Gestor de la extinto bar La Chamuyera, Marcos Raviculé encaminó otro proyecto cultural que tomó cuerpo en una gigantesca casa histórica y misteriosa convertida en un atractivo club social, artístico, y “holístico”.

Hace unos meses, La Casona Yiró abrió sus innumerables puertas. La construcción situada en calle San Lorenzo a la altura del 2100 es una inmensa propiedad de unos mil metros cuadrados que data de finales de siglo XIX, y que contó, a mediados del siglo XX, con una modificación sustancial por parte de sus propietarios, la familia Chiossone. La casa de dos plantas que aloja varias habitaciones, albergó a varias de sus generaciones y fue durante años una clínica donde se realizaron cirugías y partos. Además, según cuenta Marcos Raviculé, quien la revivió para su actual proyecto cultural y “holístico”, fue epicentro de reuniones cumbres del partido justicialista. Y fue visitada, según cuenta, por el propio Juan Domingo Perón y otros referentes como Arturo Frondizi y Benjamín Solari Parravicini.

Desde su reapertura, la casona atrapa por su majestuosidad, sus muebles y ornamentación, las singulares luces naturales atravesadas por los vitreaux, y su iluminación nocturna por arañas y candelabros, su piano de cola que reanima inesperadamente a cualquier hora de los días y sus noches en las manos de unos de los artistas que vive en el lugar, su monumental escalera de madera y el misterio de sus habitaciones y sus libros.

Marcos Raviculé, quien fuera dueño del ahora ya mítico bar La Chamuyera, describe el proyecto de la Casona Yiró como una especie de continuación del otrora reducto bohemio, tanguero, de charlas y campeonatos de ajedrez, aunque marca diferencias que surgieron desde su propia búsqueda personal: “La Chamu despertaba los sentidos pero desde lo social, lo cultural, y lo participativo. Y a través del arte, pensando las políticas o repensando la ciudad. Tuvo su valor y es un lugar que trascendió, por lo menos en lo personal. Acá, lo que planteé es un proceso de desarrollar lo interno, que la gente se vaya encontrando, que se trabaje lo espiritual, algo más tranquilo. Y esto tiene que ver con una etapa de conexiones en la que me resultó interesante esa temática: lo espiritual y lo artístico”.

Raviculé convirtió a la casona en un club social a través de la fundación 1380, que data de épocas previas a la apertura de la Chamuyera, cuando él, junto a un grupo de gestores culturales se reunían en la planta alta de calle Corrientes 1380. “Esto es para tener un marco legal y sumar adherentes. Es un proyecto que no tiene que ver con homogeneizar, o con un proyecto neoliberal que lo desalinea todo. Este lugar está planteado desde una búsqueda en todo sentido, porque entiendo que la humanidad creció desde lo material pero no tanto desde lo espiritual, planos que se trabajaron mucho en culturas de la antigüedad”.

La Casona Yiró realiza ciclos y talleres culturales, cuenta con un buffet y recibe socios y socias para disciplinas físicas que incluyen actividades como yoga y elongación: “Hay una línea definida que apunta al desarrollo interno entre lo holístico y lo artístico. Que la gente pueda desarrollar cuerpo mente y alma, y también que sea un lugar participativo donde podamos fluir, charlar, conversar de política. Es un lugar con muchísimo potencial”.

Raviculé es arquitecto y enseña a bailar tango. En 2015, un año antes del cierre de La Chamuyera, se fue a Europa. El contrato se terminaba y la familia Chiossone, que también le alquilaba el espacio de calle Corrientes, ya tenía decidido realizar un negocio inmobiliario. Sin embargo, tiempo después le ofreció la casona para que gestione sus actividades. “Sabía que me iban a dar algo para hacer. Estaba en Barcelona y los hijos de Federico Chiossone me dijeron «tenemos una casa para vos». Me encontré con 500 libros esotéricos y cuadros. Esta casa tiene una historia muy grande, se la compraron a la familia Lagos generaciones atrás. En esta casa estuvieron Perón, Frondizi, Parravicini. Acá hubo una editorial, y también una clínica donde se realizaban cirugías y partos”, contó Marcos en una de las habitaciones del primer piso.

“La casona se fue, yiró”, cuenta Raviculé, y uno entiende un poco cómo surgió el nombre. También alguien había propuesto el nombre de “mansión”, pero sonaba pretencioso y exclusivo. “Ojalá que con esta casa se encuentre un camino que sea importante en la ciudad, que sirva para algo. No sé bien qué, no quiero condicionar el proyecto. Eso sí, me pareció que había que marcar ciertas líneas para que tenga un hilo conductor. Para mí es un lugar de información que se va a ir construyendo. No quiero volverme loco con objetivos. Disfrutemos el camino, que los objetivos llegarán”.

¿Por qué cerró La Chamuyera?
“Uno de los valores que rescato es que yo era el dueño pero nadie lo sabía”, dice Marcos Raviculé sobre el extinto reducto de Corrientes 1380. “O sea, lo largué al proyecto y lo pude gestionar de una manera colectiva, en el sentido de que fue un proyecto privado pero no se leyó eso. No fue el objetivo principal de recaudar dinero, sino de abrirlo como un proyecto social. Mucha gente se sumó a la idea y se fueron apropiando del espacio. Fue difícil también ponerse de acuerdo porque no era una cooperativa, había un dueño, pero había libertades. Siempre me metí en quilombos”. Más allá de esto, Marcos aclara: “El incidente de Daiana –la chica que recibió un botellazo arrojado desde un edificio lindero a La Chamuyera, en octubre de 2016– quedó como muy viralizado. Ella es una amiga, de hecho viene acá y va a empezar a trabajar con nosotros. De todas maneras se mezclaron las cosas. El lugar no cerró por ese incidente, ni por ruidos molestos. Nosotros un año antes sabíamos que nos teníamos que ir porque se vencía el contrato. Se debería saber quién fue la persona que tiró la botella. Hubo muchas denuncias previas y aún hoy me cuentan que siguen tirando botellas a la obra en construcción. Queda claro que es un tarado asesino. Pero con los vecinos siempre hubo onda, yo les daba clases de tango a unos cuantos. Fue un lugar que generaba acercamiento. Lila Downs quiso conocer el lugar. Luis Salinas tocó gratis. Cuando vos llegás a recibir gente que le gusta, o se acerca por referencias, es porque las cosas se hicieron bien. Nunca hubo comprobación de ruidos molestos, lo que pasa es que si ponés bicicletas en la puerta, a alguna gente por ahí no le gusta. Pero si le pones un bar irlandés y hacen quilombo, les encanta”.

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Un comentario

  1. Carlos Roberto Szmidt

    24/05/2018 en 21:25

    Ése es mi ahijado. Felicitaciones Marcos.

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