El Tomi/Télam.
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De Mariano Moreno a Julius Fucik, los días del periodista nacional e internacional, marcan con tinta indeleble el sentido profundamente político de este “violento” oficio terrestre, a pesar del esfuerzo de la prensa hegemónica por disfrazarse de objetiva, neutral, imparcial, independiente y apolítica.

La celebración vernácula fechada el 7 de junio, como muchos conocen, toma como referencia la aparición de la Gaceta de Buenos Aires en 1810, nacida al calor de las revolucionarias jornadas que a lo largo y ancho de la Patria Grande forjaron la emancipación sudamericana. En ese sentido se hace más inaceptable la hipocresía de los medios dominantes de nuestro país para esconder que el primer medio nacional tuvo un objetivo eminentemente político y que fue una herramienta de lo que despectivamente hoy llaman “periodismo militante”.

Un ejemplo cercano. Pero el periodismo militante no fue solo patrimonio del “afiebrado jacobinismo” de Mariano Moreno. Las más tradicionales experiencias periodísticas argentinas fundan su origen en una contienda ideológica. Nadie lo sabe más que la familia Mitre del diario La Nación. En el plano local, desde su nombre, el diario La Capital se creó con un objetivo político evidente. Representar a las burguesías locales, jugar en la disputa interna del poder económico contra los intereses del puerto de Buenos Aires en pleno debate por la instalación definitiva de la sede de la Capital Federal desatado a mediados de 1860.

Por si no alcanzara con reflexionar acerca del origen del Día del Periodista en argentina, para zanjar el debate sobre los vínculos entre política y periodismo, veamos el igual de ilustrativo ejemplo internacional.

Para el resto del mundo, la fecha instituida para saludar a los trabajadores de prensa es el 8 de septiembre. El Día Internacional del Periodista fue instaurado en homenaje a Julius Fucik, redactor de las publicaciones Rude Pravo y Tvorba, militante del Partido Comunista de Checoslovaquia y asesinado en la horca por el nazismo. Autor del muy leído en los setenta “Reportaje al pie del patíbulo”, que escribió durante su cautiverio en manos de la Gestapo, Fucik es otro ejemplo sin careta del oficio empuñado como un arma, con un sentido, hacia un público específico, en función de determinados intereses, valores y objetivos.

Con la complicidad de un guardiacárcel, el comunista checo logró sacar, hojita por hojita, su último laburo periodístico: la crónica de su experiencia prisionera, que terminó con su asesinato.

“Has tardado mucho en llegar, muerte –escribió Fucik 1943–. Pese a todo, esperaba conocerte más tarde, después de largos años. Esperaba vivir aún la vida de un hombre libre: poder trabajar mucho, amar mucho, cantar mucho y recorrer el mundo. Precisamente ahora, cuando llegaba a la madurez y disponía todavía de muchísimas fuerzas. Ya no las tengo. Se me van agotando. Amaba la vida y por su belleza marché al campo de batalla. Hombres: os he amado”. “Que la tristeza jamás se una a mi nombre”, garabateó clandestinamente Julius, y concluyó: “He vivido para la alegría y por la alegría muero. Agravio e injusticia sería colocar sobre mi tumba un ángel de tristeza”.

Este artículo acompaña la edición 146 del semanario El Eslabón.

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