Chechechela de Mirko Buchín (UNR Editora)
Chechechela de Mirko Buchín (UNR Editora)

Emma Bovary, Anna Karenina y las boquitas pintadas de Manuel Puig son ejemplos, los más a mano, de los esfuerzos de la literatura universal y masculina para dar cuenta de la subjetividad femenina. Chechechela, del rosarino Mirko Buchín (J. B. Molina, Santa Fe, 1932) es otro modelo exquisito de esos esfuerzos, y en la primera persona de la narradora. No es la mujer hablada por un hombre, es una chica de barrio que habla por sí misma, con desenfado y picardía, de la carga moral de la sociedad de su época.

Buchín es escritor, actor y director teatral. En 1972 publicó Chechechela a través del sello Barral, en Barcelona. La novela estuvo agotada y fuera de circulación durante décadas. La buena noticia es que UNR Editora le volvió a dar cuerpo a esta heroína en la colección Confingere, y en pocos días va a estar a la venta en todas las librerías de la ciudad. Chechechela también fue llevada al cine a mediados de los 80 pero no tuvo gran aceptación del público ni de la crítica, que le puso una estrellita por adherir a cierta puesta en escena pintoresca y costumbrista. Pero Chechechela es mucho más. Para empezar, el monólogo interior de la protagonista fluye como cantando, propio de una verdadera artista de teatro o del cine italiano. “El velorio estuvo regio”, señala Cheche antes de empezar uno de los pasajes más desopilantes de la trama que se hunde en los dramas profundos de la vida común y ordinaria con un tratamiento finísimo de la parodia.

El uso del artículo antes de todos los nombres propios, y las expresiones del tipo “hacerse la burra” o “¿Te vino el cartero?” son las marcas de pertenencia del habla vulgar propia de una clase social, que se suman a la más icónica de todas: el amontonamiento del vocativo argentino “che” en el sobrenombre de la protagonista. Buchin pone todo el pragmatismo del lenguaje en la construcción de identidad por un lado, y en la de su personaje estelar, por el otro: Chechechela.

Si en los 60 Puig transformó el folletín en una narrativa de vanguardia para sacar de las revistas del corazón, de las camas y de las casas, al «mundo femenino» en un contexto de vida pueblerina, opresiva y machista (tal como retrató el autor a su Coronel Villegas natal), Buchín en los 70 saca a pasear por las calles del centro a la mujer rosarina, de barrio, osada y pagada de sí misma, y que –aun gozando de un margen relativo de autonomía– no escapa al mandato destinal y obligatorio del matrimonio y de la sexualidad sujetada a la moral monogámica ( que, vale decir, Chechechala gambetea con mucha elegancia y discreción).

Nuestra heroína narra “la carrera de toda mujer soltera” en medio de los preparativos para dar el sí, pero no se come la curva de la fantasía rosa: no hay idilio en torno al matrimonio porque “nunca es como en las revistas” que tanta bronca le dan, pero sí un tope para la realización personal de una mujer de su generación y condición social. A ese mandato Chechechela lo reniega, pero lo asume hasta las últimas consecuencias y, en el fondo, lo añora con esperanza.

“Viste Chechechela, si parece que Dios a las mujeres nos hizo con rabia”, le dice La Susana, su mejor amiga, después de perder un embarazo. La solidaridad entre mujeres se enreda con la competencia vivoreante entre las propias congéneres, mientras reina la complicidad justificatoria con el varón, porque las cosas malas de los hombres “no las hacen por maldad, sino que ya lo tienen en la naturaleza”, son los lugares comunes de la autocomplacencia femenina de la época que, en esta obra, ofrecen la posibilidad de encarar una lectura reflexiva, en perspectiva, a la luz de las nuevas tensiones alrededor del lugar que disputa la mujer en nuestra sociedad.

Vale leer la novela como una pintura de época si se quiere, pero también como el despliegue de un arquetipo femenino, de la mujer argentina, bien rosarina, que persiste y se hereda, de abuelas y tías, vecinas, madres, amigas e hijas. Porque todas somos un poco como la Chechechela.

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Un comentario

  1. patricia giménez

    02/11/2016 en 21:46

    Admiro todo lo que hace Mirko Buchín. Este libro, no tiene desperdicio. Una joyita, sobre todo para los rosarinos. Genio Mirko!!!!!

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