“No buscaban a Santiago Maldonado, buscan amedrentar, hostigar en la ruta, poner miedo”, afirma el werken (vocero) Rogelio Fermín, desde la comunidad mapuche Vuelta del Río, donde históricamente se han vivido atropellos y conflictos con terratenientes y autoridades de la zona. Además del intento de desalojo de 2003, el pasado 20 de septiembre un grupo de desconocidos quemó una casa del lugar. Ese mismo día, miembros de la comunidad habían tomado pacíficamente el juzgado de Esquel, ante el violento operativo realizado dos días antes por efectivos de la Policía Federal y Prefectura, en el marco de la desaparición de Santiago, cuando Gendarmería irrumpió en el Pu Lof Resistencia Cushamen, el 1° de agosto último.
“Fuimos a denunciar la mala tramitación del entonces juez Otranto, pero sólo recibimos promesas, y cuando regresábamos nos enteramos del ataque, sobre el cual aún no se sabe nada”, cuenta Rogelio.
Vuelta del Río es una comunidad mapuche-tehuelche, reconocida desde 1898. Hoy habitan en el lugar “unas 120 familias, esparcidas en la zona, en 15 lotes y 625 hectáreas”, que viven del pastoreo y agricultura de subsistencia, artesanías tradicionales en telar y soga, herboristería y medicina tradicional.
Como su padre, Rogelio nació y se crió en la comunidad. “Estudiaba en una escuela que me quedaba a tres horas de camino, luego fui a un internado en un establecimiento rural. Mis abuelos venían empujados por la llamada Campaña del Desierto”.
Ante la situación que provoca la estancia de Benetton, ya en diciembre de 2006, Rogelio viajó con un grupo de mapuches a reclamar en Italia, frente a la tienda del millonario. Con el apoyo de la organización italiana Ya Basta, realizaron denuncias públicas en medios de comunicación, actos y charlas en universidades.
Rogelio colabora en programas de radio Petü Mogelei (“Aún estamos vivos”), emisora que forma parte de la red de comunicación campesina y cuyo contenido está claramente ligado a las luchas territoriales. Desde el reflotar de la represión en la zona, la radio, ubicada en El Maitén, a 65 kilómetros de El Bolsón y a 120 de Esquel, ha sido una de las pocas, junto a Alas y El Fogón, en difundir otras voces y la información que los medios hegemónicos no divulgaban.
Lo que sobró de la entrega
Fabiana Nahuelquir, antropóloga nacida en esos territorios, explica que “en un mapa de 1904 se ve a la comunidad mapuche de Vuelta del Río rodeada por las estancias, ya que quedó conformada por territorios que el Estado no entregó a la Compañía Argentina de tierras”.
“Las reservas que quedaron en manos de las comunidades, estaban sobre tierras que no querían las empresas por ser improductivas. La zona ya había sido investigada en 1869 por el explorador George Chaworth Musters, tras lo cual las estancias tomaron las tierras buenas. Pero no tomaron los parajes que no tenían buena agua y pastos, zonas de estepa y con alta erosión eólica”, explica la licenciada en Historia y perito en Antropología aplicada.
La colonia Cushamen había sido “fundada por el cacique Miguel Ñancuche Nahuelquir en 1884 luego de que el Estado le reconoció esas tierras, tras la llamada Campaña del Desierto por el decreto Ley 1501, de octubre de ese año”, señala.
Nahuelquir formaba parte del grupo del cacique manzanero Valentín Sayhueque, el último en rendirse, en 1885, ante Roca, en Junín de los Andes. Tras ser vencidos, los originarios emprendieron la retirada y fueron arrastrados a campos de concentración en Valcheta, Carmen de Patagones y Chichinales (Río Negro). “Entre 1880 y 1890, en la línea sur rionegrina, al abrirse los campos de concentración, algunas comunidades les dan lugar a familias con las que luego terminan emparentándose. En otras ocasiones, al ser amparados por otros grupos, algunos toman sus apellidos para poder salir de lugares de encierro. Desde la antropología y la historia, cuando se habla de comunidad, se menciona a un cacique y una familia. Pero la gente termina siendo familia por juntarse por el desparramo ocurrido desde los campos de concentración”, indica.
Tenencia precaria
“La gente quedaba conchabada como peones de estancia, el Estado les dejaba mano de obra flotante, y estaban radicadas en zona de desamparo y con permisos de propiedad precarios. Lo que es considerado un documento muy frágil para demostrar tenencias, ya que sólo permite usar el pasto y la superficie”, explica Fabiana. Y agrega: “Se buscaba que los indígenas quedaran como arrendatarios. Además, sobre un mismo predio, se puede registrar que conviven cuatro familias”.
Aunque el Estado no establecía que las propiedades fueran colectivas, su uso fue comunitario porque la población trataba de sostener esa modalidad, incluso en la tenencia de animales. “Se les aplicaron dispositivos del Estado, como el sistema de educación por internación en escuelas rurales, lo que provocaba que las familias dejaran los lotes y se fue despojando al campo de sus habitantes”, relata Fabiana.
Hoy, desde la cárcel de Esquel, Facundo Jones Huala, lonko de la comunidad Cushamen, afirma: “La Conquista del Desierto no ha terminado”. El joven sigue detenido desde junio último por supuestos delitos terroristas, como incendios, robos, amenazas y hasta “declarar la guerra a Chile y Argentina”. Con su gente, Facundo emprendió en 2015 la recuperación de tierras de sus ancestros, pero cuyos títulos de propiedad están en mano del latifundista Benetton.
Los abuelos de la identidad
La antropóloga explica que “las comunidades preservan los valores y la identidad de la comunidad por la transmisión que realizan los abuelos, y las ceremonias como el Camaruco, que establece relaciones con sistemas de significación heredados, evoca tradiciones, conocimientos y filosofías indígenas. En consecuencia, vinculando mito e historia, es un marco para interpretar el pasado, relacionar el presente y tender puentes hacia el futuro de la comunidad”. Ese papel de los ancianos, remarca, “constituye un símbolo metacultural sobre el «ser mapuche» porque representa reglas, valores y conocimientos. Ellos orientan la marcha de los vivos y el devenir de la comunidad a través de los sueños o el chalilefunun (rito para comunicarse con los muertos y dioses)”.
Memoria de la comunidad
La investigadora mapuche también cuenta sobre los “nexos parentales” que surgen de intrincadas historias políticas y económicas. En sus análisis, la memoria de la comunidad y los datos de los archivos oficiales se entretejen. Allí surgen historias “de parientes, afines e incluso miembros cuyos nombres e historias fueron distintivos”. “Mi familia es de Cushamen, pero luego fue desplazada. Con la pérdida de territorio y el traslado a las orillas de las ciudades, los jóvenes son víctimas del silenciamiento del pasado. Pero hoy viven un retomar la historia y volver al territorio de sus mayores”, sostiene Fabiana, quien al doctorarse en Antropología, en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA), investigó acerca de cómo opera la memoria construyendo sentidos de pertenencias entre la gente de Sayhueque.
La batalla desde la ciencia
“Desde los años 90 construimos en la facultad una política concreta de resignificación de la identidad de los pueblos originarios”, indica Victoria Homberger, consejera superior de la Universidad de la Plata y miembro del Centro de Estudiantes de la carrera de Antropología de esa casa. “En la facultad –agrega Victoria– también se fue dando un proceso con fuertes relatos de profesores y autoridades que siguen cosificando a los originarios, como objetos de estudios”. Remarca que “ante el paternalismo y la política de asistencialismo, nosotros pujamos, además de las restituciones, que se los tome como sujetos de derechos en la toma de posición. Desde ahí, la antropología tiene muchas herramientas para trabajar y disputar ante la antropología oficialista, occidentalizada y colonizada que se quiso imponer”.
“La teoría difundida por el antropólogo Rodolfo Casamiquela dice que los mapuches invadieron la Patagonia y mataron a los tehuelches, también con los fusilamientos de peones rurales en 1921 y 1922, se decía que si no mataban a los rebeldes se venían los chilenos. Pero, la antropología y la etnohistoria que se ocupan de leer los documentos de las comunidades, y escucharlos, trabajan sobre esos relatos, esa visión y la convivencia que existía entre los distintos pueblos cuando la cordillera no era una frontera, sino un paso, un lugar de convivencia, de encuentro y búsqueda y avistamientos de recursos”, resalta.
Admite que “falta hacer mucho, pero los antropólogos debemos ser grandes replicadores de esa información. Los medios hoy actúan muy a favor de un gobierno que tiene intereses muy concretos, lo demuestra el decreto que permite a los extranjeros ampliar la cantidad de hectáreas de tenencia. En ese sentido, también las multinacionales y grandes terratenientes desarrollan ese relato para quedarse con más tierras. No sólo para producir, sino por lo que tienen abajo, los amplios recursos y la ubicación estratégica para proyectarse a la Antártida y los dos océanos, además de los acuíferos y reservas de agua del territorio”.