Podría decirse que el peronismo es, constitutivamente, bi-vocal. Nos explicamos: como se advierte, este término significa que se trata de dos veces, lo cual es obvio. Pero nosotros deseamos dotarlo de otra significación, agregando que la segunda voz es, a diferencia de la primera, inequívocamente femenina.

Se trata, entonces, de un fenómeno bi-vocal signado por la conjunción de los géneros. O, para decirlo de otra manera, más simple: el peronismo se expresa tanto a través de una voz masculina como de una voz femenina.

Dicho lo cual, nos enfrentamos ya no con la voz –o ya no tan sólo con la cuestión de su voz– sino con la cuestión de su hablante.

Porque la pregunta sería, ahora: ¿quién es el que habla en la voz peronista?…

Y la respuesta, puntual y concreta, a su vez sería: el líder.

Respuesta que, por su parte, podría generar múltiples impugnaciones. Una de ellas, desde ya, consistiría en afirmar que, en tanto movimiento amplio, diverso, y heterogéneo, contiene en su seno multiplicidad de voces, o de palabras. Y esto en varios sentidos: empíricamente, se podría sostener que el peronismo contiene la totalidad de las voces de sus integrantes. En un sentido más conceptual, y por lo mismo abstracto, se podría decir asimismo que contiene las voces de distintos sectores o sujetos sociales: los trabajadores, los jóvenes, las mujeres, los comerciantes, los profesionales, los empresarios nacionales, etc. etc.

El problema radica en que, si bien ello puede ser cierto en los dos sentidos planteados, sólo lo es parcialmente, ya que esas voces multitudinarias y heterogéneas siempre quedan subsumidas en una que las incluye tanto como las manifiesta: la voz del líder, como ya se ha dicho. Y no por definición arbitraria o dogmática, sino por considerar la experiencia histórica del movimiento.

La experiencia histórica del peronismo es la de un movimiento popular nucleado alrededor de un conductor. No se diferencia, en ese aspecto, de tantas experiencias políticas latinoamericanas acaecidas desde el momento inaugural de las revoluciones independentistas hasta nuestros días.

Ese carácter caudillesco de tantos movimientos populares de la región –sistemáticamente cuestionado por la “inteligentzia” liberal– no ha sido otra cosa que la respuesta de nuestros pueblos a las políticas de dominación sostenidas por los proyectos coloniales hegemónicos.

Frente a la labilidad, y la sumisión, de las instituciones políticas respecto de esos proyectos antinacionales, los pueblos latinoamericanos crearon formas organizativas enraizadas en las tradiciones revolucionarias, generando movimientos muchas veces gregarios que se conformaban alrededor de un caudillo.

Con sus particularidades y sus características propias, el peronismo es un heredero de esas experiencias históricas, y por ello el Conductor juega un rol fundamental en el modo en que cobra forma. Y por lo mismo, es su voz la que sintetiza y expresa a la totalidad de las voces que lo animan o le dan vida.

Pero –y he aquí otro de las rasgos distintivos del peronismo– ese Conductor no es un hombre solitario, aislado. Es, por el contrario, un hombre al que acompaña una mujer que comparte con él ese lugar decisivo.

Por eso Eva fue la mujer que acompañó a Perón, como Cristina la mujer que, al principio, acompañó a Néstor Kirchner. Después –es sabido– Cristina terminó cubriendo la vacancia de Néstor.

Pero más allá de las vicisitudes históricas, lo que nos interesa señalar es el lugar fundamental que ambas, Eva y Cristina, ocuparon en el movimiento, acompañando e incluso compartiendo la tarea de quien asumía la conducción estratégica del conjunto, o finalmente sustituyéndolo, en el caso de Cristina.

Ello les dio visibilidad, y la posibilidad de hacer oir su voz. La palabra de Eva se vuelve, desde ese punto de vista, paradigmática: no se confunde con la de Perón, ya que la complementa. Pero lo hace sumando rasgos que no estaban presente en la palabra del líder, portadora en todo caso de otros atributos. La palabra de Eva, se sabe, es tan fulgurante como cohesionada, tan elocuente como pasional. Es una palabra que, más que interpelar a su audiencia, la toca, la conmueve, la agita, a partir del extraordinario fenómeno que supone el reconocimiento o la identificación que provoca entre quienes la oyen y su propia imagen.

La palabra de Cristina, a su vez, tiene otras características. Es pasional y emotiva como la de Eva, desde ya. Es coherente y sólida en la argumentación, también. Pero allí donde la palabra de Eva se vuelve un incendio que arrasa, haciendo arder todo lo que tiene delante, la palabra de Cristina se muestra como una voz que ilumina, que esclarece, que interpreta la realidad proponiendo caminos que son tan épicos como racionales. Por seguir con la metáfora, se podría decir que se trata de dos fuegos, donde uno alumbra lo que en el otro arde.

Así, la historia demuestra que el peronismo tuvo siempre dos voces, una de las cuales inequívocamente fue femenina. No es algo menor, ni para ignorar, ya que no son muchas –por no decir que no son– las experiencias políticas que estén signadas por semejante particularidad. Lo cual algo dice.

Dice del protagonismo de la mujer en el movimiento; dice de la no exclusividad de lo masculino en las formas y modos de llevar adelante su proyecto doctrinario y estratégico.

Por ello, en esta coyuntura histórica en la que nos debatimos –con nosotros mismos tanto como con el enemigo– deseamos volver a escuchar la voz de Cristina, para que nos guíe, nos oriente, nos conduzca, en una etapa incierta de búsquedas difíciles que nos permitan reencontrar el rumbo de la patria y el pueblo.

Cuando ello ocurra, sabremos que esa voz no estará sola. La acompañarán, en primer lugar, las voces del pueblo, que en ella se reconocen y se referencian. La acompañarán también las voces de todos los ausentes, los muertos, los desaparecidos, a los que la justicia histórica siempre rescata del olvido ominoso y de la ignominia.

Y la acompañará, además, la voz de Eva, siempre presente, siempre potente, siempre actuante en la memoria histórica. La voz de Eva que vuelve así en la voz de Cristina, al modo de un lazo que ata momentos de nuestra propia historia, para recordarnos que alguna vez profetizó su regreso, diciendo que volvería para ser millones.

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