Yo no sé, no. Pedro se acordaba de una piba que de chica ya era una mezcla de cohete y estrellita, siempre a punto de estallar. De adolescente era muy creyente y no sólo en su dios, sino también en la vida misma. Soñaba con que apareciera un amor en su vida (como la mayoría de las pibas del barrio) como para completar el milagro de su existencia. Ella decía: mi vida es un milagro. Cuando se metió en los grupos juveniles de la capilla, recuerda Pedro, me dolió por un lado, porque yo ya no creía en el barba de arriba, pero por el otro me alegré por ella, porque ese era el lugar indicado ya que ahí casi todos los noviazgos terminan en casamiento. Aunque no encontró ahí su gran amor, se mudó de barrio, se juntó con un pibe que la peleaba laburando de albañil hasta que un día se cayó de un andamio y la parca se lo llevó. Ella crió como pudo a dos hijos, producto de esa relación. Un día me enteré que estaba internada por un ataque. Volvía de limpiar casas, y de visitar a unos viejitos que vivían solos y siempre le alcanzaba algo, y esa tarde se gastó la plata del bondi que le daban los dueños de las casas que limpiaba, y que era parte de su salario en negro. Y cuando volvía caminando, la atacaron. La busqué por los hospitales, me dice Pedro, pero nunca la encontré.

También me acuerdo de una piba que conocí ya en la secundaria, muy parecida a aquella, con sueños, con mucha vida y mucho entusiasmo por los proyectos colectivos. La conocí en La Sirena, el bar que había en Mendoza y Moreno, y como su mejor amiga, una troska de aquellas, la tenía medio meloneada, no entendía nada al peronismo. Pero como era abierta del marote, con el tiempo lo comprendió y se sumó a la JP. Pedro dice que no le hicieron la cabeza, le hicimos el corazón, el corazón Peronista. Como era un avioncito para el estudio, al año estaba en la Universidad y militando en un barrio de la zona Oeste. Era un cuadrazo y logró ser una referente importante de ese colectivo lleno de sueños. Cuando la mano se puso brava, se tuvo que ir a otra provincia y una noche la chuparon. Nunca supe más de ella, admite Pedro. Pero, ¿sabés qué?, prosigue Pedro, muchas veces me parece verlas, a esa piba del barrio y a esa piba de las discusiones interminables, tan distintas y tan parecidas. Y de lo que estoy seguro es que ambas siguen vivas en esos sueños que aún nos siguen convocando, me dice mirando desde arriba del 126 (que antes era el 15) ese bar de Mendoza y Moreno, como buscando aquella mesita con un sólo cortado y la figura de aquella piba con una vida y unos sueños a punto de estallar.

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