El referente del Frente de Profesionales del Partido Progreso Social Carlos Montenegro plantea que el retorno al Fondo Monetario Internacional (FMl) implica sometimiento, retroceso e implica el fracaso del plan de Mauricio Macri.

Tras el previsible fracaso de las medidas adoptadas por el Gobierno la semana pasada para frenar la escalada del dólar, el presidente Mauricio Macri oficializó el regreso del Fondo Monetario Internacional (FMl). Un regreso esperado que había mostrado contactos previos hace escasos meses, por ejemplo: una fastuosa cena privada entre la presidenta del organismo, Lagarde, y Dujovne, en el domicilio del ministro de Hacienda.

Conforme las informaciones periodísticas, el FMI se comprometería a poner a disposición del Gobierno una suma que rondaría los U$S 30.000 millones. Por supuesto, ‘poner a disposición’ no es lo mismo que ‘entregar’. En otras palabras, no ingresaría de manera directa la cantidad indicada, sino que la retendría el Fondo hasta que el Gobierno argentino la vaya solicitando. Lamentablemente, durante el lapso comprendido entre la puesta a disposición y la entrega efectiva, Argentina debería abonar los intereses pactados. No se conoce si, una vez entregado el dinero, se mantendrá la misma tasa anunciada, del 4%, o esta se incrementará, como es usual en este tipo de operatorias).

La receta siempre es la misma

Las »recetas» tradicionales del organismo internacional ante las crisis económico – sociales han sido siempre las mismas: imponer una reducción del gasto público para eliminar el déficit fiscal, lo cual implica, entre otras medidas, rebaja de prestaciones previsionales, sea de manera directa, sea incrementando la edad jubilatoria o quitando medicamentos. Eliminación de subsidios, especialmente los directos, recorte o desaparición de planes sociales, la liberalización de los mercados, apertura de importaciones, libre entrada y salida de divisas, »mejoras» en la competitividad, eliminación de derechos de los trabajadores, reducción de impuestos, especialmente a las grandes compañías transnacionales, entre otros.

Basta apelar a la memoria colectiva para recordar la serie de fracasos que hemos sufrido a partir de la alianza entre los sectores nacionales del capital concentrado y el organismo internacional, siendo el más reciente la crisis social que estallara en 2001. No es casualidad, sino parte de un proceso sociológico previsible.

Sometimiento

Los créditos del Fondo traen aparejados, consustancialmente, una serie de condiciones y el FMI sólo presta dinero a aquellos países que se someten a tales imposiciones. De esta manera, la aceptación de los créditos implica la sumisión del Estado nacional a los dictámenes de un organismo internacional. Esta sumisión no solo afecta temas de financiamiento y de economía en general, sino también cuestiones tales como el sistema previsional, los derechos laborales, la prestación de servicios públicos, la educación, la salud, la infraestructura y un muy largo etcétera que, en la práctica, implican una reducción sustancial de la Soberanía y la capacidad del Estado de llevar adelante políticas de equidad y progreso social.

Retroceso

Nos encontramos ante un grave retroceso en el camino que conduce al desarrollo de una política nacional, popular y latinoamericana, centrada en el Ser Humano. El organismo internacional tiene por objetivos la implementación a escala global de políticas de fuerte corte neoliberal, centradas en incrementar las ganancias financieras, facilitar el flujo de capitales transfrontera, y disciplinar las economías nacionales mediante condicionamiento a las decisiones gubernamentales; en otras palabras, una política diseñada en torno a la utilidad monetaria de unos pocos y en desmedro de las clases trabajadoras.

No es el camino

Por supuesto, es falso que el programa del gobierno, incluyendo el regreso al FMI, sea el único camino posible, como tantas veces se ha machacado desde el discurso oficialista. Argentina tiene otro camino: terminar con la timba financiera, el endeudamiento crónico, y la fuga irrestricta de capitales golondrinas y, por el contrario, embarcarse en un programa político y económico centrado en el empleo digno, la producción nacional, la defensa de la soberanía, la integración latinoamericana y el progreso social de los más humildes y de los sectores medios que viven de su trabajo.

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