Las palabras pronunciadas por el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, en la 66° sesión de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sonaron fuerte y causaron conmoción. En estos tiempos, marcados por la hegemonía de la lógica cultural del capitalismo tardío, que tiende a vaciar de sentido las palabras, la intervención de Abbas recupera el poder evocador del lenguaje, capaz de citar hechos del pasado y hacerlos presente. El “ya basta” palestino remite al “yo acuso”, denuncia atropellos, injusticias y delitos contra la humanidad, desnuda mentiras, y convoca lo reprimido, que regresa como un espantoso espectro sangriento.

Estantigua ominosa, coro de espantos, los espectros sangrientos de los palestinos asesinados deambulan por las calles de Nueva York, vuelan, corren, y huyen, abandonan el edificio de la ONU como sombras disparadas, se desperdigan, como un maratón de muertos aullantes se desintegran en el aire. Ebrios manchones que dejan marcas de fuego, barro y sangre. Las imágenes de las matanzas se suceden con la violencia de un montaje espasmódico y feroz, un turbión que funde presente, pasado y futuro.

Las palabras de Abbas conmueven porque tienen sentido, peso, carnadura real. Rebosan referentes, hechos y actos que remiten a las “operaciones de limpieza” perpetradas por Israel desde 1948 hasta la fecha en los territorios ocupados. Ese es el dolor al que el pueblo palestino dijo “basta ya, es suficiente”.

En abril de 1948, tropas sionistas entraron al pueblo palestino de Dir Yassin, a las afueras de Jerusalén, y mataron unas cien personas, un sexto del total de la población. No hubo combates. Mujeres, niños y ancianos fueron fusilados. Se denunciaron saqueos y violaciones. Esta masacre fue apenas un hecho más, uno entre tantos, que formó parte del plan sistemático de represión y expulsión masiva de los antiguas habitantes de Palestina para la creación del Estado de Israel.

Después vinieron las operaciones en Khirbat Nasr al Din, Tiberíades, Haifa, Acre, Nazaret, Sabed, Jerusalén, entre muchas otras. En su libro La limpieza étnica de Palestina, el historiador judío e israelí Ilan Pappé describe con crudos detalles,las brutales incursiones y la devastación de poblaciones palestinas.

Pappé, historiador, ex profesor de la Universidad de Haifa, utiliza como fuentes principales los documentos desclasificados del Estado de Israel y los diarios de uno de los padres fundadores de ese Estado, David Ben Gurion. La extensa serie de crímenes de lesa humanidad allí descriptos figuran como reconocidos, admitidos y documentados por quienes los perpetraron.

A partir de la abrumadora cantidad de datos recogidos, Pappé, que vivió en su Israel natal entre amenazas de muerte y estuvo obligado a publicar sus investigaciones en el extranjero hasta que se mudó a vivir a Inglaterra, no duda en calificar como “limpieza étnica” ese proceso de expulsión masiva de la población árabe.

“El plan D de Israel en 1948 (…) contiene un repertorio de métodos de limpieza que encajan, uno a uno, en los medios que la ONU describe en su definición de limpieza étnica. Y ese plan constituye el trasfondo de las masacres que acompañaron la expulsión masiva”, afirma Pappé en la investigación que analiza una cantidad abrumadora de delitos de lesa humanidad cometidos por Israel desde la fundación del Estado hasta hoy.

“El poder ocupante también continúa con sus incursiones en áreas de la Autoridad Nacional Palestina mediante redadas, arrestos y asesinatos en los puestos de control. En años recientes, las acciones criminales de milicias armadas de habitantes de asentamientos que gozan de la protección especial del ejército de ocupación se han intensificado con ataques frecuentes en contra de nuestra gente, sus hogares, escuelas, universidades, mezquitas, campos, cosechas y árboles. Hoy mataron a un palestino que protestaba pacíficamente. Pese a nuestras repetidas advertencias, las autoridades israelíes no han intervenido para limitar estos actos, y los hacemos plenamente responsables por los crímenes de los habitantes de asentamientos”, denunció el presidente de la Autoridad Palestina, ante la 66° sesión de la Asamblea General de la ONU demostrando que nada ha cambiado desde aquellas incursiones violentas de las milicias sionistas anteriores a la creación del Estado de Israel.

En tiempos de decadencia del discurso político, que sólo muestra decididos síntomas de recuperación en algunos países de América latina, las palabras de Abbas significan mucho más que el reclamo puntual del pueblo palestino a ser reconocido como Estado de pleno derecho ante la ONU.

Como lo demuestra por estos días, por ejemplo, la experiencia europea, muchos dirigentes políticos actuales, más específicamente aquellos al servicio de los poderes fácticos, exhiben un discurso que fagocita el sentido de las palabras, las despoja del referente, las convierte en meras y vacuas expresiones: palabras que hablan de palabras pero no se refieren a cosa alguna, ni a hechos ni personas exteriores al lenguaje.

En este marco, en medio de este espíritu de época, la intervención de Abbas marca una diferencia profunda, al igual que los discursos de las presidentas de Argentina y Brasil. Cristina Fernández y Dilma Rousseff encabezan procesos de liberación que implican una decidida recuperación de la política, y del discurso político, frente a los autoritarios designios de los mercados que necesitan el vaciamiento de la política.

Ambas mandatarias no sólo expresaron su apoyo a Palestina, y reafirmaron enfáticamente la necesidad de terminar con la dictadura del Consejo de Seguridad de la ONU, sino que además contextualizaron estos pedidos en una crítica de fondo, que apuntó al sistema financiero imperante, que es, justamente, el que marca la lógica cultural hegemónica en estos tiempos.

Lo emotivo y movilizante del discurso de Abbas, que despertó aplausos entre los representantes de la mayoría de los países, reside en su poder de verdad, y en su capacidad de denuncia de una larga serie de injusticias y hechos de barbarie perpetrados por una potencia militar regional, Israel, contra un pueblo infinitamente más débil, con la complicidad de la mayor potencia militar del planeta, Estados Unidos. Y precisamente los representantes de estos dos países se contaron entre los pocos que no aplaudieron emocionados el discurso de Abbas, su emotivo “ya basta” que incluyó un “yo acuso” sutil, diplomático, pero tronante.

El discurso de Abbas tiende un puente que une el edificio de la ONU con lejanas aldeas palestinas ubicada a casi 10 mil kilómetros del suntuoso edificio del organismo internacional en Manhattan. Entre las columnas de humo negro y hedor acre, deambulan niños en los pequeños poblados de Franja de Gaza y Cisjordania, o en los campos de refugiados donde miles de personas languidecen en condiciones infrahumanas.

“Nakba” significa “catástrofe o desastre” en árabe. El término es utilizado para designar la represión y expulsión de entre 700 mil y un millón de palestinos que siguió a la declaración del Estado de Israel en 1948.

La memoria viva de esa injusticia, los rostros de los humillados, y los espectros sangrientos les dan peso y sustancia a las palabras de Abbas.

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