Foto: Manuel Costa.
Foto: Manuel Costa.

Si el Partido Justicialista, con su actual conducción, sesgo y rumbo tomado convocara a una campaña de afiliación masiva como la que se organizó en los primeros días de la gestión macrista, ¿cuántas voluntades concitaría?

Esta y muchas otras preguntas, y sus eventuales respuestas, si las hubiera, circulan poco en los análisis y discusiones en que se encuentra enfrascada la militancia y la dirigencia peronista en las últimas semanas, aunque los enconos parecen haberse profundizado a partir de la irrupción del bolsero José López con sus odres repletas de billetes, relojes y hasta un fierro sofisticado pero de mínimo calibre.

No es un detalle menor analizar el proceso que derivó en la masiva afiliación, que a nivel nacional, por cierto, evitó la sangría de una interna en un momento de crisis. Incluso en Rosario y Santa Fe, ese fenómeno ayudó a constituir una unidad que se puso a prueba en una interna que no dejó casi heridos y tampoco dio pistas acerca de reposicionamientos ulteriores.

Se dijo a los cuatro vientos que era necesario llevar adelante aquella afiliación masiva para que no se quedaran con el peronismo aquellos que lo habían abandonado y eran la rueda de auxilio de las corporaciones o de la oligarquía en caso de que fracasara el macrismo.

A pesar de que el sujeto central de esa intentona fue siempre Sergio Massa, a nadie escapa que para buena parte de las bases peronistas eso incluía a dirigentes como el gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey. Según la distancia que se tuviera dentro del kirchnerismo con el PJ histórico, la nómina podía llegar a transformarse en lista sábana de indeseables.

Pero al menos para el común del militante, Massa era el límite. Luego de que millones de personas, muchas de las cuales jamás hubiesen pensado siquiera en la chance de afiliarse al justicialismo, lo hicieran, la pregunta que surge es: hoy, ¿cuál es el límite en la larga marcha hacia la unidad?

Algunos parecería que no encuentran esa frontera ni siquiera ante la mención de Héctor Magnetto. «Bueno, se supone que hablamos de dirigentes políticos, ¿por qué incluir al CEO de Clarín?», gambetean algunos, que consideran que la pelea con el monopolio más grande de medios de la Argentina llegó demasiado lejos durante el período kirchnerista.

¿Cuál es el límite para lograr la unidad? Algunos se preguntan si es el delasotismo, otros se proponen extirpar al reutemismo de las entrañas del PRO para que vuelva al redil del siempre generoso PJ, y nunca faltan quienes se sienten llamados al sacrificio y se sentarían a negociar con el Momo Venegas o Luis Barrionuevo, sólo por darle un lugar a la columna vertebral del movimiento.

Quienes se horrorizan ante algunos ensayos de probeta se preguntan si no es hora de preguntarse el para qué de la tan meneada unidad. Pero ahí empieza otra discusión, como siempre que se pone en juego el retorno al poder, o al gobierno, que parece ser de lo que en realidad se trata.

El massismo y la ilusión de la sucesión

Sergio Massa se debate entre la proximidad que él mismo decidió tener con el gobierno de Macri, y la necesaria diferenciación con las políticas del mismo si quiere tener chances a la hora de competir para sucederlo. Pero el tigrense tiene otra obsesión pendular, y es que también tiene la ilusión de ser el sucesor del kirchnerismo.

Menuda ambición la del ex jefe de Gabinete, que sería absolutamente dificultosa si no fuera porque, acaso involuntariamente, algunos dirigentes del peronismo que en algún momento fue kirchnerista, o sigue siéndolo pero en estado de vaporosidad crítica, le dan oxígeno al ubicarlo entre los posibles interlocutores, en un hipotético diálogo que tiene como supremo objetivo la unidad para vencer a Macri.

Esa sobrevida que Massa logra por izquierda, tiene su correlato de derecha por el lado de dos multimedios, el que conduce Héctor Magnetto y el dirigido por José Luis Manzano y Daniel Vila, y un buen número de integrantes del partido judicial, esos jueces y fiscales que trabajan a destajo en pos de llevar a la cárcel a Cristina Kirchner y la mayor cantidad posible de funcionarios de sus gobiernos y el de su extinto marido.

Pero ese último esquema Massa ya lo tenía, incluso durante la campaña presidencial, sólo que el ex intendente no supo hacerle una gambeta a la polarización entre Daniel Scioli y Macri.

De modo que lo novedoso es que Massa sea reinterpretado como posible aliado por aquellos que desde el kirchnerismo en el gobierno fueron enfáticamente críticos de las posiciones ideológicas del ex titular de la Anses.

Movimiento Evita: Partida con dolor

Uno de los que ponderan la ampliación del campo de batalla política contra el gobierno nacional es el dirigente bonaerense del Movimiento Evita, Fernando «Chino» Navarro, quien acaba de declarar, luego de que su fuerza anunciara que se alejaba del bloque Frente para la Victoria en la Cámara de Diputados de la Nación, que «el adversario está afuera, es el macrismo y sus políticas de ajuste».

Navarro, en la misma semana, y en declaraciones a Télam, sostuvo: «Tenemos la voluntad de construir un peronismo amplio y que incluya a todos los sectores que se oponen a las políticas que aplica el gobierno nacional. Si Sergio Massa demuestra una verdadera vocación de oponerse al oficialismo estamos dispuestos a charlar con él y con el Frente Renovador».

Unos días después, buena parte del peronismo amplio que debería oponerse al macrismo, y la totalidad del Frente Renovador, votaron a favor de la ley ómnibus que el oficialismo le impuso al Congreso. Es difícil saber por qué habría que pensar que Massa vaya a cambiar de opinión, comience a oponerse al macrismo, y se reincorpore al peronismo en un lugar que no sea el de conductor, no porque lo merezca, sino porque él mismo no se ve en otro sitial que ése.

Pero las ilusiones no tienen techo. Uno de esos deseos, tal vez en clave de táctica, es expresada como hipótesis por el director de la Agencia Paco Urondo, José Cornejo, en un artículo en el que aborda la ruptura del Evita con la bancada FpV-PJ: «Hay una metáfora muy común en la militancia, de origen setentista. «El puño en el colchón» representa que quién haga más fuerza, atraerá las demás bolitas de la cama. Algo de eso intenta el Evita, ser pieza de unidad para un frente popular más amplio que pueda destronar al macrismo, o al menos recortar sus aristas más antipopulares. Pero para eso se necesita la fuerza del puño. Fuerza que por hoy sólo tiene CFK y –desde un plano no electoral– Hugo Moyano».

En otras palabras, la pretensión del Evita se enfrenta a una realidad interna del peronismo que demandará algo más que puro voluntarismo. Salvo que en realidad el verdadero motivo del alejamiento del FpV sea formar parte de la mesa en la que se negociarán las listas para las elecciones de medio mandato del año que viene. En ese caso, todos los argumentos esgrimidos se constituyen en una gran mentira. Y los únicos que pueden probar que eso no es así son los integrantes de la mesa de conducción nacional del Evita.

El gran negocio de Mauricio

En julio de 2015, en esta misma columna, y tras el reñido triunfo de Horacio Rodríguez Larreta en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), se destacaba el sorpresivo anuncio de Mauricio Macri sobre la continuidad de la AUH, jubilaciones, Aerolíneas e YPF en manos del Estado como prueba de que el país modelo Jaime Durán Barba sólo les cerraba a Clarín y Asociados. Si bien los hechos demostraron que, por innumerables razones, la base social que compró ese formato de país se ensanchó tanto que le dio la victoria al empresario.

En aquella oportunidad, incluso, se interpretó que «la mascarada del líder amarillo intentando llevar tranquilidad a quienes temen, con razones sobradas, que si llegara a ser presidente desmantelaría todas las conquistas sociales y el capital social recuperados en estos doce años es, en rigor, la bandera de rendición que el PRO levanta al ser derrotado en la batalla dialéctica que se disputa desde 2003».

Pues bien, Macri salió de esa derrota ganando las presidenciales. Sin embargo, aún después del balotaje que lo catapultó a la Casa Rosada, el inventor del PRO no supo o no pudo dar marcha atrás en términos discursivos, al menos, respecto de aquellas promesas que llegaron a recibir chiflidos de parte del segmento más gorila de su audiencia en aquel acto plagado de globos y papelitos de chillones y metalizados colores.

La arquitectura que su gobierno viene ensayando para desterrar esos derechos de la vida de quienes forman parte de las grandes mayorías no es moco de pavo. El miércoles que pasó, con el camuflaje de una reivindicación de reclamos largamente postergados –el pago al segmento más opíparo de los jubilados–, el macrismo coló en el Senado lo que ya había hecho pasar sin contratiempos en la Cámara baja.

Como bien lo enumera el periodista Raúl Dellatorre en el matutino Página|12, el oficialismo, detrás del mentiroso título de Ley de pago a los jubilados, logró meter de prepo «un blanqueo de capitales, un régimen de regularización de deudas tributarias, la eliminación de gravámenes a los activos de las personas de mayor patrimonio (Bienes Personales) y de las empresas que los poseen pero no los aplican a la actividad productiva (Ganancia Mínima Presunta), la privatización encubierta de participaciones accionarias en poder de Anses y la legitimación de los acuerdos firmados con los gobernadores para la restitución paulatina del 15 por ciento de la coparticipación que se le asignaba a Anses». También hizo pasar por esa rendija el traspaso de la Unidad de Información Financiera (UIF) a la órbita del Ministerio de Hacienda.

La norma se aprobó porque tuvo 56 votos a favor, 11 en contra y una abstención. Vale aclarar que 22 de esos 56 son senadores «puros» del PJ-FpV, y la única abstención fue la del senador Fernando Pino Solanas, quien se cansó de demonizar al kirchnerismo por el blanqueo que llevó adelante en el último gobierno de Cristina.

¿Porqué diputados y senadores peronistas no quisieron, pudieron o supieron desmembrar ese Frankestein legislativo? ¿Por qué, ante la debilidad parlamentaria de Cambiemos no pudieron defender varios de los logros que incluso Macri no se anima a desmontar sin estratagemas o engaños porque sabe que si dice la verdad va, como mínimo, a parar a un manicomio? ¿Por qué entregarle todo, absolutamente todo, irreductiblemente todo lo que el macrismo exigió en este vergonzoso round parlamentario, al que precedieron el del endeudamiento y pago a los fondos buitre?

Pero tal vez haya preguntas más perturbadoras, en este marco político en el que se debate el peronismo: ¿Por qué algunos justifican determinadas escisiones en ampliar las bases del consenso para lograr «la unidad» que permita derrotar al verdadero «enemigo», que sería el macrismo y sus políticas de ajuste, si los interlocutores para ese consenso son los que votaron tamañas iniquidades a contrapelo de quienes les dieron mandato legislativo?

Quieren sumar voluntades contra Macri y esas voluntades votan TODO lo que Macri les exige, porque ni siquiera se los pide. Se los impone sin modificar una coma del abominable texto de una ley no menos execrable.

El sectarismo, por cierto, no puede ser el emblema que lleve de nuevo al peronismo a la victoria. El entreguismo de las banderas históricas tampoco, y menos con mujeres y hombres que probadamente demostraron estar en el centro de la escena política que le cambió la vida para bien a millones de argentinos haciéndoles el caldo gordo a los oportunistas y a la oligarquía, que con Macri a la cabeza, está haciendo el más grande negocio revolcándose en un colchón de votos que no le son propios.

Fuente: El Eslabón

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Un comentario

  1. adhemarprincipiano

    04/07/2016 en 16:18

    todo este comentario no llega a la fuente. Porque se ignora el trabajo del terrorismo de estado?. El mismo su fruto fue «liquidar» la dirigencia revolucionaria de los 70(Tosco). Dejando para hoy los «inservibles», lo que usan.Lo que vendrá?, es una incógnita.

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