Viviana es calma y tormenta a la vez. La vida la golpeó donde más duele, pero su voz se levantó por el derecho a saber. Es historiadora y peronista desde la cuna. Estuvo detenida desaparecida en el centro clandestino La Calamita y en el Servicio de Informaciones de Jefatura.
Viviana Nardoni tiene 66 años, es directora del Museo de la Memoria de la ciudad de Rosario desde 2015. Tiene una mirada dura, penetrante, que se ensombrece cuando recuerda los horrores que le tocaron vivir durante la dictadura, pero también aclara. Cuando habla de sus seres queridos, de Adela, su mamá. Se enciende las decenas de veces que se dice peronista y chispea cuando habla de igualdad y justicia.
Un edificio con memoria
Doce años después de su creación, el Museo de la Memoria encontraría su sede definitiva en el edificio conocido como La Casa de Los Padres, emplazado en la esquina de Moreno y Córdoba, donde funcionó durante 25 años el Comando del II cuerpo del Ejército Argentino. Allí donde se llevó adelante el plan de exterminio más atroz contra la integridad de cientos de jóvenes durante la última dictadura cívico militar, se convirtió en una institución “pionera en cuanto al tratamiento, difusión y conocimiento de lo que fue el terrorismo de Estado”, promoviendo el acceso a la información e investigación. Hoy, es un espacio de memoria que nos ofrece un recorrido por los más terribles crímenes mediante el arte. Desde hace cuatro años, Viviana lleva adelante la dirección.
Es viernes y la humedad de octubre se hace sentir, el cielo aún encapotado anuncia que va a llover otra vez. Ella aguarda en el patio de la planta alta, fumando. Enseguida se dirige a su oficina, la que comparte junto a una compañera. El espacio fue remodelado en los últimos años: “Cambiamos los escritorios esos de oficina, horribles, por estos que le ponen onda” dice entre risas. Varias veces va a reír, pero no llora, no se quiebra. Ya no.
Siempre habla de sus compañeros y compañeras, no hay subordinados. Son un equipo.
El derecho a la información
Desde que comenzó su carrera en el Estado municipal las cosas no fueron fáciles. Nunca fueron faciles, y su pertenencia al peronismo tuvo mucho que ver. Fue una de las pocas, sino la única, en aquellos años donde el socialismo santafesino aún se disfrazaba de progresista, en esperar una década para entrar en planta permanente, y otros 15 para que le subieran la categoría correspondiente por su antigüedad: “Para todo el mundo siempre fui peronista, de hecho en mi carrera municipal lo he vivido de una manera terrible, ésta administración, conociéndome, nunca me dio la oportunidad de crecer como lo hubiese podido hacer”, subraya, y agrega: “Como directora concursada, siempre se fijaron si yo era amiga o hablaba con tal o cual persona, u organismo. Son muy sectarios estos socialistas, pero todo vuelve. Ahora veo que se están retirando sin haber logrado involucrarse en la sociedad y desarrollarse, están en vías de volver a ser un partido vecinal”, sentencia.
En ese sentido aclara que tampoco desde el peronismo alguna vez tuvo un cargo o puesto: “Nunca me llamaron y tampoco fui a pedirles nada, hay que decir todo”.
Durante los cuatro años de su gestión como directora, y desde antes, cuando estaba en la subdirección, hubo un camino claro: el de acercar la información y el conocimiento a toda la sociedad. “Hay una pasión por hacer las cosas que deben ser hechas, sobre todo desde el Estado. Soy una gran defensora de la acción del Estado por el bienestar de los pueblos, de las sociedades”, remarca. Y así fue que a fuerza de insistencia, y con las ideas claras, transformó, junto a un gran equipo de trabajo, a un edificio en cuyas paredes se forjó el plan más siniestro y perverso de la historia reciente argentina, en un espacio donde la memoria, la verdad y la justicia se pasean por sus habitaciones recordándonos a todos y a todas que nunca más puede volver a suceder algo así.
Peronista desde siempre
Criada en el seno de una familia peronista, en Bigand. Luego, hacia fines del 55, la familia tuvo que mudarse a Firmat, perseguida por el golpe militar impulsado por Eduardo Lonardi: “El peronismo está en mí desde siempre. Éramos tan peronistas que mis padres fueron expulsados de sus trabajos, les quitaron la casa que estaban pagando con los planes de vivienda del general Perón y nos tuvimos que ir del pueblo”, recuerda, como el primer golpe bajo que recibiría su familia debido a su pertenencia política.
Toda su educación transcurrió en colegios confesionales, hasta que comenzó a estudiar Ciencia Política en la Universidad Nacional de Rosario: “Fui 15 años a escuelas de monjas y sin embargo no tengo malos recuerdos. Aprendí muchísimas cosas, buenas y malas, pero aprendí, recuerda, y agrega: “Hacíamos trabajos sociales durante los años de proscripción del peronismo. En un pueblo pequeño, manifestar las identidades políticas era muy difícil, pero la militancia social existía”.
La ciudad, el amor y el horror
Al concluir el ciclo secundario, Viviana se vino a vivir a Rosario y comenzó a cursar la carrera de Ciencia Política en la planta alta de la Facultad de Derecho: “Cuando terminé la secundaria me vine a estudiar. Ahí comencé a militar en la Juventud Universitaria Peronista, hasta que desde la organización Montoneros se decide pasar a la clandestinidad”, rememora, y añade: “Me acuerdo que esa semana había elecciones y la mayoría de nosotros estábamos en las listas del movimiento Azul y Blanco, con nombres apellidos y números de documentos, como corresponde, y entonces pensé en toda esa información, tan expuesta”. En 1975, cuando La Alianza Anticomunista Argentina, organización paraestatal conocida como la Triple A, había comenzado a perseguir y asesinar militantes de organizaciones políticas, junto con sus compañeras de casa se mudó unas 5 veces. “Fue un año complejo, la militancia se había vuelto clandestina y la represión ya estaba desatada. Habían empezado a secuestrar gente. El terrorismo de Estado empezó tempranamente”, señala.
Durante ese mismo año, Viviana cuenta que se podía percibir el peligro: “El principal ensayo en nuestra zona fue la represión en Villa Constitución. Cuando haces una perspectiva histórica y ves toda la metodología desplegada en la represión al villazo, en el operativo que se llamó Serpiente Roja del Paraná (el cual incluía desde la zona norte de Rosario hasta Villa Constitución), para destrozar todo tipo de organización obrera y popular, se nota como se desplegaron todas las formas que luego fueron sistemáticas durante la dictadura”.
Poco después del golpe del 76, junto a Luis, quien fuera su compañero en aquella época, decidieron dejar de forma parte de la organización Montoneros. Igualmente, continuaron en contacto con compañeros y compañeras: “Seguíamos en Rosario porque necesitábamos estar cerca de la situación, eran épocas donde estábamos confundidos, tristes. Yo no sé si tenía toda la capacidad que hacía falta para estar entera en esos momentos. Con mucho dolor, y teniendo en cuenta que habían empezado a caer muchos compañeros, decidimos retirarnos de la organización. Luis seguía más en contacto, pero no participábamos activamente”.
Después de aquel Marzo, la pareja vivió un tiempo en la zona sur hasta que en enero del 77, “en un acto de intento de supervivencia o de dar vuelta la página”, se casaron y fueron a vivir al centro, en 9 de julio y Dorrego. Viviana retomó sus estudios, esta vez la carrera de Historia en el Normal 1, hasta la noche del 3 de julio de 1977. “Una noche volvíamos del cine con mi mamá y en la esquina de nuestra casa nos secuestran”. Tenía 21 años.
Detenida desaparecida
“Tabicados, uno sobre otro en el piso de un auto, recibiendo patadas e insultos”, así recuerda su viaje al primer centro clandestino al que fue trasladada. Tres días con sus tres noches duraron las torturas. Dos semanas más tarde fueron liberados, a la vera de una ruta: “Creí, mientras tocaba el pasto húmedo, que en cualquier segundo entraba la bala por la nuca”. Pero no llegó. Apenas lograron desatarse las manos, un auto oficial de la policía los interceptó. Esa noche fueron a parar al Servicio de Informaciones (SI), hasta finales de septiembre.
El terror ejercido durante la última dictadura cívico militar exploró más allá de los tormentos físicos y la desaparición forzada de personas. Llevó adelante un importante accionar en la sociedad civil, en los familiares de las víctimas y en los sobrevivientes.
Viviana fue trasladada a la cárcel de Devoto; Luis, su compañero, a Coronda: “Utilizábamos los medios de comunicación de la cárcel, y también en esa situación recibí visitas que me desestructuraron”.
Durante los meses en que estuvo en Devoto, recibió tres visitas. Primero fue un juez federal que la interrogó acerca de su posible participación en algún atentado. También se vió cara a cara con el Coronel González Burlet, quien fuera el contacto directo entre el Comando y la patota de Feced. Y, por último, su madre: “Yo agradezco no haber tenido hijos hasta aquel momento. Si al tormento y agresión a la subjetividades de todas las compañeras que estábamos ahí, habría tenido que agregar el dolor de definir si quiero o no que me traigan a mi hijo a que me vea así, si soy una egoísta porque quiero verlo pero lo someto a eso, no sé si lo hubiera podido soportar”.
En ese sentido, Viviana sostiene que la “acción perversa de tortura y degradación” llevada a cabo durante esa época se extendió a todos.
El silencio de la sociedad civil durante los primeros años de la dictadura, siempre le hizo “ruido”. Aún así, sostiene que fue el propio terrorismo de Estado el que transformó a toda una sociedad: “A esta altura de la vida, no creo que haya sido tan difícil no saber lo que estaba pasando en la Argentina. Para el 79, en este país faltaba mucha gente, demasiadas familias involucradas, demasiadas cosas raras”, dice. Y agrega: “Estas cosas pasan en el marco de una sociedad que elige no ver, no es que no esté viendo, como dijo Pilar Calveiro. A través del terror directo, o presencial, transformaron la mentalidad de la gente para que hasta hoy en día tengan la cabeza capaz de ser moldeada a las necesidades del poder, y que te hacen optar por cuestiones que esencialmente son contrarias a cualquiera de tus intereses. Lo hemos visto en estos últimos cuatro años”.
Después de un año bajo la tierra
Con apenas 21 años, Viviana salió bajo libertad vigilada, teniendo que ir a confirmar su no fuga cada 48 horas frente a los mismos represores que la habían torturado. Conseguir trabajo, tampoco fue tarea fácil. El documento decía “subversiva”.
“Yo salí con libertad vigilada y recién a los seis meses, cuando liberan a Luis, me levantaron la vigilancia”. Al poco tiempo nace su primer hijo, muerto. “ Fue una prórroga del tormento” sostiene. En 1983 llega la democracia, y con ella nacen Mariana y Alejandro. Y después: “Bueno, después me divorcio”.
Viviana se define peronista desde siempre, pero es categórica en ese sentido: “Siempre estuve ligada al peronismo pero de una manera crítica y conflictiva también”. Con el renacer de la democracia, volvió a militar en organizaciones peronistas, participando activamente de las campañas por los derechos humanos. Y recuerda que para fines de los 80, cuando Menem ganó la elecciones y firmó los primeros indultos, se desafilió del Partido Justicialista: “Hace un tiempo me enteré que no nos habían borrado. Lo llamé a Juanjo (Vitiello), y le dije: «No nos borraron», dice entre risas.
Esa relación de constante enfrentamiento con algunos sectores dentro del peronismo, siempre estuvo presente en ella, desde muy joven encontró desde la mirada crítica su lugar dentro de un movimiento que abarca muchos matices: “Cuando ganó Menem nos queríamos matar. Y cuando indultó a los militares, nos fuimos del PJ. Yo no voté siempre al peronismo, no lo voté a Luder ni a Menem. Nunca”, enfatiza. Y recuerda: “Mi madre, militante de toda la vida, inteligente y sagaz, me dijo: «Ese hombre nos va a hacer mucho daño». Yo seguí su ejemplo y voté en blanco. Ella políticamente era mucho más inteligente y conocedora que yo”.
Cuando habla de Adela, su mamá, le brillan los ojos. Las palabras son de admiración y profundo respeto por esa mujer que, en 2008, en la sala de terapia intensiva que la vio partir, le pidió a ella y a una amiga si sería posible que le llevara una urna, porque quería votar a Cristina: “«¿Qué te pensas, Adela, que sos Evita?», le dijimos”.
Una fecha, el dolor y la esperanza
Los 27 de octubre son de dolor y esperanza, tienen un sabor en su vida que hacen que no haya punto de comparacion con ningun otro día: “Mi mamá finalmente murió el 27 de octubre, el dia de mi cumpleaños. Ese día también murió Néstor, y este año, en esa misma fecha, vamos a votar por los Fernández. La única muerte decente que va a ocurrir, un 27 de octubre, es la del gobierno de Macri. Las otras fueron injustas, horribles, y las lloramos. Siempre”.
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