Está en juego descubrir una agenda para la victoria. La del poder la carga el diablo, apesta a pólvora y odio. Refutarla, desmentirla, implica caer en la trampa del macrismo, que pugna por sacar lo peor de cada ser humano en provecho de las más inhumanas intenciones.

El Coeficiente de Gini, que se mide desde 1974, cuantifica la desigualdad de un país, teniendo como referencia el reparto de la riqueza entre los distintos deciles de la sociedad. Se mide de 0 a 1, de tal modo que el registro más cercano a 1 implica que la la riqueza está más concentrada y el que se aproxima más a 0 explica una igualdad mayor, una distribución más equitativa.

La brecha más pequeña de desigualdad se logró, en lo que va del siglo XXI, durante los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner: 0,39.

En octubre del año 74, el coeficiente marcaba 0,36, pero en 2003, cuando asumió Néstor Kirchner, era de 0,48. En 1974, al momento de la partida de Juan Perón de este mundo, la renta nacional se repartía en iguales partes entre el universo del trabajo y el capital.

En el primer trimestre de 2019, Mauricio Macri hizo posible que el coeficiente de Gini registre 0,447. En tres años y medio, el modelo de implacable rapiña le metió las dos manos en los bolsillos a trabajadores, changarines, cuentapropistas, pequeños y medianos comerciantes e industriales, talleristas, monotributistas, amas de casa, jubilados y niños en edad escolar.

Tamaño retroceso es posible que se dé por dos razones básicas: la relación de fuerzas que hubo en este período entre el campo nacional y popular y el núcleo de poder dominante, y porque arrebatar, saquear, transferir de un sector a otro siempre es más sencillo para la oligarquía y el establishment que para los gobiernos igualitarios y distribucionistas.

Un factor lleva al otro, por ello es tan importante para las fuerzas políticas nacionales ganar con la contundencia suficiente como para dar vuelta esa relación de fuerzas y hacer que esta clase parasitaria que hoy gobierna devuelva lo rapiñado y más, que comience a poner en el país lo que fuga cobardemente a otras latitudes.

A priori, no será fácil lidiar con ese toro, empecinado en llevarse puesto todo aquello que considera que le pertenece por derecho propio, desde los salarios de quienes aún trabajan hasta los mendrugos de pan con que se alimentan los que se zambullen en los containers de basura urbana cada atardecer desde que asumió este gobierno criminal.

Encontrar las palabras precisas, decirlas con la sonrisa perfecta, enfrentar el odio criminal que esparce el macrismo en el aire irrespirable de esta sociedad de la era de piedra, es imprescindible para convencer de que vuelve a ser posible un atisbo de felicidad colectiva, un vivir mejor, una vida con dosis potentes de dignidad.

Salir de la cultura del sacrificio

Según los datos proporcionados por el Indec respecto del primer trimestre de este año, quienes más ricos son perciben 17 veces más que quienes transitan apabullados dentro de los confines de la clase media y 21 más que el promedio de la comunidad, que sueña con no caer aún más, en una pesadilla que no promete milagros.

Los más pobres de la Argentina recibieron el 1,2 por ciento de los ingresos. Los más ricos se llevaron el 31,2 por ciento. ¿Cómo se vive en una sociedad en la que los que más dinero tienen perciben 26 veces más que los desposeídos de toda posesión?

Son cifras obscenas, pero resulta más obsceno que haya una porción de esa sociedad que sostenga, que le dé soporte discursivo a tamaña inequidad, apelando a la demoníaca teoría del “sacrificio necesario”, que llevará, algún día, a cosechar mieles que en el presente contínuo se niegan o retacean.

El Indec dice que casi el 70 por ciento de la población tuvo ingresos individuales promedio de hasta 22.404 pesos, pero también remarca que el costo de la canasta básica de marzo ya llegaba a los 28.750 pesos. O sea que casi dos tercios de argentinas y argentinos no pueden comprarla. No llegan. Se están sacrificando. ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Y el resto, también se sacrifica? ¿Por cuánto tiempo?

Ese coeficiente de Gini se amplió de 0,440 a 0,447 si se mide entre los primeros trimestres de 2018 y 2019. O sea que aumentó un 1,5 por ciento a nivel interanual, y un 3 por ciento respecto del trimestre anterior. En estado de sacrificio. Una comunidad que espera ser llevada a la piedra sacrificial, triste, desagregada de sí misma, muy a menudo violenta, y con muchos de sus integrantes que defienden ese estado de sacrificio al que consideran natural.

Panamá, país emblemático de paraísos fiscales

El judeocristianismo erradicó hace demasiado tiempo la ofrenda de sacrificios humanos o de animales a la deidad, ya no quedan jirones siquiera de esa tradición que alguna vez llevó a un brutal intercambio verbal entre Dios y Abraham. Hasta aquel personaje del protojudaísmo fue capaz de interpelar a la deidad, planteando si era necesario sacrificar a su propio hijo, tensando la cuerda de la relación entre la especie humana y su creador al máximo límite. Dios, al último segundo, detuvo el sacrificio, que en verdad era una prueba de lealtad.

Pero Yahveh, aquel dios del Antiguo Testamento, nada tiene que ver con los integrantes del más criminal equipo de los últimos 200 años de historia argentina, para andar creyéndoles que luego de este sacrificio vendrán los tiempos de la felicidad y la vida eterna. Basta con ver el gesto de sus rostros, leer sus miradas, observar el desinterés con que transitan por los pasillos del poder circunstancial, como quienes saben lo que es gastar las alfombras del poder real, lo cual explica el desgaste de sus pantalones a la altura de las rodillas.

Volviendo al estado de cosas actual, el Coeficiente de Gini se elevó del 0,440 del primer trimestre del año anterior a 0,447 en los primeros tres meses de este año. Pero tal vez resulta más gráfico decir que mientras el ingreso promedio per cápita de la población alcanzó los 13.447 pesos mensuales en ese período, el diez por ciento más rico de la población tiene un ingreso que es 30 veces más grande que el del sector más pobre, agrandando así la brecha que en diciembre pasado había llegado a 20 veces más. En seis meses este modelo agrandó 10 puntos esa brecha. La angurria no tiene límites. El problema es que esa codicia ya está demasiado empapada con sangre de los sacrificados.

Desiguales ante toda ley

En la red social facebook, un grupo denominado La Conjura de los Nervios publicó un texto que de alguna manera honra la memoria de un hombre común, asesinado recientemente, hace un par de días, por un gendarme que, simplemente, lo estranguló, en el marco del desalojo de una humilde vivienda.

El texto dice:

“Estado represivo

David Neri Alfonso tenía cuatro hijas, la menor está en sus brazos en una foto que comparte con Vilma, su actual compañera.

Salteño.

En Villa Floresta Norte Alta la Infantería tomó la decisión de echar violentamente a una mujer con cinco hijxs de una casa que tomó.

La amenaza era que además de sacarla a patadas y secuestrarle sus pertenencias, le iban a quitar a sus hijxs porque no podía darles techo, casa.

Se ve que a David no le gustó y entró a defender a la mujer.

Según vecinxs, uno de los gendarmes lo tomó del cuello durante 5 a 8 minutos. Cuando David dejó de pelear y resistir por falta de oxígeno, lo tiraron al piso inconsciente.

La ambulancia llamada por lxs vecinxs y no por lxs funcionarixs estatales, demoró media hora.

Tarde para vivir sin aire.

Murió, lo mató la gendarmería nacional

Nada es aislado, la repetición se debe a un plan que está suelto.

Una vida. Una propiedad.

La ecuación que ya resolvió el capitalismo con sus instrumentos represivos y el monopolio de la violencia”.

El diario El Liberal, de Santiago del Estero, publicó la noticia de ese atroz asesinato con un encabezado que recuerda la tapa de Clarín cuando quiso enmascarar la masacre del puente Pueyrredón diciendo que se trataba de dos muertes más que se llevaba “la crisis”. Así, el periódico narró el crimen: “En las últimas horas, un hombre falleció durante un desalojo luego de protagonizar un enfrentamiento con la policía de Salta. El individuo fue identificado como David Neri Alfonso, 45 años y era padre de cuatro hijos”.

No lo mató la Gendarmería, como señala La conjura de los nervios, fue un cana salteño, pero eso no es lo que importa. Lo que subyace es la naturalización de que una casa vale más que una vida, y que esa vida la puede arrebatar, como si fuera un efecto colateral, un cana, un gendarme, un prefecto que fusila por la espalda, cualquiera de los integrantes de una fuerza que debe operar en defensa de todas y todos y resulta ser una amenaza a la integridad de los más vulnerables.

Porque esos valientes efectivos no ahorcan a ricos ni a poderosos, sólo se animan con los pobres de toda pobreza, con los indefensos, incluso con los que se deciden a enfrentarlos, a disputar con esas bestias un derecho en esas condiciones de total desigualdad.

El modelo de rapiña criminal no repara en derechos ni mide con otra escala que el de la propiedad, el capital, la supremacía social, racial y la meritocracia. De ahí el lugar que ocupa la vida, no sólo esas vidas que son arrancadas de este mundo por las manos homicidas de cobardes tortugas ninjas pertrechados con carcazas protectoras, alimentados con los recursos que la comunidad, con sacrificio, les aporta. Armados por un Estado al que le han inoculado la lógica del poder oligárquico: están allí para defender los bienes de los que tienen la sartén por el mango, y el resto puede llegar a estar de más. Todas las vidas, la vida, en manos de ellos.

Cuando se insiste en señalar que la falta de igualdad ante la ley un día se vuelve contra quienes miran hacia otro lado, y viven con supino desinterés el armado de causas para perseguir a opositores, se está hablando de esto, de morir ahorcado o estrangulado por tratar de impedir que dejen en la calle a una familia.

David Neri Alfonso no “falleció durante un desalojo”, que ni siquiera era su propio desalojo. El hombre, antes de ser atacado por la hiena armada que lo ultimó salió en defensa de una mujer y sus cinco hijos, que eran arrancados por la cana de la casilla que habían armado sobre terrenos fiscales.

Dice El Liberal: “Alfonso, vecino de la mujer, trató de ayudarla e intervino para que la policía no los sacara. Varios vecinos se pusieron en contra del accionar policial”. Más tarde, una vecina de la mujer desalojada contó: “En el momento del desalojo, Don David le dice a la señora «vos no te tenés que ir de acá. Estos terrenos no tienen dueño, son de la provincia». Tres oficiales de Infantería agarran a David del cuello, se descompone y lo tiran al piso como una bolsa de papa”.

Terrenos fiscales. Vivienda precaria. Mal ejemplo. Desalojo. Esa lógica sólo puede explicarse si lo público está reservado para el poder, ya sea político o económico, pero no para la chusma que quiere tener un techo digno.

¿Comer, vestirse, tener una vivienda? La desigualdad ante toda ley se termina de constatar cuando el mismo diario que relata la tragedia revela un dato que hunde al episodio en un océano de pena y tristeza: “Alfonso estaba luchando para abrir un merendero en el barrio. Su pareja aseguró que «los policías solamente miraban y se burlaban de él». Por el momento, tres uniformados han sido suspendidos por el tiempo que dure la investigación”.

A los que quieren dar de comer, a los que dan vida, les es quitada la vida, les es arrebatada como un objeto más de los que acaparan las aves carroñeras que son los que ordenan a sus ninjas dar la muerte. El macrismo, para que quede claro, ha modelado en tiempo récord una sociedad en la que el trueque más extremo es de vida por muerte, y el que manda decide a quién y cómo se le da muerte y se le quita la vida.

Cuando los Claudio Bonadio, los Carlos Stornelli, los Germán Garavano, los Daniel Santoro, los Marcelo D’Alessio, los Luises Majul y Novaresio, las Lilita Carrió, Paula Oliveto, Mariana Zuvic, hablan de la “corrupción K” basados en escuchas podridas de ilegalidad, cuando se vuelven agentes operativos de las maniobras diseñadas por el poder a fuerza de extorsiones, dinero contante y sonante, testimonios fraguados, declaraciones guionadas y armadas, cuando unos meten a la cárcel a personas sin prueba alguna de que hayan cometido los delitos por los que son juzgados, cuando otros aplauden como focas ebrias esos encarcelamientos, cuando otros omiten actuar con base en el Estado de derecho por miedo o comodidad, están ahorcando de nuevo a David Neri Alfonso, matando por la espalda a Rafael Nahuel, persiguiendo a tiros a Santiago Maldonado, culpando a los tripulantes del ARA San Juan de su hundimiento.

Cuando la igualdad ante la ley no es aunque sea una ilusión de movimiento, una quimera por la que alguien tiene que salir, cuanto menos, a dar explicaciones, se terminó el juego de la oca, ya no se tiran los dados, se retrocede hasta el instante más sórdido de las relaciones entre humanos, se empeora la ley de la selva, se corre peligro en el mismo acto de inspirar, se muere todo el tiempo.

La felicidad del Pueblo está en riesgo

Tal vez todo esto no esté siendo visto en su dimensión más trágica por quienes están obligados a dar vuelta la taba para que se pueda vivir mejor, con esfuerzo, pero sin sacrificio. El macrismo interpela: ¿Sacrificio o goce? ¿Fiesta o esfuerzo? ¿Trabajo o magia? Y la verdad es que hay que encontrar la dicotomía que anule esas falsas antinomias. ¿Felicidad o muerte? El macrismo no hace ese tipo de preguntas.

Quizás se esté perdiendo demasiado tiempo en responder las maliciosas preguntas del enemigo, desmintiendo ministerios de venganza, demostrando qué tan democráticos pueden ser los dirigentes del Pueblo. Eso quieren ellos, que se les garantice impunidad, que se sea generoso con ellos como no lo fueron cuando les tocó arrasar con todas las conquistas sociales. Quieren que se selle desde ahora la paz que les permita volver a conspirar y que sea con las propias palabras y promesas de no revancha de quienes deberán remar contra corriente para poner en pie todo los destrozado por ellos.

Las palabras pueden ser muchas o pocas, pero es preciso encontrar el modo de darles un sentido que sea entendido por todas y cada uno de quienes hoy sienten cerca el silbido que hace la hoz de la Parca en el aire. Quienes temen morir de hambre o de frío. Quienes temen morir de viejos antes de tiempo porque no tienen para un remedio que les alargue la vida un poco más. Quienes tienen miedo de ver morir la alegría, las esperanzas, los sueños de los pibes que empiezan a crecer grises, opacos, llenos de bronca, agotados de vivir antes de haber empezado.

Todas y todos deben entender el mensaje, esa idea que debe estar al tope de toda agenda, palabras que enamoren, que convenzan, que inviten a sacarse de encima tanto horror que a veces no se ve porque parece estar lejos, pero está ahí, pegajoso, hediondo, apenas enmascarado por los promotores de ese horror. 

Margaret Thatcher solía decir que para el neoliberalismo “la economía es el método, el objetivo es el alma”. Será cuestión de descubrir cómo decir que para el peronismo el método es la justicia social y el objetivo es la felicidad del Pueblo. Que no hay Patria sin trabajo ni futuro sin soberanía. Que cinco minutos más en manos de estos criminales ya no pueden tolerarse sin riesgo de muerte.

No importa qué palabras, pero las deberán repetir hasta el cansancio quienes dicen que pueden devolverle la Patria al Pueblo. Deben hacerlo por los que ya dejaron sus vidas en este tiempo atroz; por quienes todavía pueden aferrarse a la vida y sacudirse tanta muerte que los rodea; por los millones de mujeres y hombres que quieren volver a soñar con ser felices. Vencer no alcanza, pero no vencer es seguir muriendo.

Más notas relacionadas
Más por Horacio Çaró
Más en Columnistas

Dejá un comentario

Sugerencia

La “táctica Goebbeliana”

Pocos actos tan autoritarios como utilizar el aparato de comunicación del Estado (que paga