Yo no sé, no. Pedro me dice volviendo al barrio, apenas el 126 cruza 27 para el sur, mirá si volvieran a lotear con un cartel que diga “Aquí su terreno con lo esencial”. Él se acordaba que cuando se mudó, teniendo 7 años, pensó ojalá que haya un campito cerca para jugar a la pelo, o veredas grandes para la boli y calles tranquis para la bici. Para él, eso era lo esencial, mientras que para sus viejos el deseo era que lo terrenos no se inunden, la electricidad no se demore y que el bondi pase cerca.

Una vez, en un partido cerca de la placita, unos de los pibes del equipo nos dijo que lo importante era no perder de vista la pelo, sobre todo en el segundo tiempo porque tendríamos poca luz natural (el partido terminaría cerca de las 7 de la tarde), y Pedro, cuando escuchó “lo importante” lo asoció con lo esencial, palabra que le retumbaba en la cabeza por la frase de El Principito, libro que aún no había leído.

Pasaron unos años, el barrio creció con lo que para él era lo esencial: la plaza, el campito, y las amables veredas que todas las tardes soportaban un opi nuevo. Los mayores tenían un trabajo con salarios que les permitía parar la olla y algo mas. Sin embargo, Pedro, con los compañeros de la secundaria, pensaba que faltaba mucho algo esencial, como la  soberanía política, la justicia social, ser un país económicamente libre. Y por eso se militaba.

Mirá, me dice hoy, hay tantas cosas que recuperar que no va hacer fácil. Mientras estos nos proponen “precios esenciales”, lo importante y esencial es que tengas unos mangos en el bolsillo que te alcancen para lo que necesitás y lo que está a tu vista. También, cuando volvamos todos y mejores, taría bueno que sea en un clima en el que sea posible recuperar lo perdido e ir por más. Va a ser como en aquel partido que con poca luz no perdimos nunca de vista algo tan esencial como la de cuero, me dice mientras pasamos cerca de la plaza Galicia y vemos la pizarra de precios “esenciales” que nos muestra un asado que está a la vista, pero para muchos inalcanzable.

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