El guión oficial es tan pretencioso como desopilante: “La corrupción” nació en 2003 y murió en 2015; sólo tuvo jurisdicción nacional –jamás una coima en la Caba–, y el “populismo” es su caldo de cultivo. Sería gracioso si no fuera relatado en la cornisa de la Patria.

Es notable cómo hace años que el poder real, encarnado por momentos en el sistema de medios hegemónicos, pero también representado por empresarios y políticos ligados al establishment, se niega a hablar de políticas públicas. Se discuten medidas, en el mejor de los casos, para condenarlas o ensalzarlas, se polemiza en torno de nombres propios, se califican espacios políticos –kirchnerismo, menemismo, alfonsinismo, macrismo–, pero se elude ponderar las políticas públicas que se ponen en juego en cada gobierno o período.

Ese desinterés –en rigor habría que definirlo como desprecio– por la política echada a andar en términos concretos, que afecta intereses, beneficia a sectores, compromete al poder económico en uno u otro sentido, según sea el caso, es funcional por estos tiempos al gran tópico escogido desde hace mucho tiempo para batallar en la gran escena pública: la corrupción.

Ya desde los inicios de la recuperación democrática el uso y abuso de lo que sería “la lucha contra la corrupción” fue utilizada por el poder establecido para disciplinar a la clase política y sindical que pudiera exhibir tendencias “populistas”.

Incluso para coronar el desprestigio que las Fuerzas Armadas lograron ganarse tras sus crímenes de lesa humanidad, el desastre económico que provocaron y la Guerra de Malvinas que las terminó empujando fuera del gobierno, por encima de todas esas causas el poder real culminó la faena arrojando sobre los mandos militares varios casos de corrupción, que una buena parte de la sociedad sopesaron como más graves que todo lo anterior.

Los cómplices civiles sabían lo que hacían: reforzar la idea de que se trató de una dictadura exclusivamente militar, con sanguinarios asesinos al mando que, encima, eran una manga de ladrones. Nada que no fuera cierto, pero con el leve detalle de que los socios civiles no aparecían en las fotos.

La semana que concluye, Macri estuvo discurseando en el encuentro anual de la Asociación Empresaria Argentina (AEA), e insistió en sus proclamas meteorológicas: “Atravesamos una tormenta de frente”.

Para Clarín, el discurso ante la AEA no tuvo otro propósito que el derrame de un baño de moral y ética: “Mauricio Macri les bajó un mensaje anticorrupción a los empresarios: «Si reciben un pedido indebido, acá tienen un Presidente al que acudir»”. Traducido, Macri quiere que sus pares le avisen si ven coimas.

Especialistas en la retención de aportes a los trabajadores, una retahíla de viejos y nuevos capitanes de la industria de la coima, se autoinculparon ante los estrados federales del delito de aporte patronal de campaña, una figura que pretende desplazar a la más tradicional, que es el pago de sobornos para participar de la obra pública licitada por el Estado.

En el Hotel Sheraton, en Buenos Aires, donde se realizó el encuentro anual del conglomerado empresarial ultraliberal, con un guión ostensiblemente preparado para la ocasión, y como si estuviera hablando a jóvenes egresados que jamás apelaron a recursos diversos para ganar una licitación, Macri sentenció: «No tengo pensado hipotecar mi gobierno ni el futuro de los argentinos para defender a nadie que actúe fuera de la ley».

Por si alguien no se hubiera enterado que hacía referencia a la causa de las fotocopias de los cuadernos de un chofer, el mandatario expresó: “Hoy como sociedad empezamos a decir las cosas por su nombre, empezamos a poner los problemas de verdad sobre la mesa, a no negarlo, a no buscar soluciones mágicas, y sobre todo a no gastar sin control los recursos del Estado, que son los recursos de todos los argentinos”.

Macri en estas cosas no tiene límites, elevó la apuesta y arengó a los presentes a «terminar con los comportamientos mafiosos que ustedes tienen que denunciar. Lo más significativo es que las reglas de juego sean claras y las mismas para todos. Por eso desde el primer momento hicimos de la verdad, la transparencia y la verdad valores innegociables».

Después aseguró que su Gobierno administra «un Estado que rinde cuentas y que combate la corrupción» y, en un nuevo apriete al Poder Judicial: «Empezamos a generar condiciones para que la Justicia pueda actuar con plena independencia, como la Ley del Arrepentido que hoy permite avanzar en casos de corrupción”.

Al día siguiente se cargó al juez de La Plata Luis Arias, que se había atrevido a frenar los tarifazos. Otro ex juez federal, Carlos Alberto Rozanski, lo señaló con claridad meridiana; “Cuando un régimen como el actual  destituye a un juez honesto, es por dos poderosas razones. La primera, para reemplazarlo por uno corrupto. La segunda, para disciplinar a los indecisos”.

El poder real no habla de política, pero lo cierto es que en la presente coyuntura, el poder real está en crisis: una parte del mismo plantea que ha llegado para exorcizar al demonio de la corrupción del poseído cuerpo de la Patria. El problema es que el exorcista se llama Belcebú.

La descripción de un chiquero

Resulta interesante describir el chiquero al que el dispositivo delincuencial de medios hegemónicos denomina Los cuadernos de la corrupción K. La parcela de fango donde se solazan los cerdos malolientes del Gobierno y de los tribunales federales de Comodoro Py fue construido en derredor de las páginas fotocopiadas de presuntos cuadernos escritos por un chofer, un ex suboficial del arma de Ingenieros en el Ejército, que alguna vez fue fue compañero del sargento 1° Jorge Orlando Pacífico, el primer denunciante en la causa Ciccone que terminó con la condena del ex vicepresidente Amado Boudou.

El arma de Ingenieros se puso de moda en la última semana, cuando el periodista Horacio Verbitsky reveló que un alto oficial de esa rama del Ejército, contemporáneo de los mencionados suboficiales, fue el teniente coronel Atilio Stornelli, el padre del fiscal Carlos Stornelli, quien lleva junto al juez Claudio Bonadio la investigación por presuntas coimas pagadas por empresarios a funcionarios de los gobiernos kirchneristas para acceder a la obra pública.

Cuando nada hacía prever siquiera la irrupción de Néstor Kirchner en la política nacional, en junio de 2001, Verbitsky le tenía más confianza que ahora al ya por entonces fiscal Stornelli, pero desde el diario Página 12 dejó en claro algo: “El padre del fiscal es el teniente coronel Atilio José Stornelli, quien pasó a retiro tres semanas después de concluida la dictadura. Compañero en la promoción 82 del influyente general Antonino Fichera, el Ministerio de Defensa lo contrató como asesor, y entre los contratos que Balza rescindió estaba el suyo”. Más adelante, el Perro señala: “Es posible que esto explique el entusiasmo con que ha emprendido su labor, pero está lejos de descalificarla. Constituiría, a lo sumo, la motivación subjetiva de un desempeño funcional irreprochable para el específico rol de acusador”.

Otro de los antecedentes del padre de Stornelli es haber sido, durante la dictadura cívico militar, interventor en Radio Belgrano. Padre e hijo siempre supieron el rol que tienen los medios de comunicación a la hora de ejercer el poder.

En la actualidad, luego de haber sido el jefe de Seguridad del club Boca Juniors, puesto allí por el ex presidente de esa institución deportiva y actual de la República, y después de haber armado y operado todas las causas posibles contra el kirchnerismo, el prestigio de Stornelli cotiza tan bajo como las empresas constructoras que los norteamericanos pretenden comprar a precio vil tras el escándalo de las fotocopias.

Uno de los procederes de Stornelli que lo inhabilitan para tenerle el mínimo respeto es haberse encerrado junto al “investigador periodístico” del diario La Nación, Diego Cabot, para analizar el contenido de las fotocopias de lo que tal vez haya escrito alguna vez el ex militar Centeno. Si a ello se le suma que ni el fiscal ni Bonadio tomaron las precauciones imprescindibles para poner a resguardo los originales –los ya míticos cuadernos Gloria–, y si se añade la frase «no hay sortijas para todos», que los medios afines al macrismo le endilgan a Stornelli, y tantos otros matices oscuros en lo que ya lleva la instrucción de la causa, puede concluirse que la porqueriza fue diseñada para que algún día sea clausurada por nula en alguna instancia superior de la Justicia no salpicada por el hediondo barro en que chapotea el régimen macrista.

La desilusión de los cómplices

Una agencia de noticias internacional, la rusa Sputnik, elaboró un informe titulado “Caza mayor de líderes latinoamericanos: ¿justicia o persecución política?”. En el primer párrafo se lee: “La postulación de Luiz Inácio Lula da Silva como candidato a la Presidencia de Brasil ha dividido a la sociedad del país. El mandatario se encuentra preso desde el 7 de abril, lo que no impidió su inscripción por parte del Partido de los Trabajadores. El incidente reabrió la polémica sobre el papel del Poder Judicial en la política latinoamericana”.

Al opinar sobre la causa de las fotocopias de los cuadernos, el ex juez español Baltasar Garzón, acaso sin saberlo, coincidió con Sputnik y sentenció: “Se abrió una caza contra los dirigentes populares de América latina”.

En otra sintonía, pero de todos modos lejos ya de las esperanzas que tenían depositadas en el fulgor que centelleaba en los ojos celestes de Mauricio Macri, ahora muchos “analistas” pretenden sostener que todo hubiese sido peor si en 2015 ganaba Daniel Scioli, ya sea en lo económico como en la “batalla contra la corrupción” que estaría librando la banda de saqueadores que opera bajo el alias Cambiemos.

Independientemente del dislate que supone ignorar la desaparición virtual de la escena política del último candidato presidencial del peronismo, estos ejercicios contrafácticos denuncian la impotencia que exhiben las usinas que bancaron la llegada del macrismo al poder a la hora de explicar la génesis de la actual crisis: la confrontación de dos modelos de país.

Y otra de las barandas del barco que se hunde a la cual se aferran los desilusionados es el “cambio” que sí puede prosperar, que pasa por la voluntad macrista de erradicar la “corrupción heredada”. Otra pesada herencia del kirchnerismo que, en este caso, y a la luz de tanta fotocopia y tantos arrepentidos, parece iluminar los semblantes de los cómplices del latrocinio macrista.

Ninguno de los “analistas” o editorialistas de cabotaje habla de política, de modelos económicos, de proyectos de país. Hablan de medidas, de hechos conmocionantes, de protagonistas, de épicas en tal o cual sentido, pero evitan tener que referirse a las diferencias de fondo entre el “populismo” y el “libre mercado”.

Y ejercen, como pocas veces se ha visto, un género por lo general esquivo a los medios de la derecha vernácula: la “investigación periodística”.

En la semana que se marcha para siempre, el testimonio preferido de los “investigadores” corresponde al ex titular del Órgano de Control de Concesiones Viales (Occovi), Claudio Uberti, quien prendió el ventilador y pulsó el botón de intensidad que le indicaron Bonadio y Stornelli.

Bajo la pátina de prestigio que le confirió haber participado del consorcio de periodistas que investigó el caso de los Panamá Papers, Hugo Alconada Mon, de La Nación, indicó que Uberti “confirmó haber sido un valijero y que recaudaba dinero de empresas, y que la recaudación era por orden de Néstor Kirchner y Cristina Kirchner”. Y agrega, en una entrevista que le hizo el canal de streaming que administra ese mismo Grupo, que según la declaración del ex funcionario, “el entramado era más profundo que lo admitido por los empresarios”.

Está claro que el testimonio de Uberti es, además de impactante, muy conveniente para la hipótesis urdida por el binomio Bonadio-Stornelli, pero Alconada Mon, a medida que avanza la entrevista, ofrece –acaso sin desearlo– algunas pistas que podrían explicar tamaña convergencia.

Al brindar diversas características de Uberti, el periodista señala dos que podrían ser clave en esta trama. La primera: “El ahora arrepentido tenía interacción con Jaime Stiuso (el ex espía vinculado al fallecido fiscal Alberto Nisman y operaciones que vienen desde la ùltima dictadura). Uberti, sin ser conocido, sostenía una estructura”. La otra: “Hay un montón de jugadores que Cristina dejó a un costado. Muchos de los cheques que se quiere cobrar Uberti no son con Cristina, sino con Julio de Vido”.

De modo que Uberti se trata, en la boca del propio “investigador periodìstico”, de un sujeto con conexiones hacia el interior de la comunidad de inteligencia, y tiene motivos para vengarse de determinado destrato que le habría propinado CFK.

Aprietes a puertas cerradas para que empresarios y funcionarios “canten”. Viejos rencores políticos o personales. Interacción con lo peor de los servicios de inteligencia. Y un guión que tiene fecha de inicio y plazo fijo: “la corrupción” nació el 25 de mayo de 2003, y falleció de muerte súbita el 10 de diciembre de 2015.

Lo raro es que en el rompecabezas de ese período, de todos modos, faltan piezas. Por ejemplo, las que tienen que ver con la obra pública ejecutada en el período 2007-2015 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Caba), sobre la cual no existen denuncias, fotocopias, allanamientos o arrepentidos. Es claro, por entonces, el jefe de Gobierno, el que concedía esas obras, era Macri. Y los que ganaban las licitaciones en ese período y en ese distrito, se sabe, sólo son corruptos y pagan coimas o “aportes electorales” a los gobiernos “populistas”.

Queda claro, de todos modos, que el objetivo de toda la operación es la ex presidenta Cristina Kirchner. Pero las huellas digitales de Clarín en la escena del crimen saltan a primera vista.

Con la infamia que lo caracteriza, va por toda la iconografía kirchnerista, y ocho años después la muerte de Néstor Kirchner, el Grupo Clarín se solaza relatando anécdotas sobre alguien que no puede defenderse, sólo por el hecho de que en algún momento decidió frenar la expansión delictual del oligopolio.

Para citar un ejemplo que delata al líder de ese conglomerado, Héctor Magnetto, como uno de los personajes más siniestros de la historia argentina, el canal TN tituló en su web: “El día que Néstor Kirchner se «extasió» al ver una caja fuerte”. En la bajada, avanzó un poco más en el pisoteo de la memoria de santacruceño: “El caso de los cuadernos de las coimas colocó en la mira al ex presidente, quien no ocultaba su devoción por el dinero”.

Roberto Cachanosky, un chanta ultraliberal que se presenta como economista, escribía, el 27 de octubre de 2010, mientras aún velaban a Kirchner, una semblanza del paso del ex presidente por el Gobierno y el poder: “No sabemos cuál es la capacidad de gestión de Cristina Fernández estando sola y desconocemos si continuará con el estilo de confrontación o modificará el rumbo. No lo sabemos, pero sí sabemos que tal vez el paso de Kirchner por la política haya dejado como enseñanza al resto de la dirigencia política que lo primero que se necesita para construir un país es el respeto al otro. Debatir ideas con pasión pero con respeto”.

Con ese verso entre democràtico y republicano, los saqueadores de divisas del Banco Central, los apropiadores de sillones en la Corte Suprema y el fuero federal, los verdugos de centenares de empresas cerradas, los pagadores  de los fondos buitre, los devaluadores que no iban a depreciar el peso, y los perseguidores y carceleros de opositores llegaron al Gobierno en diciembre de 2015. Los autores de la máxima “Debatir ideas con pasión pero con respeto” están apunto de meter presa a la líder de la oposición sin prueba material alguna, pero con muchos “testimonios”, fotocopias y “arrepentidos”.

Como Macri al asumir no juró por la Patria, el único que estaría en condiciones de demandarlo ante tamaños crímenes de Estado estaría siendo el Señor de los cielos, algo que tranquiliza a alguien especialista en practicar desde muy joven todo tipo de pagadios.

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