A la hora del remanido e inevitable recurso de editorializar con un balance del año, bien puede ponerse al tope de las novedades políticas una pelea de fondo: la del gobierno nacional con el grupo Clarín. Basta ver el panorama de estos últimos días del 2009, con Néstor Kirchner sin cejar en la pulseada pública con el grupo, que a la andanada de títulos cotidiana suma fallos judiciales de primera instancia contra la nueva ley de medios audiovisuales.

El grado de enfrentamiento explícito entre el espacio político al que le toca gobernar y el grupo mediático monopólico del país va superando cualquier antecedente en la reciente historia pos dictadura y tal vez incluso el que se dio en tiempos de Perón, que es difícil de cotejar con lo de estos días porque fue en un contexto totalmente diferente, con menos despliegue tecnológico y también menos concentración de manejo y explotación de los medios.

Así es que el 2009 arrancó con la presentación del proyecto de nueva ley de medios audiovisuales que finalmente se aprobó y termina con el discurso de Kirchner desde una trinchera bien curtida en la batalla política, el Movimiento Evita, cuyo principal referente, Emilio Pérsico, ocupa junto con Luis D’Elía el podio de los sostenes del kirchnerismo defenestrados por el establishment mediático y el gorila medio, que ahora –otra diferencia con el tiempo de Perón– mira un montón de televisión.

En esa trinchera y unos días antes de la Navidad, Kirchner reafirmó su voluntad de seguir adelante con el grupo Clarín en contra, contrariando las lógicas políticas de los sectores que disputan el poder. Tal vez sea demasiado tarde y el kirchnerismo no llegue a revertir la formidable campaña de deslegitimación de su existencia política, que sigue y seguirá. Pero la batalla también supone fuerte daño para el grupo de la Noble Ernestina, desacostumbrado al debate público sobre sus prácticas.

Para quienes disputan con Clarín y el resto de las empresas monopólicas de los medios desde hace varios años, se dibuja entonces un nuevo escenario. Las denuncias de la manipulación informativa, los negocios paralelos, el mortífero poderío del gran emporio nacional y los grupos regionales que reproducen sus prácticas, ya no son gritos aislados y casi marginales, ya no suenan en el “gran público” como extrañezas y delirios. Hoy la cuestión se discute cada vez más en las mesas de café, en las sobremesas de los asados, hasta en el ambiente del fútbol revolucionado por el fin del monopolio de TyC. En los propios grandes medios se habla de los medios, tema históricamente silenciado, ocultado.

Vale el ejemplo local: cuando a fines de los 90 y comienzos del siglo XXI los trabajadores de prensa de Rosario se alzaron contra injusticias varias eran muy pocos los habitantes de la ciudad que sabían que las columnas de La Capital ya no pertenecían a la familia Lagos sino al grupo Uno capitaneado por Daniel Vila y José Luis Manzano. Ahora, Vila tuvo que salir personalmente a batallar contra la nueva ley, exponiéndose públicamente como nunca antes.

La instalación de la discusión más el nuevo marco legal conforman un panorama ideal para avanzar en la construcción y el crecimiento de nuevos medios, que aporten a la población la posibilidad de acceder a otros relatos de lo que pasa. Ya no valen las lecturas desde el pesimismo y la resignación. Ya no es imposible disputar espacios con los grupos concentrados.

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