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Yo no sé, no. Los pibes del barrio, desde mediados de los 60 en adelante, antes de comenzar las clases tenían una visita obligada al hospital público, por el tema de las vacunas, y hasta se había puesto de moda operarte de las amígdalas. Se operaba a lo loco. Los pibes, apenas pisaban la adolescencia, derechito al quirófano a someterse al bisturí. El cartel, cruel para todos, era ese con la enorme foto de la enfermera que te decía: “Silencio”. Y, justamente, cuando te operaban de la garganta te pasabas un par de semanas sin poder pronunciar una sola palabra.

En las canchas de fútbol, mientra tanto, aparecían los primeros minutos de silencio que por lo general nunca se cumplían. Había apenas unos segundos de respeto, pero la tribuna no soportaba tanto duelo y no era ámbito para un tiempo tan largo. Y cuando la hinchada se quedaba en silencio era porque un frío helado le recorría la espalda después de algún gol inesperado que le convertían a su equipo, pero al toque se reponían y la algarabía comenzaba nuevamente. Cuando sí hubo partidos en los que reinó el silencio, fue durante las más feroces y bravas dictaduras, épocas en las que si salías en cuero y gritando de la cancha te metían en cana por algún edicto. Y las siestas clandestinas y placenteras nunca fueron silenciosas, a lo sumo con un murmullo bajito, tan bajito como para que siguieran siendo clandestinas y placenteras.

En el aula, apenas entrabas, se oía el “silencio, señores” del celador, que en realidad no era para siempre sino para que prestaran un poco de atención y para que el que quería escuchara la voz del profesor. Aunque las mejores clases, recuerda Pedro, fueron siempre con intercambios de voces. Nunca con una sola voz.

Las marchas de los partidos políticos contra las distintas dictaduras militares, desde Onganía en adelante, siempre fueron ruidosas, a pesar de que en ese tiempo Neustad y Grondona ya hablaban de una mayoría silenciosa. Y al GAN (Gran Acuerdo Nacional) silencioso que proponía Lanusee, los partidos democráticos le opusieron La Hora de los Pueblos (por Perón) ruidosos.

Las otras marchas, que comenzaron desde las rondas de las Madres, tampoco eran silenciosas porque siempre había un murmullo compañero. Y las que en su momento propusieron “Pan, Paz y Trabajo”, inclusive, terminaron siempre con un “Se va a acabar, se va acabar la dictadura militar”.

¿Viste?, me dice Pedro, los pibes en la salita del Champagnat están siempre re contentos, saltando, jugando, mirando dibujitos; y qué distinto que era cuando nosotros visitábamos el consultorio de los tordos. Ahora, para que los partidos sean silenciosos, silenciosos, los hacen jugar sin público. Y en el campo, cuando el bicherío hace un silencio fuerte es porque está anunciando algo malo para ellos, una gran tormenta.

Y como esta es una gran marcha, dice Pedro, que en algún momento va a tener que bajar el tono, va a tener que ser en gran parte con las voces en alto, cantando todas las consignas. Como estando en la antesala de la alegría que tienen los pibitos cuando van a la salita del barrio, porque ¿sabés qué? por suerte a ellos no los convencieron todavía con eso de que el silencio es salud. Para ellos, el silencio NO es salud.

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