En la recta final de la campaña previa a las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (Paso) de este domingo, las declaraciones de los principales protagonistas nacionales muestra a las claras dos estados de ánimo. Las voces oficialistas, desde el presidente Mauricio Macri hasta el último troll de Cambiemos en las redes sociales, exhiben un notable nerviosismo, y una dislocación discursiva que llega al límite del programado llanto presidencial en cámara. Del otro lado, el virtual silencio de la ex mandataria Cristina Fernández de Kirchner, su escasa presencia mediática, son los indicios de quien sabe que la calma es la mejor consejera para quien lleva cierta ventaja.

Nadie, ni las consultoras que en esta campaña brillaron por su falta de encuestas, otra pauta de que el oficialismo ni siquiera puede operar sobre las mismas sin hacerles pagar un alto costo, ni los experimentados operadores políticos, con muchas elecciones en su haber, pueden decir con certeza qué pasará cuando se abran las urnas, pero nadie niega que el centro del ring lo ocupa CFK.

Y ése no era el plan del macrismo. O, para decirlo mejor, el objetivo de la alianza gobernante era que Cristina estuviera en el centro del debate, pero en modo default, atiborrada de causas judiciales que la condenaran socialmente, desprestigiada por la “pesada herencia”, atormentada por el perfil demoníaco que los medios hegemónicos trazan día a día para mostrarla como el origen de toda corrupción y perversiones. Ése era el rol que pergeñaron Jaime Durán Barba, Marcos Peña, Elisa Carrió y otros personeros de la post verdad, eufemismo que esconde el concepto de mentira encubierta por el apabullante dispositivo mediático corporativo.

Camino a elegir a los candidatos que irán a las elecciones de renovación parlamentaria del próximo 22 de octubre, el electorado de la provincia de Buenos Aires, que representa el 40 por ciento del padrón nacional, en este cierre de campaña no ve en CFK esa imagen del Mal Infinito. A lo sumo, quienes la odian, ven con sorpresa que los cañonazos la agrandan y embellecen, los agravios le abren los ojos a votantes dubitativos, y las amenazas de encarcelamiento provocan más miedo que placer. Magra cosecha para los estrategas amarillos.

Macri en el laberinto bonaerense

«Es increíble que nos hagan responsables a nosotros de que el peronismo no haya podido renovarse y de que la ex presidenta siga teniendo un rol protagónico en su partido. Esto es de exclusiva responsabilidad de ellos. La mía era consolidar Cambiemos». las palabras de Macri en una entrevista concedida al diario La Voz de Clarín en Córdoba, a horas del cierre de campaña de Cambiemos en esa provincia, refleja cuestiones que no son del todo locales o exclusivas de un debate interno del peronismo.

A nadie escapa que el titular de la Cámara de Diputados de la Nación Emilio Monzó había recomendado como estrategia de campaña en la provincia de Buenos Aires sacar las ambulancias macristas y crear una colectora “peronista” que tribute a Cambiemos, evitando que todos los votantes justicialistas se vieran obligados a optar dentro de los amplios márgenes del movimiento que fundaran Juan y Eva Perón.

La respuesta de Durán Barba, a quien acompañaron asintiendo el jefe de Gabinete Peña, el propio Macri y la gobernadora María Eugenia Vidal, fue una rotunda negativa.

Monzó tiene una relación tormentosa y de vieja data con el asesor ecuatoriano. En enero de este año, cuando se llevaban adelante los primeros aprestos para delinear una estrategia de campaña, lanzó un misil al corazón de la alianza gobernante, cuando sentenció que «Cambiemos está vacío y debería conducir el espacio desde lo político».
Es más, en un reportaje hecho por Perfil en noviembre del año pasado, el legislador de origen peronista ya había generado ruido puertas adentro del oficialismo: «Cambiemos fue un esquema electoral con éxito, no seamos hipócritas. Hay mucha distancia en que se transforme en un cuerpo sólido como partido político. Hoy el común denominador es la responsabilidad de gobernar. No hay que tener prejuicios para sumar dirigentes». La queja era ante la cerrazón de Durán Barba, la Carrió y otros dirigentes de vieja raigambre gorila a incorporar “peronistas insatisfechos”.

Ya a comienzos del año electoral, Monzó llegó a ponerle nombres y apellidos a su estrategia de captación, y habló de «dirigentes impresionantes» del peronismo, citando a Omar Perotti, Florencio Randazzo, Julián Domínguez, Diego Bossio, Gabriel Katopodis y Juan Manuel Urtubey.

Preocupado por su tarea específica en la Cámara baja, advirtió lo que ocurriría si Cambiemos no gana las elecciones legislativas, especialmente en la provincia de Buenos Aires: “Habrá dificultades en la negociación de las leyes». Y agregó, para que no cupieran dudas: «Me parece que el triunfo en Buenos Aires es un triunfo que lo tenemos que garantizar por el bien de todos».

Pues bien, hace menos de una semana, uno de los editores de Clarín, Ricardo Roa, escribía: “Justo ahora, cuando reina la política, el más político de los políticos de Cambiemos toma vacaciones. Emilio Monzó es nada menos que el presidente de la Cámara de Diputados”. Es que el tipo se tomó el raje, y en palabras del sitio info135 el presidente de la Cámara de Diputados decidió irse a Miami “horrorizado” ante la campaña de Vidal y Marcos Peña.
Tal vez Macri tenga algo de razón, y no sea el único responsable “de que la ex presidenta siga teniendo un rol protagónico en su partido”, pero si su responsabilidad era consolidar Cambiemos, el domingo podrá comprobar si tuvo éxito luego del veredicto de las urnas.

La Gran Oreja Electoral

Los arribistas se entretuvieron con la descripción morfológica del acto de lanzamiento de Cristina en el estadio de Arsenal de Sarandí. Vieron emulaciones de las puestas en escena de Cambiemos, hablaron de la vestimenta de la ex mandataria, apelaron a un sinnúmero de interpretaciones en torno del cambio de estilo y pusieron en juego toda una batería de contrastes con la cadena nacional, el tono imperativo y el duro verticalismo que atribuyen desde siempre a CFK

Lo cierto es que Cristina prácticamente no se movió un poquito de lo que había anticipado en su primera aparición pública desde que dejó la Presidencia, en aquella lluviosa mañana en las escalinatas de Comodoro Py. Allí, la ex jefa de Estado expresó su escueta plataforma política para esta etapa que se cierra el domingo: “Les propongo esencialmente conformar un gran frente ciudadano. Un frente ciudadano en el cual no se le pregunte a nadie a quién votó, ni de qué partido es”, y agregó: “Que se le pregunte cómo le está yendo, si le está yendo mejor que antes o peor. Entonces ese es el punto de unidad de los argentinos: reclamar por los derechos que les han arrebatado”. Clarín, La Nación, Perfil, Infobae, Jorge Lanata, Alfredo Leuco & Son, todos juntos podrán empacharse con sus análisis del “viraje” de Cristina, pero lo cierto es que de todos los postulantes a ser candidatos en octubre, la que ostenta mayor coherencia discursiva es la ex Presidenta.

Así, sus no actos de campaña fueron sorpresivos, con ella rodeada de actores sociales de la más diversa índole, quienes se transformaron en los reales y verdaderos protagonistas de esos encuentros, volcando sus dolorosas experiencias del año y medio de régimen macrista. Cristina pivoteó en esas micro sesiones de terapia social colectiva como una gran oreja, escuchando esos testimonios –a menudo desgarradores– e interviniendo apenas, sobre el final de cada acto, a manera de cierre o ensayando una síntesis de lo expresado por todos.

La línea conceptual también tiene continuidad si se compara aquella manifestación de Cristina en los Tribunales federales, cuando planteó que en “ese frente ciudadano… el punto de unidad son, precisamente, los derechos perdidos, o la felicidad perdida”, con la definición de que el gobierno macrista había venido a “desorganizarles la vida a los argentinos”.

La conductora del peronismo, mal que les pese a algunos que ven con inexplicable animadversión a la figura que les dio entidad política, descubrió que la clave para comunicar sus propuestas era apelar a la confrontación entre esos derechos conculcados por el macrismo y los que se habían conquistado durante sus gobiernos y el de Néstor Kirchner.

Ni las operaciones de prensa que sobrevolaron toda la campaña, ni los hechos de corrupción a los que le faltan nada menos que pruebas y bases jurídicas, ni las bochornosas puestas en escena de personajes como Lilita Carrió, ni los embates judiciales del abominable far juez federal Claudio Bonadio, ni los cacareos de Luis Majul, ni los criminales montajes de Lanata abusando de un niño en cámara lograron hacer mella en la imagen de CFK, que llega a las Paso como la favorita en todas las mediciones medianamente serias.

La avenida de los tibios

Por diversos factores –entre ellos el garrafal error del macrismo al considerar que le resultaría beneficioso polarizar con CFK para plebiscitar “el pasado”– precandidatos como Sergio Massa y Florencio Randazzo fracasaron en su intento por constituirse en alternativas que disputen el tercio necesario para quebrar esa tendencia.

Debe ponderarse, claro, que ambos –el primero por acción, el otro por su silenciosa ausencia– declinaron el rol de opositores creíbles y rigurosos, perfil que intentaron reforzar en campaña, pero sin poder vencer la tentación de asestarle más golpes a Cristina que a Macri.

Una de las últimas intervenciones del ex ministro ferroviario del kirchnerismo fue precisamente para contestarle al presidente sobre la ya mencionada responsabilidad de que CFK se encuentre dominando la escena electoral. «Cristina está más vigente que nunca por los fracasos de Macri», sostuvo Randazzo.

Si bien reconoció que la vigencia de su antigua jefa tiene base en “cuestiones que se han hecho bien durante un tiempo”, para el ex funcionario esas medidas virtuosas, que usufructuó largamente, tienen más lugar en sus spots publicitarios que en el reconocimiento a quien le ordenó llevarlas a cabo.

Randazzo, quien se encaprichó con la idea de confrontar electoralmente con Cristina mientras reclamaba la unidad, perdió una excelente oportunidad de sellarla cuando el segundo de la ex mandataria, Jorge Taiana, lo invitó a cerrar una lista conjunta y enfrentar al régimen macrista con el peronismo encolumnado detrás de ambas figuras.
Massa es otra cosa. Incorregible en su antikirchnerismo, ya al elegir como compañera de ruta a Margarita Stolbizer, una de las dirigentes más gorilas de todo el espectro político argentino, se colocó afuera del peronismo desde el vamos.

El tigrense, a pocas horas del cierre de campaña, mostró que llegó a tener esperanzas en Macri: «Desgraciadamente, el cambio que queríamos para bien no vino nunca; por el contrario, vino para mal».

La esposa de Massa, Malena Galmarini, encontró una manera de pegarle al macrismo y a CFK al mismo tiempo. Refiriéndose al jefe de Gabinete, quien había sentenciado que el líder del Frente Renovador “es la persona menos confiable del sistema político argentino», replicó: «El problema de Marcos Peña es que se kirchnerizó».

Este domingo se sabrá si el mejor equipo de los últimos 50 años consigue un nuevo cheque en blanco para llevar adelante la tarea que aún le falta cumplir, según el ya conocido manual del neoliberalismo, o si quienes durante doce años y medio lograron que comer no fuera un eje de campaña tienen chances de volver al gobierno dentro de dos años. Las cartas están echadas sobre una mesa en la que les falta el pan cotidiano a las grandes mayorías.

Fuente: El Eslabón.

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