfono que me mandaban a África y no volvería. Le daba vueltas una y otra vez a las mismas cosas, hasta que me desmayé en un supermercado", relata.

Una señora le recogió, le llevó a su casa y le dejó compartir la cama con sus siete hijos. "Pues sí, se pasa mucho calor durmiendo así", recuerda ahora con una sonrisa, terminada la pesadilla. Una insólita red de solidaridad que implicó a estudiantes, profesores, Gobierno autónomo vasco e incluso a la orden de los salesianos en Camerún logró que, después de varios meses de llamar a todas las puertas, Armand fuera autorizado a regresar al País Vasco junto a su familia, en situación regular. La suya es una de las raras historias de deportaciones que tienen un final feliz.

Como todos los extranjeros no comunitarios, Armand, que llegó a España a través del reagrupamiento familiar, siguiendo los pasos de su madre Dora, trabajadora en el sector de la limpieza, se encontró a los 18 años lidiando con una burocracia laberíntica. Un monstruo de largas colas y esperas, que condiciona en gran parte la vida del inmigrante y ante el cual cabe ser paciente y cauto. Pronto quedó en situación irregular. "Nunca pensé que esto pudiera pasar. Ahora sé lo importante que son los papeles", explica.

El día 27 de abril fue a sellar la fotocopia que le servía de identificación a la Subdelegación del Gobierno en Guipúzcoa, en San Sebastián y se le cayó el mundo a los pies. "Como ves, tienes una orden de expulsión y tenemos que mandarte a casa", le espetó un agente. "Les enseñé el carné de estudiante el de familia numerosa, les dije que tenia a toda mi familia aquí, pero no sirvió de nada".

"Sólo hacemos nuestro trabajo", era lo que solían decirle los policías al verle romper una y otra vez en llanto. Dice que en todo momento le trataron de forma educada. "Algunos incluso compartían mi dolor, veían que eso estaba mal, que yo sólo era un estudiante, que toda mi gente estaba aquí". Al día siguiente, le subieron a un vuelo comercial, escoltado por dos policías, hasta tomar el de conexión en Casablanca (Marruecos). Poco después de llegar a Duala, Armand tendría que ser hospitalizado varias veces tras contraer la malaria. "Ni siquiera podía beber el agua del grifo de allí, ya no estaba acostumbrado", añade.

En paralelo, la Escuela Politécnica de la Universidad del País Vasco empezó a movilizarse. Los alumnos recaudaron hasta 2.000 euros, un dinero que serviría después para pagar su estancia en Camerún y el billete de vuelta. Una profesora hizo gestiones para que Armand fuera acogido en la capital, Yaundé, por los Padres Salesianos de Don Bosco en una misión española.

Las cosas tomaron otro cariz cuando, en junio pasado, la consejera de Empleo y Asuntos Sociales del Gobierno autónomo vasco, Gemma Zabaleta, se pronunció sobre el caso y anunció que mediaría ante el Gobierno central para revocar su orden de expulsión. Armand intentaba centrarse en los estudios -sus compañeros le enviaron una completa selección de apuntes- con la esperanza de poder presentarse a los exámenes y no perder así su beca de estudios.

Dos veces por semana el joven acudía al Consulado de España en Camerún para ver si su nombre había sido retirado de la lista negra del espacio europeo Schengen, requisito imprescindible para optar a otro visado. A principios de septiembre, una llamada le abrió el cielo: le informaban que podía regresar.

El sábado 20 de septiembre, volvió a abrazar a su madre y a sus hermanos pequeños en el aeropuerto Barajas. "A pesar de todo, estoy muy agradecido con España", señala. "Me han dejado volver. Ahora sólo quiero seguir estudiando. Quiero ser un buen ingeniero".

Expulsión tras pedir pasaporte

La peripecia de Armand comenzó en 2007, cuando, estando en situación irregular, dos agentes de la Brigada de Extranjería le pararon en San Sebastián. Horas después decretaron una orden de expulsión, que fue revocada. Meses más tarde acudió a reclamar su pasaporte a la Comisaría para regularizarse. "Un policía me dijo `¡llegas en buen momento!`. Y me puso otra orden de expulsión". Por motivos que no llega a aclarar, no la recurrió. "Tal vez hubo negligencia por mi parte, pero la verdad es que cada vez que intentaba presentar los papeles, siempre faltaba algo".

(Fuente: El País Digital)
 

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