Foto: Manuel Costa.
Foto: Manuel Costa.

(Elipsis entre el capítulo anterior y el actual: mientras en el mundo real son absurda presa de esa construcción colectivo-individual tan peculiar conocida como voluntad popular, en esta columna que se pretende un experimento humorístico el sapo Dani y Mauricio confluyen en un zapada con el autor, el señor Abramovi, y sus personajes: Filoso Fofó, El Desubicado y el doctor Luis Güis Kelly. La onda se armó un día en que Mauricio llamó a Fofó para pedirle que lo acompañara con su voto, Fofó le dijo que ni en pedo pero igual hubo algo que lo deslumbró de Mauricio: su tremenda vocación por la música; especialmente por Queen y Freddy Mercury. Una vocación interior, tan esencial que conmovió a Filoso quien urdió un plan con un doble noble propósito: lograr que Mauri cumpla su sueño de tener una banda tributo a Queen y, de paso, que abandone sus aspiraciones presidenciales las que –como él mismo confesara– ha asumido por obligación sin el menor interés por el devenir de la sociedad.

Los personajes pegaron alta onda con Mauri quien, más allá de lo taimado que todos saben que es, ha demostrado ser muy amigable y divertido, amén de su innegable y avasallante talento para jugar al metegol.

Sin embargo, al señor Abramovi no le termina de caer bien Mauricio. Igualmente permitió que ingresara en la columna que él escribe –mas no suscribe– tal vez presa de cierta indolencia creativa para resolver sus problemas personales. O tal vez juzgó que tener a un candidato presidenciable podría reportarle cierta ¿ventaja profesional? en el mundo editorial de Dakar.

Pero lo cierto es que no se lo bancó y salió a dar una vuelta. Dubitativo, el emprender el regreso el autor de esta columna fue sorprendido por una tormenta de buitres donde conoció al sapo Dani que apareció para rescatarlo.

La tormenta amainó solita un par de minutos después, pero el señor Abramovi se hizo amigo –o viceversa– del simpático batracio presidenciable que tiene –entre otras– esta característica: sabe cantar temas de Sumo con buena entonación pero no oculta su gusto más que transversal por Agapornis y Pimpinela. Y, al fin de cuentas formado en el mundo del rock y de sus consiguientes prejuicios adolescentes, el autor de esta columna desconfía de ciertos gustos musicales.)

Ya en este capítulo de la saga, los personajes se van preparando para la zapada de esta noche. “Che… ¿la guitarra tiene todas las cuerdas?”, pregunta Fofó mientras arma unos churretes. “Supongo que sí”, responde Güis Kelly al tiempo que chequea si hay hielo suficiente para el drinkaje. Por su parte, El Desubicado insiste en hablarle a Mauricio sobre su bigote.

–¿En serio te obligaron a afeitarte? –le pregunta con cierta piedad.

–Sssssseeee… –resopla Mauricio entre nostálgico y resentido, con la mirada perdida en la chapita de un porrón que está manipulando sobre la mesa. Cualquiera se daría cuenta de que no quiere hablar del tema. El Desubicado no, aunque tampoco le importaría.

–Yo me hice muy amigo de El Bigote de Mauricio –sigue en la suya –. Es un pingazo. Integro, leal… no sabés cómo te extrañaba.

Mauricio mira con extrañeza y pocas ganas al Desubicado. Pero éste sigue, ya en tono increpante: –¿Vos te creés que se fue a trabajar al labio superior de Aníbal porque quería? Se fue porque no tuvo otra, tenía que trabajar de bigote y vos lo estabas forreando, él me contó…

–¿A ver? ¿Qué te contó? –se interesa súbitamente Mauricio.

–Que te lo dejabas más de diez días y después te lo afeitabas y lo dejabas agonizante en la bacha del baño hasta que venía la señora que limpiaba. Eso me contó, ¿te parece poco? ¿Eso se le hace a un bigote? –fustiga El Desubicado. Y sigue, con furia: –Aníbal lo estuvo haciendo trabajar muchísimo. No es para menos: es dirigente de fútbol, de hóckey, jefe de gabinete, vocero de prensa y difusión, estudia guitarra, sé que está aprendiendo a tocar la armónica por su cuenta…

–Jajajá… ¿la armónica con esos bigotes? –se ríe aparte Fofó.

–No te rías, Fofó –lo corta El Desubicado –. Vos no sabés lo difícil que es para un bigote que tu patrón toque la armónica. Ni te lo imaginás…

–¿Y vos qué sabés? –apura Güis Kelly.

–Me lo contó el Bigote de Mauricio –fundamenta El Desubicado –. Chateamos a menudo. No da más. Incluso creo que Aníbal fue candidato a algo y no sé si no estaba estudiando otra carrera universitaria.

–Estaba armando una banda con Fito –aporta Fofó.

–El Bigote de Aníbal no daba más, ¿entendés Mauricio? –retoma El Desubicado –, por eso tu bigote empezó a hacer reemplazos. Y, obviamente, además de laburar como un preso se tuvo que enchufar Minoxidil para engrosarse, porque te imaginarás que desnutrido como lo tenías vos no daba para el labio superior de Aníbal.

–Aplicó falopa –dice por lo bajo Güis Kelly.

Mauricio baja la cabeza.

–El siempre quiso volver con vos, Mauri… –baja un cambio, aún con firmeza, El Desubicado.

Mauricio se quiebra, aunque llorar tampoco es lo suyo. –Yo quería tener bigote. Y quería seguir teniendo a mi bigote… –murmura mientras los personajes lo escuchan con respeto –. Pero Barbadurán me obligó a sacármelo…

Se hace un silencio. Mauricio sigue: –Me dijo que mi bigote era chotísimo, así nomás. Y que me hacía cara de milico pelotudo… eso me dijo…

–Quehijodepuuu… –suelta Güis Kelly mientras empina una birrita.

–Pero… no es Barbadurán… Mauricio… –corrige lo más respetuosamente posible Fofó.

–¡No me hinchés los huevos, Fofó! ¡Ya sabés que me equivoco los nombres! –repele enojadísimo Mauricio –. Te estoy contando algo importante, de lo más importante de mi vida, y vos me querés corregir todo el tiempo, pelotudo. ¡Me tenés podrido, ¿qué te creés que sos? ¿Perfecto?!

Fofó se quedó callado. Güis Kelly sale a cortar lejos del arco con elegancia: –Bueno Maurito, no te enojés… Toma un traguito –ofrece la botella con un ademán.

–Ustedes no saben las cosas que me hizo hacer Barbapapá –Mauricio se indigna –. No sólo me hizo afeitar. No sólo me hizo filmar esa ridiculez caminando por una autopista con la Gaby, por dios… qué bajeza… También me hizo salir a la calle a alzar nenitos y hablar con gente que no conozco y ni me importa. Ensuciarme los zapatos. Ir al fonoaudiólogo. Aprender a leer de corrido el telepronter a cuatro metros de distancia. Me hizo inaugurar una estatua de Perón…

–Y con eso la verdad es que se fue al carajo… –concede Güis Kelly.

–Y lo peor de todo… –arranca Mauricio – es si me hace ganar las elecciones. ¿Adónde me meto, muchachos?

–¿Vos pensás que podés ganar? –le pregunta interesado Filoso.

–Y… es lo único que este tipo todavía no me hizo hacer… Pero mirá si me hace ganar. ¿Vos te imaginás si yo fuera presidente? –pregunta con cierta preocupación el candidato.

Los personajes se quedan en silencio. El autor de esta columna prefiere ignorar si estarán tratando de imaginar o no a Mauricio presidente. Y justo llega a la oficina con el sapo Dani quien, por si fuera poco, también demuestra ser un agradable compañero de ascensor, habida cuenta de la amena charla que ofrece durante el trayecto de 37 pisos desde el palier del edificio hasta la oficina de producción de esta columna.

Mete llave, el señor Abramovi, y abre la puerta. “Hola, muchachos”, saluda. “Vengo con un amigo”, anuncia. Le sorprende recibir un silencio por respuesta.

En eso entra brincando Dani. “Hola chicos, soy el sapo Dani y voy a ser presidente”, se presenta.

–¿Estás seguro? –pregunta Mauricio como imbuido súbitamente de un cierto aire desafiante.

–Bueno… –duda el sapo –, más o menos, quién sabe… Pero tengo que decirlo. E incluso creerlo. Me recuperé de peores reveses. Y me adapto a cualquier terreno.

–¿Y vos creés que le podés ganar la elección a Barbaradán? –ataca Mauricio. Y se dirige al resto de los personajes: –Este no tiene ni la menor idea de contra quién está jugando…

–Bueno, muchachos, no hablemos de política ahora –trata de interceder el autor –. Prendé uno Fofó.

–¿Quién es Barbaradán? –pregunta el sapo Dani.

–Durán Barba, lo que pasa es que Mauricio se equivoca los nombres –explica Fofó.

–¡¡Dejá de corregirme, te dije, pelotudo!!! –se enoja Mauricio, indignado con la humanidad –. Ese tipo es capaz de cualquier cosa. Me hizo inaugurar un monumento de Perón. Debo haber sido el hazmerreír de tres millones de muros de Feisbuk.

–Lo hizo afeitar su bigote, pobrecito –se mete El Desubicado.

De pronto, superados largamente los 8.000 caracteres con espacios, el señor Abramovi interrumpe la charla. –Muchachos –propone –, vamos a tocar un rato, ¿no quieren tomar algo?

Fuente: El Eslabón.

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