Mientras grabamos con una cámara de video se aconseja no utilizar el zoom, debido a que descubre la presencia de la propia cámara, ya que esa función de la máquina no es una virtud que posea el ojo humano. Las personas podemos ver y prestar atención a un detalle, pero no tenemos la facultad de acercar y alejar o agrandar y achicar el objetivo. Sin embargo, el sistema visual de miles de leprosos logró esa proeza la noche que Diego Armando Maradona volvió al Coloso Marcelo Bielsa. No fue un poder de los aparatos oculares presentes, sino, por el contrario, el poder de ese Dios, que apenas lo divisás comienza a crecer y eclipsar a los demás mortales.

Maradona ingresó al campo de juego a través de un cordón realizado por jugadores juveniles de Newell’s, y comenzó a ocupar toda la escena con su carisma, demostraciones de afecto y palabras emocionadas que casi no se entendieron. Una multitud, a pesar de ser un día laborable, aplaudió, gritó y entonó las canciones típicas de canchas que cuentan del amor entre el 10 y el club del Parque.

Con una joggineta de Gimnasia y una gorra de Venezuela en su cabeza apareció este Dios mortal y todo pasó a segundo plano, los jugadores, el partido, los compañeros del ’93 que ingresaron a saludarlo, inclusive las placas, la camiseta, el brazalete de capitán y todos los regalos que recibió en el centro del campo.

En el inmenso cono de sombra que dejó la presencia de Maradona estuvieron el “Yaya” Rossi, Roque Alfaro, Roberto Sensini, Cristian Ruffini, por nombrar algunos de los compañeros que jugaron con él y se pudieron divisar.

Foto: Manuel Costa

Diego recorrió parte de la cancha, hasta un poco antes de cada área de 18, saludando a los presentes con un paso cansino que le demanda esfuerzo, y en la tribuna que se acercaba se vio una cantidad infinita de palmas, elevadas sobre las cabezas, batiéndose.

También, hubo fuegos artificiales, pero nadie se percató, porque fueron eclipsados por ese ser que parece supremo y lo es.

El ídolo terminó su camino en el banco de suplentes que le correspondía, allí lo esperaba un corralito realizado por policías y personal del club que evitó que se acerquen los fotógrafos, un sillón decorado para la ocasión y cientos de remeras que le arrojaban desde la platea para que las firmara. Inclusive, uno ató su remera a un cabo y arrojó ese extremo al banco de relevos con la intención de pescar un autógrafo, pero no tuvo pique.

Detrás había una cancha de fútbol con veintidós protagonistas, una terna arbitral y una pelota en el centro del campo esperando comenzar el partido, pero parecían fuera de foco o entre bambalinas, en segundo plano.

Todo duró unos eternos minutos, es que el tiempo no tuvo otra que detenerse para capturar en la memoria de cada uno de los hinchas los detalles de semejante ritual.

Después, comenzó un partido de fútbol, uno más, como tantos, con la diferencia que antes los simpatizantes, vestidos con una remera rojinegra que lleva la palabra Yamaha en el frente y un 10 en la espalda, asistieron a una misa que brindó un Dios mortal, popular, irreverente que hizo sentir a los fieles en el reino de los cielos en el propio Parque Independencia. Que, también, es la casa de Diego.

Foto: Manuel Costa

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Un comentario

  1. addhemar principiano

    30/10/2019 en 15:36

    La inquietud es conocer como se creo ese dios mistico, emblema de una imagen, Puede haber rasgo de aquellos medios, a parte de su persona, que estan al servicio de engendrar idolos de entretenimiento para las masas???

    Responder

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