“Que se vaya de una vez este año de mierda”, se queja el vendedor ambulante, sentado en el umbral del kiosquito, en medio de lo que parece una parada técnica tras una larga jornada de pedaleo. El tipo apura un trago de porrón, pasa la posta a otro de sus contertulios y remata: “Fue el peor año que tuve después del 2001”. En la calle, o en la vereda, como en este caso que viene bien como ejemplo, pero también en la cola de súper o en la redacción de esta cooperativa, la percepción es similar a la hora de hacer un balance de este 2018. Todos los indicadores económicos son malos, siempre que se tomen como referencia los intereses de la mayorías populares y de la nación. Si en cambio, observamos cómo les fue a los bancos, a los fugadores de dólares, a las energéticas o las multinacionales agroexportadoras, el resultado es bien distinto. Pum para arriba.
Según el estimador mensual elaborado por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec), la economía volvió a caer un 4 por ciento en el último mes registrado (octubre) y marcó un derrumbe del 2 por ciento anual. Salvo en los sectores vinculados a las exportaciones agropecuarias, todos los rubros ligados al mercado interno y la industria siguieron en picada, como viene ocurriendo desde el bailongo de Mauricio Macri en el balcón de la Rosada. Es una (nueva) clara muestra del plan de reprimarización de la economía que impulsa Cambiemos, en representación del Fondo Monetario Internacional (FMI). Es un retorno al coloniaje neoliberal vertiginoso, que en menos de tres años volvió a encadenar a la nación, vía deuda externa, a las necesidades de los buitres del norte.
Con esta orientación, y a pesar de las burbujas de ilusión que, por momentos, el enorme dispositivo comunicacional del establishment vernáculo logra construir, cuesta mucho creer que el macrismo pueda sostenerse cuatro años más. “Incluso, duele de sólo pensarlo”, tira alguien de La Masa (la cooperativa desde la que producimos este medio), mientras se escriben esta líneas, que suelen recoger debates internos de la redacción.
También 2018 fue un año de resistencias que sólo pueden invisibilizar quienes quieren al pueblo deprimido y no de pie y peleando. Trabajadores, estudiantes y representantes de pymes, organizaciones gremiales de todos los palos, la arrolladora ola feminista y el siempre vigente movimiento de derechos humanos, protagonizaron enormes movilizaciones y jornadas de protesta.
Se dijo varias veces en esta columna que el gran desafío para 2019 es el salto de la lucha social a la política, que las urnas recojan la bronca popular con un frente bien ancho y antineoliberal que exprese la bronca de la calle, de la cola del súper, de la vereda, del vendedor ambulante y por supuesto, de quienes hacemos este semanario. Si eso ocurre, algo que desde aquí alentamos, entonces sí, ¡feliz 2019!