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Las corporaciones que intentan derrocar al gobierno nacional lo provocan en forma sistemática para sacarlo de quicio. Los funcionarios necesitan budismo Zen y clonazepam. No es fácil. Cualquier reacción puede ser utilizada en su contra. No sólo del gobierno, sino de la democracia.

Cuando un matón provoca, insulta y ofende de palabra, el provocado, si tiene calma y templanza, puede soportarlo todo para evitar la pelea. Pero si el provocador se acerca al provocado con la intención de utilizar la violencia física, el provocado debe defenderse. No tiene alternativa.

El Papa Francisco no está de acuerdo con el párrafo anterior. En medio de la conmoción mundial por el atentado contra la revista francesa Charlie Hebdo, Francisco hizo una explícita defensa del uso de la violencia física defensiva ante las ofensas de palabra. Si alguien insulta a su madre, incluso un amigo, la respuesta es una piña, señaló el Papa. “¡Es normal!”, argumentó.

“Es verdad que no se puede reaccionar violentamente, pero si Gasbarri (uno de sus colaboradores), gran amigo, dice una mala palabra de mi mamá, puede esperarse un puñetazo. ¡Es normal!”, aseguró el 15 de enero pasado, durante una rueda de prensa de cuarenta minutos a bordo del avión en el que viajaba desde Sri Lanka hacia Filipinas.

O sea: ante el provocador, el Papa no espera la amenaza física. Cuando se insulta a la madre, piña. Ante la violencia simbólica de la palabra ofensiva, violencia física.

Daisetsu Teitaro Capitanich

Los funcionarios del gobierno nacional no pueden ni deben seguir el razonamiento del Papa. Deben resistir las provocaciones hasta límites inimaginables. Cualquier cosa que hagan o digan será usada en su contra, en contra del gobierno y en contra de la democracia.

Cualquier cosa que hagan o digan será interpretada y tergiversada para que parezcan ciertas las mentiras que a diario propalan los medios hegemónicos al servicio de los poderes fácticos.

El problema es que, por un lado, los funcionarios deben cuidarse de darles letra a los golpistas, pero a la vez, al mismo tiempo, tienen que responder, sí o sí, porque tienen la obligación de defender la democracia, no sólo el gobierno. No es fácil. Es una guerra de nervios y de aquí a las elecciones, todo es posible.

Es muy difícil resistir provocaciones permanentes. Se necesita templanza y paciencia. Se necesita la sabiduría de un maestro Zen en meditación profunda. Es necesaria la calma de un sabio imperturbable que se pasea por su satori, relajado y con buenas dosis de clonazepam.

No es fácil. El maestro Zen Daisetsu Teitaro Suzuki no es kirchnerista, y encima falleció en 1966. Para los funcionarios del gobierno nacional, entonces, clonazepam. A falta de Zen, encarar la farmacia. Pero ojo, con receta doble muchachos, de lo contrario serán tildados de narcos.

O sea: Clonazepam para todos y todas. O un Plan Procalmar.

Los medios hegemónicos al servicio de los poderes fácticos utilizan una vieja treta: usan y abusan de las mentiras, las tergiversaciones y los insultos, es decir, utilizan la violencia simbólica. Pero según el discurso falaz de esos medios, la violencia simbólica no es violencia. En cambio, todo lo que se haga o diga desde el gobierno nacional sí lo es.

Los insultos a la presidenta Cristina Fernández, mandataria elegida por una inmensa mayoría, no tienen precedentes. Tanta violencia simbólica contra la democracia resulta difícil de empardar. Pero si un funcionario, o mejor, un lector cansado de ser subestimado, y atento al carnaval, convirtiese en confetti todas las ediciones de Clarín, cometería un acto de violencia atroz.

Una modesta propuesta

Acaso sea posible implementar una suerte de téster de violencia que no es el disco de Luis Alberto Spinetta. El 27 de enero último se encontró en Mongolia una momia que data de dos siglos. Se cree que pertenece a un lama tibetano, quizá Dashi-Dorzho Itigilov, que nació en 1852. Algunos expertos insisten en que no está muerto, sino que se encuentra en “estado profundo de meditación” y en un raro y muy especial nivel espiritual conocido como “tukdam”.

La idea sería colocar al monje frente a un televisor y sintonizar TN. Si el monje permanece imperturbable, mejor. Si en cambio, despierta, sólo por unos instantes, para citar a Mirtha Legrand y decir “carajo mierda”, estamos en problemas.

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