Yo no sé, no. El torneo que en principio iba a empezar y terminar un domingo, se estiró a tres por la cantidad de equipos inscriptos. En la final, el que resultó ganador fue el de Faringola, que se alzó con la victoria en el último minuto, y la vuelta olímpica la encabezó Ricardito, que con el trofeo en mano, loco y medio desaforado, gritaba: “¡Biedma campeón! ¡Biedma campeón!”. Los muchachos del plantel, en reconocimiento a la lealtad del pibe, le concedieron el honor de encabezar el festejo. La prensa deportiva de todo el país tuvo que reconocer que, además de buen fútbol, por estos pagos se podían disfrutar de los mejores duelos: el de Becerra con el Negro González, el de Aymar con Zanabria, el del Pato Colman con el Negro Montes, el de Fenoy y el del Flaco Munutti (dos arquerazos) contra la ley de gravedad. El General, desde el exilio, cambiaba de delegado personal y en reconocimiento a la capacidad y la lealtad le daba ese título a Cámpora. Dieciséis años antes, en Villa Manuelita, una pintada con mucha dignidad expresaba: “Los rusos, los yanquis y las potencias reconocen a la Libertadora, Villa Manuelita, no”.
Con el tiempo, tanto la resistencia peronista como las nuevas expresiones de descontento social como el Rosariazo y el Cordobazo tuvieron su reconocimiento como parte de la lucha de un pueblo en busca de su soberanía.
Día a día, con sus avances y retrocesos, se reconoce que la última dictadura tuvo como cómplices o socios a civiles, eclesiásticos y, fundamentalmente, al poder mediático económico. Dictadura cuya consecuencia criminal aún seguimos padeciendo, con miles de desaparecidos y cientos de niños robados. En el mismo día en que daban a conocer que los restos de la Flaca Analía –la que militó en el Superior de Comercio–, eran reconocidos y recobraban identidad por la tele, una conferencia de prensa convocada por Macri, Massa y Stolbizer anunciaba que no reconocían el triunfo del Frente para la Victoria en Tucumán.
“La verdad –me dice Pedro–, que más allá de que siempre hay que transparentar los comicios, estos se ponen como locos y desaforados (haciendo suyas las palabras de Cristina) ante la voluntad popular y quizás callaron o reconocieron de alguna u otra forma las dictaduras”. “Qué sé yo –sigue Pedro–, a la hora del reconocimiento me quedo reconociendo la pintada de Villa Manuelita y la sonrisa de la Flaca Analía”.