El Club Social y Deportivo San Martín, ubicado en Valentín Gómez al 3700, en la zona norte de la ciudad, fue refundado gracias al empuje de los jóvenes y a la experiencia de los “viejos” que bancaron la crisis de principio de siglo.

A mitad del siglo pasado, un grupo de vecinos de La Florida decidió darle lugar al encuentro con el otro, a la organización colectiva y a la participación social, y fue así como se fundó –en 1949– un club, al que decidieron ponerle el nombre del más grande de los próceres argentinos.

Allí se congregaban grandes y chicos de las barriadas de Rucci, La Cerámica, Alberdi, Arroyito y hasta de Granadero Baigorria. Pero las distintas crisis y golpes de Estado que azotaron al país, casi lo hacen desaparecer. Se sostuvo durante años por los habitués del buffet y, sobre todo, por los fanáticos de las bochas. Hasta que en 2012, unos cuantos jóvenes se acercaron con ganas de revitalizar ese pedacito de barrio. Costó, pero lo lograron.

Soplando brasas

El Club Social y Deportivo San Martín estaba, en 2012,  abocado a dar refugio a «los viejos» y al juego de bochas. No había tiempo para ocuparse de la administración. Abría sus puertas con el buffet, ya pasada la tarde, y las mantenía abiertas mientras la gente lo demandase. Los pibes llegaron a interrumpir ese momento: llegaron con talleres de música y una huerta, guitarras y fogones. “Ellos se sentaban, formaban una ronda con fuego y se quedaban de noche tocando la guitarra”, recuerda ahora Carlos Alberto Chanquía, el parroquiano más fiel del lugar, conocido por su apellido por los hombres, y por sus nombres de pila por las mujeres, según se encarga de remarcar con una gran sonrisa en los dientes.

Este hombre de piel curtida, anillos enormes y camisa desabotonada, trabaja de albañil y apenas termina su jornada se va a su segunda casa: el San Martín. “Al principio, nosotros decíamos: «estos son unos vagos drogadictos»”, dice entre risas Chanquía, y aclara: “Pero nos fuimos dando cuenta que venían a dar una mano”.

Los pibes del barrio no estuvieron por fuera del proceso de politización de los jóvenes de la última década. Santiago y Facundo se acuerdan de sus veintipico, en 2012, en ese marco: pibes con ideas y con fuerza, sin saber bien cómo activar, pero con pilas. “Estudiamos en la Facultad, en las carreras más sociales, somos músicos. También somos del barrio, fuimos a la escuela juntos y empezamos a ver que en el club no había espacio, ni para curtirlo nosotros, ni para que los más pibes pudieran venir. La coyuntura nacional tuvo que ver, claro, pero nosotros en ese momento no teníamos ningún tipo de mirada organizacional de la idea y caímos medio de prepo”.

“Lo que hubo al principio fue un choque generacional”, explica Facundo. “Nosotros estuvimos tres o cuatro meses, hicimos talleres, arrancamos una huerta, se jugaba al fútbol, venían algunos skaters. Pintamos un mural también. Se había llenado de chicos. Pero por diferencias, no pudimos continuar”. Cuando Facundo, para pintar la situación del club en aquel entonces recuerda: “Quisimos hacernos socios y no había papeles”.

Codo a codo

Santiago, Facundo y Chanquía comparten ahora una mesa y un porrón. Desvían la conversación entre planes, anécdotas e ideas que van surgiendo. Lo que pasó, pasó y maduró. Y lo cuentan. “Nosotros decíamos que los viejos esto, que los viejos no nos dejaban entrar, que no sé qué. Pero bueno, ellos eran los que habían bancado que en la década del 90 no se venga abajo esto, los que hicieron que este lugar no termine siendo un edificio o una cancha de césped sintético privada”, destaca Santiago.

Lo que ese año no funcionó en el club, se trasladó a la vecinal La Florida, ubicada a dos cuadras del San Martín. “Ahí nos institucionalizamos un poco más. Nos rescatamos con que teníamos que hacer las cosas más despacio, respetar lo que ya había”, explica Santiago. Llegaron con lo mismo: el taller de música. Cuando crecieron los alumnos y las ideas, volvió la necesidad de habitar los espacios del barrio, en este caso, el club. “El taller de música era muy grande y decidimos venir al club con la parte de percusión. Con eso tuvimos un caballo de troya para volver a entrar. Pero además teníamos otra cabeza, otra mentalidad y más respeto. Ya no pensamos que había que recuperar el club, porque la gente ya estaba. Llegamos con la idea de que nosotros podíamos aportar desde los institucional y lo social”, agrega.  

Los pibes se pusieron a laburar: pintar paredes, arreglar techos y hacer que las actividades funcionen. Chanquía lo destaca, y también cuenta que lo primero que hizo fue ayudarlos en la albañilería, algo de lo que sabe y mucho. “Y así nos vamos uniendo. Esto se va amasando”, remata.

El taller de percusión se multiplicó. “Cuando se ve que hay movimiento, la gente empieza a acercarse”, dicen los pibes. A la música se le sumaron las clases de danza y las de fútbol, las de patín por un tiempo (“pero el piso no estaba en condiciones”), y siguen –por supuesto– las bochas. “Está re lindo ahora”, resume Chanquía, que el año que viene se suma al plantel de docentes con clases de oficios. “Quiero que los pibes aprendan a trabajar. Y sino, aunque sea entretenerlos para sacarlos de la calle”.

Volver a empezar

El tiempo que los chicos pasaron en la vecinal también sirvió para que otras cosas se gestaran puertas adentro del club. Claudio Aldao, actual presidente de la institución, pidió la intervención a la fiscalía de Estado para que se normalice institucionalmente el club. Ese proceso demandó casi dos años y el 4 de noviembre pasado se celebró la Asamblea que que refundó la historia del club después de más de 20 años.

“La refundación del club”, cuentan los jóvenes, ahora miembros de la flamante Comisión Directiva, aprobó el estatuto, que reúne, además de los requisitos legales, los precedentes del Club y una serie de derechos relacionados a la vecindad y el empoderamiento ciudadano”. Ese glorioso día, además, se hicieron choripanes y se invitó a vecinos y vecinas para que escucharan y participaran. Y unos cuanto se terminaron asociando y votando, en un hecho inédito. En el estatuto, además, se incluyeron algunos puntos dignos de ser imitados, como la inclusión de personas con discapacidades o la prioridad de contratación de socios que “ejerzan oficio, arte o profesión” a la hora de “contratar un puesto o un servicio específico”. El club tiene hoy unos 150 afiliados. Lo que queda ahora es hacer. El horizonte que se abre es infinito: seguir con las actividades y sumar nuevas, acceder a subsidios y programas que permitan reestructurar las instalaciones, profundizar la recuperación institucional. Darle vida, en definitiva, a ese pedacito de barrio.

San Martín rock. El sábado 19 de noviembre, desde las 20, el Club Social y Deportivo San Martín (Valentín Gómez 3765, casi esquina Salvat) va a ser sede de un festival de rock por la cultura en el barrio. Tocan las bandas “Paranoia Colectiva” y “Pródigos”.

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Un comentario

  1. Patricia

    14/11/2016 en 23:00

    Excelente tarea de estos chicos

    Responder

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