Fanáticos del slot, autitos eléctricos que corren –en escala– a unos 600 kilómetros por hora, se reúnen en la pista del Club Horizonte para darle rienda suelta a su pasión. Hay réplicas de coches de Fórmula 1 y TC, y cada uno es su propio mecánico.

Según Wikipedia, el término slot procede del inglés, sin modificación alguna, y hace referencia a la ranura por la cual discurre la guía o quilla del coche y de la que toma la corriente eléctrica. Para los que tienen algunos años, se trata de una versión agigantada de las viejas y queridas Scalectrix, aquellas pistas que se ensamblaban en forma de 8 y en las cuales de niños nos sentíamos pilotos de Fórmula 1.

En un amplio salón del Club Horizonte, ubicado en Suipacha 1363 y conocido por su esmerado servicio de bufé, Walter Martínez, que abrazó este deporte hace ya casi tres décadas, recibe a los cronistas y al fotógrafo de este semanario portando su caja-taller. Allí lleva chasis, motores, piñones, coronas, gomas, y las herramientas necesarias para tener a punto sus coches.

Sale a pista

Los inicios de Walter en esta actividad –ya hace 26 años– nada tienen que ver con las condiciones en las que hoy lo practica. A diferencia del monstruoso circuito que tiene enfrente, desde chico pisó (o apretó, mejor dicho) el acelerador de las clásicas pistas familiares, “esas que te regalaban para Navidad, ensambladas, de plástico” y que “ni siquiera era de las buenas, porque esas salían una fortuna”, según relata en una charla con el eslabón. Y rememora: “Las circunstancias de la vida hicieron que tuviera un amigo en la secundaria que tenía un grupo que estaba corriendo, me invitó a participar y desde ahí no paré más”.

Este personaje fanático del slot, tenía 20 años cuando los motorcitos comenzaron a rugir en su cabeza. Participó de “varios grupos y del armado de varias pistas” hasta la construcción de la que hoy exhiben orgullosos en el club Horizonte. “En principio teníamos una en un galpón, mucho más chica que ésta. Es más, desde que yo hago slot, es la primera vez que conseguimos un club para poner la pista, porque siempre habíamos tenido galpones que alquilábamos o gente amiga que te prestaba, pero nunca teníamos un lugar abierto para que la gente se acerque más”, remarca, y explica: “Siempre se armaban en función del lugar que tenías para hacerla. En la mayoría de los casos te limita porque son chicos los espacios. Esta pista, por ejemplo, estaba armada en otro lugar pero no entera, porque no entraba, hasta que nos mudamos acá y pudimos terminarla”.

En cuanto a este “hobby” –como define Walter a su pasión–, cuenta que si bien “en Rosario hay otras pistas, ninguna tiene las características de la Rómulo Recanti”, tal la denominación del circuito de la institución ubicada en Suipacha al 1300, en homenaje a uno de los pioneros en el país de esta actividad, que “pasando los 80 años, seguía asistiendo a los torneos nacionales, y siempre estuvo ligado”, según relata el entrevistado.

Pilotar sus sueños

Foto: Andrés Macera.
Foto: Andrés Macera.

El slot nació en Inglaterra, en la década del 50, y la marca que lo inició fue Scalextric, la más conocida a nivel mundial, aunque después se sumaron otras. Desde siempre se buscó emular modelos reales de automóviles, de todas la épocas, competiciones y diseños. Y cada piloto, porque así se denominan quienes empuñan el mando, también hacen de mecánicos. “Vas aprendiendo a medida que te vas haciendo. Trabajas, te quemás los dedos con el soldador, te equivocás cuando armás una carrocería, es todo prueba y error”, dice Martínez, y añade: “Esto no es una cuestión de competitividad furiosa. Todos quieren ganar obviamente, pero acá lo más importante es compartir el momento, juntarse con amigos y por supuesto con asado de por medio”.

En cuanto a la organización, en la Argentina “recién ahora se está armando una federación a nivel nacional”, señala Walter, pero “siempre hubo grupos de distintas ciudades para correr”. Ahora, junto con algunos de sus compañeros (“somos unos 12 en este momento, pero el número va variando”) participan de Cefesa (Certamen Federativo de Slot Argentino), que se lleva a cabo en pistas de Buenos Aires, Pergamino, Rafaela, Rosario y Alta Gracia. “Normalmente, se corre de forma individual, aunque también hay carreras que se organizan en equipo, que son las de larga duración. Como son 2 ó 3 horas de competición, se van turnando los pilotos”, añade.

Al ser consultado sobre el nivel, el crédito local asegura que “hay gente de Buenos Aires que ya está corriendo campeonatos internacionales, pero la cosa pasa más por una cuestión económica que de nivel”, y argumenta: “Hay quienes incluso viven del slot, porque se dedican a preparar motores, o fabrican chasis, entonces se bancan ir a correr un torneo afuera ya que si andan bien saben que pueden vender sus productos, y hasta recibir encargos”.

“Acá hay dos clases de corredores. Los que van a ganar carreras y los que vamos a correr carreras”, dice entre risas este hincha de Independiente que supo tener (aunque no explotar) condiciones de arquero, y acota: “A nivel nacional hay muy buenos corredores, de mucha experiencia y que tienen la posibilidad de pasarse muchas horas por día metidos en esto porque les genera plata. Pero acá la mayoría labura, tiene pareja, hijos, y no le podés dedicar demasiado tiempo. Sí, un par de horas por semana le metés porque es lo que te gusta y te apasiona”.

Hundiendo el acelerador

“Saber cuánto antes de llegar a la curva hay que empezar a frenar y cuánto hay que frenar es la clave de todo”, revela Walter mientras aclara que antes el pulsor estaba en la parte superior del comando y se presionaba con el pulgar, pero ahora tiene forma de pistola y es el dedo índice el gran protagonista ya que “se comprobó que tiene mucha más sensibilidad”, y agrega: “Los autos corren a unos 70 kilómetros por hora reales, pero si sacás la velocidad a nivel escala, trasladando la cantidad de metros que recorre el auto por minuto y su propio tamaño, la proporción en promedio es de unos 600 kilómetros por hora. La velocidad de reflejos que tenés que tener es similar a la que deberías tener manejando un auto a 600 por hora”.

Después de permitirle a los enviados de el eslabón probarse como pilotos (y que derraparan en la primera o segunda curva), Martínez brindó algunos detalles técnicos. “La pista mide 42,50 metros y en cada curva se ubica un pone coche, que se encarga de volver a poner en pista los autos que se salen de la misma, sin cortar la corriente y mientras el resto sigue girando. La corriente se corta solamente cuando termina el tiempo establecido o cuando el auto se va al piso, porque hay que limpiarle las gomas antes de volver a colocarlo”. Para que la cosa sea equitativa, cada competidor tiene que completar las 6 vías en que está dividida la pista. “Nosotros corremos 3 minutos por cada una. Acá en Rosario en la categoría que más se compite es Diablito, y a veces TC. Al finalizar, se corta la corriente y tenés 2 minutos para ir a buscar tu auto y corregirle lo que esté mal. Cosas básicas, como limpiar las gomas (se le aplica un líquido antiderrape que le da mayor agarre), o cambiar corona. Es como entrar a boxes y, generalmente, tenés muchas cosas para modificar porque siempre le encontrás algún defecto”.

En cuanto a las piezas, Walter explica que “casi todo viene prefabricado, aunque el armado corre por cuenta de cada corredor”, y tras indicar que “a nivel nacional se hacen gomas y chasis, y ahora se empezaron a fabricar coronas”, destaca: “Nosotros tratamos de comprarle a ellos, por una cuestión de bancar algo que se está haciendo nacionalmente. Antes que comprar extranjero, preferimos aportar al desarrollo argentino. Y aparte la plata queda en el país”.

Tras contar que el armado de un auto cuesta aproximadamente “unos mil y pico de pesos”, subraya que “al tratarse de autos a escala tan chica cualquier variación que le hagas te varía mucho” y por lo tanto “una décima de milímetro en un auto de 15 cm es muchísimo”.

Hoy habla como un experto y explica con precisión cada variable de esta actividad que le corre por las venas. Pero este padre de cuatro hijos confiesa que “todo lo fui aprendiendo sobre la marcha, y no sólo de mecánica: de electrónica, de medidas, de relación (piñón corona), de electricidad, hasta de pintura, porque está bueno tunear los autos”.

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