Argentina está en emergencia. Aunque no es sólo alimentaria y nutricional, la que más duele, la urgente, la impostergable. La tragedia actual hacia la que condujo el co-gobierno de Cambiemos y el Fondo Monetario Internacional también es laboral, previsional, sanitaria, educativa, industrial y comercial. Y no es una obra de la naturaleza, tiene responsables, o mejor dicho: culpables.
La gestión de Mauricio Macri, que venía con toda su “expertise del sector privado” para manejar la economía del país como una empresa eficiente, la arruinó. La tecnocracia aséptica, formada en los grandes holdings multinacionales o vernáculos, gente bien (bien rica), que no necesitaba robar el erario público porque ya estaba hecha, destruyó la moneda nacional, aniquiló el aparato productivo y desmanteló el mercado interno. Y más, se afanó el mayor préstamo de la historia del FMI entregado a un gobierno: 50 mil millones de dólares.
Lo que para la amplia mayoría del pueblo argentino es una catástrofe fue una fiesta para otros sectores, el puñado de empresas que colocaron a sus CEOs en los distintos ministerios, que lucraron con la apertura importadora, la dolarización de las tarifas y la fuga irrestricta de divisas.
Lo que para unos es una terrible crisis, para otros ha sido una fenomenal oportunidad de negocios. Nada ocurrió sin querer. Tanto la abundancia de pocos como la miseria de muchos han sido planificadas, como acertó en su Carta Abierta a la Junta el periodista y militante montonero –asesinado por los genocidas de la última dictadura cívico militar–, Rodolfo Walsh. Y como hace más de 40 años, nada de esto hubiera sido posible sin la complicidad de las grandes corporaciones de la comunicación.
El tema que hoy es portada del semanario El Eslabón, un reclamo protagonizado por las trabajadoras rosarinas del Teléfono Verde que denuncian precarización y demandan su pase a planta, es sólo el emergente de un conflicto más profundo. Miles de laburantes de otras dependencias municipales, del Estado provincial y el nacional se encuentran ante la misma y desesperante situación: se viene un nuevo cambio de gobierno y siguen bajo distintas y flexibilizantes figuras de los contratos basura.
El no llegar a fin de mes y el pensar que en diciembre se termina el laburo son razones suficientes para declararse en emergencia, como los son no conseguir los remedios, que te hayan rajado de la fábrica, que no te salga una maldita changa, que te corten el gas o tener que cerrar el negocio porque no juntás ni para el alquiler.
Mientras desde el 11 de agosto pasado los lobistas financieros, mediáticos, multinacionales y de otras cuevas de ladrones de guantes blancos hacen llegar sus demandas al futuro gobierno, en el que ya nadie ve a Macri, parte de la agenda popular, la más urgente e impostergable se impuso (con represión incluida) en la calle y en el Congreso, a pura movilización y marcando un rumbo claro sobre cómo se defienden los derechos, humanos, aún los más básicos como el acceso al alimento.
La patria, está en emergencia. Y la patria es el pueblo.
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