El periodista y docente acaba de publicar La vuelta al fútbol en 50 historias, libro que reseña varias de sus columnas en Página|12. Con el deporte como hilo conductor, escribe sobre cuestiones sociales y de derechos humanos.

Gustavo Veiga es docente de la carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires (UBA), y está a punto de cumplir 40 años en el periodismo, profesión en la que tiene un fuerte compromiso con cuestiones relacionadas a los derechos humanos. Después de haber publicado Donde manda la patota (1998); Fútbol limpio, negocios turbios (2002), y Deporte, Desaparecidos y Dictadura (2006), acaba de presentar La vuelta al fútbol en 50 historias. “Este libro, según el prologuista Ezequiel Fernández Moores, es el que más me representa en mi trayectoria como periodista”, dice Gustavo, y detalla: “Las 50 historias que lo componen están ubicadas en tiempo y espacio pero no como la palabra fútbol parece indicar, en una cancha o una tribuna, sino que están ubicadas en un espacio político, social, cultural y económico. Y tienen que ver con lo que vengo escribiendo en Página|12 desde hace casi ya 20 años, incluso varias de ellas, revisitadas, revisadas, mejoradas, ya fueron publicadas. Se me ocurrió que era la mejor síntesis de lo que hice en los últimos años y que en formato libro tienen una cierta coherencia temática”.

Este hombre, que laburó en las revistas Goles Match, Noticias, El Gráfico y Un Caño, entre muchas otras publicaciones, confiesa que “con el hilo conductor del deporte, y principalmente el fútbol, hablo de cuestiones que me preocupan, sociales, de derechos humanos”, y enumera: “Hay un capítulo que se llama Vidas apasionadas que tiene que ver con historias de militantes por los DDHH. Ahí está la historia de Juan Gelman que se llama El emperrado corazón bohemio del poeta, hablando de su amor por Atlanta, club del cual era hincha el gran poeta. También la del obispo brasileño Paulo Evaristo Arns, un hombre muy identificado con el Corinthians de Brasil y con la Democracia Corinthiana (movida en los años 80 que tuvo al futbolista Sócrates como principal referente) y uno de los responsables de que muchos de los exiliados argentinos pudieran ser protegidos por la iglesia de ese país. La de Carola Ochoa, quien investiga historias de rugbiers desaparecidos y ya encontró más de 130 casos. Martín Sharples, un atleta que le falta una pierna, que jugó al rugby y un militante de fierro que todos los 24 corre la Carrera de Miguel. Hay historias de los clubes y los DDHH, esos temas por supuesto están siempre en mis escritos”.

En la sangre

Podría decirse sin temor a equivocarse que la vida de Gustavo Veiga difícilmente hubiese podido gambetear al deporte. No sólo por la herencia de su padre Bernardino, el reconocido relator de fútbol y boxeo en las décadas del 40 y 50, sino por un abanico de parientes que también mantuvieron relación con alguna disciplina. “Mi viejo ganó un premio como Mejor Relator de Boxeo de la Argentina y en esa época estaba Muñoz, que transmitía los partidos más importantes, y mi viejo seguía la campaña de Boca. El fútbol, y el deporte en general, siempre estuvieron presentes en mi familia”, revela. Y sigue: “También tengo un primo y mi hijo que son profes de educación física, un primo de mi mamá que fue árbitro de básquetbol y otro que fue preparador físico de Carlos Monzón y de Víctor Galíndez, y una prima de mi mamá que jugó en la Selección Argentina de Hockey”.

A la hora de repasar su historial dentro de un campo de juego, el periodista recuerda su paso por el deporte de la redonda, aunque luego se inclinó por la ovalada. “Jugué al fútbol, pero el único en el que estuve federado para un club fue al rugby, que es mi segundo deporte. Y como son primos hermanos, porque el rugby viene del fútbol, siempre estuvieron presentes”, sostiene Gustavo, que esquiva la pregunta que pretende conocer cuál es el club de sus amores. “A un periodista deportivo no se le pregunta eso”, la tira afuera primero, y después devuelve, entre sonrisas: “No sé si me van a creer o van a pensar que yo me escudo detrás de otro equipo, pero soy hincha del club del barrio en el que me crié, que es Defensores de Belgrano”.

Y no es para menos su simpatía y sentido de pertenencia con el Defe, ya que es la única institución del fútbol argentino que le puso a una de las tribunas de su estadio el nombre de un militante desaparecido por la dictadura cívico-militar, como lo fue Marquitos Pato Zucker, y además, el palco de prensa recuerda la figura de su viejo. “Es el club con el que me identifico plenamente”, afirma tajante este hombre que también es docente en la UBA, y añade: “De mis cinco hijos, tres son de Defensores, aunque alguno también es de River, o de Huracán”.

Por último, Veiga –que también puso su pluma al servicio de los diarios La Prensa, Clarín, La Voz, Crónica, Perfil, entre otros– no quiere dejar de lado el legado militante que le dejó su familia. “Tengo un primo que está desaparecido. Era hincha de Vélez, hijo de una hermana de mi papá. Se lo llevaron en el 76 y nunca más supimos de él. Por eso, estas cuestiones también son muy parte de mi vida”.

La fiesta de unos pocos

Los inicios de Gustavo en la prensa se dieron muy cerca de lo que fue la Copa del Mundo de 1978, disputada en una Argentina devastada por un gobierno de facto que se encargó de transformar aquella dictadura en la más sangrientas de las que padeció el país a lo largo de toda su historia. “Empecé a trabajar en agosto del 78, en el diario La Prensa. Era un cronista que cubría partidos del ascenso y hacía alguna nota perdida, y al mundial lo seguí como televidente, porque en realidad no fui a ningún partido”, repasa Veiga, que en la actualidad se desempeña como redactor especial en el diario Página|12 en las secciones Política, Sociedad, Política Internacional y Deportes. “Era un pibe que había terminado el secundario en el 76 y estaba buscando laburo. Estaba estudiando Periodismo en el Círculo de la Prensa y la lectura que hago hoy, 40 años después, está reflejada en uno de los artículos del libro. Es una historia centrada en la figura de Videla pero que de alguna manera resume lo que yo pienso. Se titula Pulgares en alto, sonrisa cínica, y gira en torno a esa famosa foto del dictador levantando los pulgares en señal de éxito. Éxito para él, no deportivo porque lo que menos le interesaba era el fútbol. Era un genocida que no se interesaba por ese deporte y ni siquiera era un hincha identificado claramente con algún equipo, pero que sí veía en esa competencia deportiva el éxito o el apogeo del plan que habían proyectado para la Argentina los militares y los civiles que los acompañaban en el gobierno”.

Ya en su segundo libro, Deporte, Desaparecidos y Dictadura , Veiga se había encargado de echar luz sobre oscuras historias del fútbol argentino, como las dobles vidas de Juan de la Cruz Kairuz, director técnico y ex arquero de Newell’s, que mientras dirigía en Jujuy se desempeñaba como represor y cabeza de varios operativos; y del Gato Edgardo Andrada, aquel guardametas de Central que trabajó como Personal Civil de Inteligencia al servicio de los genocidas y que está acusado de haber participado en el secuestro de los militantes peronistas Osvaldo Cambiaso y Eduardo Pereyra Rossi en Rosario.

No es un buen momento

Veiga es muy crítico del presente de su profesión y también de todo lo que rodea al fútbol. “Al periodismo lo veo muy mal y la verdad es un momento de mierda”, fustiga. “Hay voces dominantes que son las de quienes se sintieron –según ellos– perseguidos durante el gobierno de Néstor y Cristina Kirchner, y hablaban de periodismo independiente, que siempre estuvo cautivo de la pauta oficial, tanto ahora como antes. Y ahora, a esos periodistas yo no los escucho hablar sobre los despidos, sobre medios que cierran, sobre los compañeros que se quedan sin trabajo. Creo que hay que repensar el periodismo y hacer contrainformación, generar la propia agenda desde otro lugar y no desde la mirada de los medios que responden a los intereses de la clase dominante”, argumenta.

“El fútbol, por otra parte, es un espejo de lo que ocurre en la sociedad y a Macri le vuelve todo lo que para él significó éxito a partir del 98/99 cuando Boca empieza ese ciclo exitoso con Bianchi. En Boca también hizo negociados, endeudó al club, favoreció negocios de sus amigos empresarios mientras ganaba campeonatos. Todo eso, que supuestamente le generó una aureola positiva para llegar adonde llegó, que es a la presidencia de la Nación y antes a la jefatura del gobierno la Ciudad de Buenos Aires, ahora se le está volviendo en contra”, asevera Gustavo, y detalla: “Esa figura amplificada gracias al fútbol que tiene Macri, hoy le vuelve en su contra, significada de otra manera, producto de sus políticas contra el pueblo. Que la gente cante en las canchas y ya fuera de las canchas (en los teatros, cines, recitales) es un síntoma de mal humor social. Y creo que eso va a seguir creciendo. El efecto contagio que genera un cantito como ese al que llaman el hit del verano, se ha instalado de tal modo que es indetenible”. Por último, antes de despedirse, este hincha del Dragón reivindica su postura en contra de las intenciones de los poderosos de transformar a los clubes de fútbol en Sociedades Anónimas. “Dentro de los temas que manejo, escribo, investigo, en referencia a lo deportivo, es uno de los temas más fuertes y que más me interesa seguir. Macri ya quiso imponerlas cuando fue presidente de Boca, pero la iniciativa no prosperó por la oposición de otros dirigentes, y ahora, desde la presidencia de la Nación, impulsa una propuesta legislativa que abriría las puertas a las sociedades anónimas deportivas”.

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