Paris, Francia

Paris, Francia

Debajo de mantas percudidas, semiocultos bajo la fría bruma invernal, mal arropados por el trajinar de incólumes turistas, son una nota al pie de los palacios y los monumentos que se recortan, iluminados, sobre el cielo gris, blanco, terroso de París. Los sin techo, los pobres de siempre y los nuevos, los del último ajuste, buscan abrigo. Todavía no han llegado las temperaturas más crueles, pero ya las autoridades piensan habilitar más refugios.

El Museo del Louvre es una orgía de palacios que se penetran entre sí hasta formar una ristra inabarcable. A pocas cuadras de allí, en la esquina de Rivoli y L’Amiral de Cologny, hay una cabina de teléfono habitada. Bajo los restos de un aparato de France Telecom, entre un abigarrado amasijo de ropa de abrigo y una valija plateada, una mujer duerme en cuclillas, luciendo enormes lentes de sol. En la vereda de enfrente un hombre yace sobre la rejilla del Metro, que exhala un hálito tibio y denso.

El invierno en el norte de Europa es una larga y fría noche. En París, los grandes edificios y monumentos se tornan más grises, ominosos y amenazantes. Sus imperiales detalles dorados compiten en lo alto con oscuras, inquietas nubes bajas que se arremolinan con furia. Hasta el frío aporta melancolía y belleza gótica a esta ciudad. Pero también, revelando el revés de la trama, desnudando el detrás de la escena que se agazapa entre bambalinas, el invierno complica la vida de los sin techo.

Entre el 21 y el 23 de diciembre, de acuerdo al calendario dispuesto tras la Revolución de 1789, comienza el mes denominado Nivoso. Y a partir del 20 de enero, cuando se inicia Lluvioso, al frío y el viento se suma la lluvia. Muchas veces, es una persistente llovizna, lenta, fría, que todo lo penetra y parece no terminar nunca, y juguetea con el viento antes de posar sus gotas frías, leves, sobre calles y transeúntes.

El invierno no ha mostrado todavía su rostro más brutal. Con temperaturas que oscilan entre los 7 y los 12 grados, es apenas un otoño con bríos. Pero sólo es cuestión de tiempo.

El río Sena congelado, como una gran pista de hielo, como si la sala de baile uno de los palacios de París se hubiese volcado hacia las calles para tapizar luego el río. Pero nadie baila allí. Todos es desolación. La única música, espantosa, proviene de una jauría de lobos que merodea la ciudad. Primero las bestias almorzaron a un niño, más tarde a catorce personas más. Esto ocurrió en 1438, durante una descomunal helada.

Hoy el Sena fluye calmo. El frío es muy leve por ahora. Los bateaux parisien surcan el río con lentitud, repletos de turistas que disfrutan del paisaje escuchando música de Ives Montagne. No muy lejos de allí, en los barrios periféricos, en los refugios para personas sin hogar, y también bien cerca, entre los palacios, en los rincones, umbrales y recovas de los barrios céntricos, el hasta ahora manso invierno amenaza con convertirse en una feroz jauría de lobos capaz de devorar vidas de niños y adultos.

En 1871, el hambre empujó a un grupo de parisinos a asaltar el zoológico y devorar la carne putrefacta de los animales que yacían allí, víctimas de los bombardeos. Sucedió mientras la ciudad permanecía bajo asedio de las tropas que reprimieron la sublevación. Muy lejos de aquellos hechos, aplastada ya la Comuna y las revoluciones que la precedieron, aquello parece hoy un inverosímil cuento de terror.

Acaso no sea así para todos.

“Muchos niños están en riesgo de morir de frío este invierno en las calles de París por falta de refugios, alertó Eric Molinié, presidente del Servicio de Ayuda Médica de Urgencia (SAMU)”, previsor, apenas el invierno llegó a la ciudad.

Según informó el Journal du Dimanche los primeros días de diciembre, “Molinié consideró insuficientes las seis mil plazas ofrecidas para todas las personas sin techo en el Ile-de-France, una región muy poblada que comprende a la capital y ocho departamentos ubicados a su alrededor”.

“Cada noche entre 200 y 250 personas se quedan fuera de los albergues por falta de capacidad, entre ellos varios menores”, dijo el presidente de la institución al Journal du Dimanche al tiempo que advirtió la posibilidad de una “catástrofe humanitaria”.

De acuerdo con el SAMU, “después de la crisis económica de 2008 cada vez más familias recurren a esa entidad, sobre todo trabajadores con muy bajos salarios, solicitantes de asilo o mujeres víctimas de la violencia doméstica que abandonan su casa junto a sus hijos”.

Molinié alertó de este problema a la ministra de Vivienda Cécile Duflot y al prefecto del Ile-de-France, Daniel Canepa. La titular de Vivienda admitió la gravedad de las condiciones de las personas sin domicilio fijo y demandó a la iglesia abrir varios edificios desocupados para acogerlas, lo cual provocó fricciones con la jerarquía católica.

Duflot urgió a la Iglesia católica a recibir a los sin techo bajo amenaza de expropiar sus espacios inutilizados. “Necesitamos un verdadero shock de solidaridad. Espero que no sea necesario demostrar autoridad. No entiendo por qué la Iglesia Católica no comparte nuestros objetivos de solidaridad”, dijo Duflot al diario Le Parisien.

Duflot mencionó la posibilidad de expropiar temporaria o definitivamente los edificios vacíos que pertenezcan a bancos, compañías de seguros, empresas públicas o privadas, pero también a la Iglesia, si las dispuestas para albergar a las personas no resultan suficientes.

La ex ministra de Vivienda del ex presidente conservador Nicolas Sarkozy no ocultó su preocupación por lo que calificó de “catolifobia” y también afirmó que los dichos de la actual ministra son una respuesta del gobierno a la oposición de la Iglesia al matrimonio igualitario.

En su libro Los condenados de la ciudad. Gueto periferia y Estado, el sociólogo Loïc Wacquant reflexionó sobre las formas de marginación urbana en los barrios de Chicago y en la periferia de París, conocidos estos últimos como “banlieues”.

Wacquant analizó el concepto de “nueva pobreza”, y describió la desarticulación del Estado de Bienestar en Europa. Pero su obra se publicó en 2006. Si prestamos atención a las declaraciones de los funcionarios franceses, todo indica que desde esa fecha hasta hoy el avance del neoliberalismo en detrimento del Estado de Bienestar ha seguido su marcha.

Ajenos a las discusiones, las estadísticas y los análisis, los sin techo permanecen bajo sus mantas, abrazados a perros de la calle. Apenas dejan asomar sus vasitos de plástico, ávidos de monedas, en el frío de París.

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