Dos curiosidades atravesaron la elección de este 22 de octubre en el seno del vasto campo nacional y popular argentino. Ambas, con rasgos paradojales. La primera es la reacción azorada ante un resultado nacional previsible y la segunda el establecimiento de expectativas que no guardan relación con las acciones desplegadas. Entre las dos, íntimamente relacionadas, se obtuvo un cuadro de situación anímico de baja intensidad y la siempre cómoda sensación de percibirse sapiente en minoría.

La victoria general de Cambiemos se debe a que el electorado históricamente antiperonista en la República Argentina se amalgamó en una sola nómina electoral. La base social radical balbinista que entronizara a De la Rúa encontró, ante la mediocridad de una dirigencia ¡liderada por Sanz!, el gerenciamiento del PRO. Así pudo canalizar su único fervor, que no es otro que denostar al vecino humilde con argumentos provistos por Ari Paluch. Esa faja existía y simplemente ratificó su existencia, con leve aumento porcentual impulsado por los medios y la atracción que suele generar la unidad con perspectivas victoriosas.

El segundo factor, es tan raro como el antedicho. Planteémoslo de este modo para hacerlo más asequible.

Un joven anhela jugar en la selección nacional de fútbol. De hecho, es el más grande deseo de su vida por innumerables razones. Considera asimismo que lo merece, pues posee buena técnica con el balón y grandes valores humanos; seguramente con el dinero obtenido haría cosas más atractivas y benévolas que los actuales profesionales. Pero mientras lo desea con toda el alma, se sienta, lo sigue soñando, enciende un cigarrillo, abre una cerveza, y ni se le ocurre trotar una vuelta a la manzana para ponerse en estado, o acercarse a un club para practicar fútbol regularmente, ni tan siquiera consultar a algún conocido relacionado con ese deporte.

Esto significa que desea jugar en la selección pero no está dispuesto a mover un dedo para lograrlo.

Algo parecido a un campo nacional y popular que anhela y necesita impactar con potencia al gobierno oligárquico pero se ha mostrado persistente en su división y ha rechazado con insultos airados a quienes han sugerido tender puentes para amalgamar las fuerzas imprescindibles en esa dirección. Un espacio donde cada quien y cada cual se siente muy orgulloso de construir “su” corriente, distanciada de la otra, con argumentos que considera irrefutables y lanza regularmente a los cuatro vientos.

Entre la unidad de las fuerzas liberal conservadoras –el radicalismo no yrigoyenista gerenciado por un PRO sin más militancia que el personal administrativo de algunas empresas- y la dispersión de nuestro sector –Unidad Ciudadana, Partido Justicialista, Frente Renovador, Cumplir y en varias provincias unas cuantas siglas más que abonan a la confusión- la ecuación se resuelve por sí misma. De allí que evaluemos como una gran sorpresa la gran sorpresa que han manifestado los militantes nacional populares ante los resultados de la jornada del 22 de Octubre. Sobre todo porque han pasado dos años de la asunción de una gestión que recibió un país en marcha y por tanto un caudal apreciable de bienes por entregar o destruir.

Los períodos de hegemonía liberal rentística pos nacionalismo popular industrial fueron extensos. De ahí la importancia de no perder los comicios ejecutivos, pero eso es otro debate que alguna vez planteamos. El tramo presente puede resultar más breve debido al caudal de conciencia aquilatado en nuestro pueblo, lo cual además desmiente las soeces apreciaciones conocidas en las horas recientes. En ningún período oligárquico anterior se registró un nivel de movilización sindical y social tan profundo, numeroso y permanente como en el actual. Por eso, también, los próximos pasos del oficialismo estarán destinados a impactar y desmembrar las organizaciones gremiales en este país.

Lo cierto es que la cantidad de personas, a la hora de una elección, configuran un dato fijo: cada matriz social tiene un borde y es preciso aunar los componentes de la propia para contar con perspectivas adecuadas de éxito. A eso se le llama política y, por estos barrios, conducción. Por razones argumentalmente muy difundidas cada faja se ha negado a compartir el armado con sus cercanías. Es deseable, valga el concepto, que se logre hacia el 2019. Ostensiblemente, quien quedó en la pole position para esa articulación es la Unidad Ciudadana, por tratarse de la fuerza nacional popular más votada. Solo deberá admitir que no es la única.

Como lo que está en juego es el futuro de la nación, el esfuerzo vale la pena.

Vale la pena porque este gobierno es antiindustrial, antiproductivo, criminal y antinacional.

Cierto es que la vida te da sorpresas; no se trata del rasgo saliente de las elecciones que acaban de finalizar.

Director La Señal Medios / Sindical Federal / Área Periodística Radio Gráfica

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