Yo no sé, no. Pedro se acuerda que cuando nos mudamos al sur de la ciudad dejábamos atrás en el empedrado nuestras veredas, nuestros árboles, nuestros aromas a almacén y granjas, nuestras luces que atravesaban la calle Ceballos y nuestras sombras que pegadas a las baldosas nos seguían como protegiendo a sus amos. Y nos encontramos con mucho espacio. El nuevo barrio estaba recién naciendo y al toque nos dimos cuenta que había lugar para lo que pensamos quedaba atrás, la nueva cabecita no tendría las paredes cómplices como para tirar un autopase .

Las luces de la calle todavía no habían llegado y nuestras sombras cobrarían vida con la luz de la luna, nuevos árboles con sus orquetas generosas como para trepar, otras ventanas que estaban siempre abiertas, otras pibas con aromas a sonrisas tentadoras.

Un día cerca de la vía honda, unos que habían llegado del norte inauguraron una cancha de 11, y si bien eran tímidos a la hora de relacionarse, cuando entraban a la cancha se sentían re locales. Se vía que con la redonda su mudanza estaba cargada de lo mejor de sus barrios pasados. 

Desde la vez que se mudaron a otro barrio las mellizas que vivían en Caffetera y la vía, el volver de la escuela no fue el mismo.

Cuando en el 72 regresaba el General, la sensación era que había una mudanza a nuestros barrios cargada de sueños. Ese año los peores del barrio malo de nuestra historia se resistían a esa mudanza y con Trelew y Tacuarita Brandaza lo hacían saber.  Aún así, la mudanza de nuestros sueños por un tiempo nos pareció que iba a ser un ir y venir permanente.

La abuela, que era quinielera, nos decía “avisen cuando vean una mudanza así le juego al 72 (la sorpresa)”. Pedro me dice: “estos días tan cerca del 10 de diciembre, son como una lenta pero ansiosa mudanza, cargada de memoria, de luces, de sueños, de nuevas sonrisas con aromas a regresos.

Porque sabes qué –me dice Pedro mirando la imagen de la tele que se escapa por una de esas ventanas siempre abierta y que muestra una mudanza en Olivos– lo bueno es que pronto estará la nuestra ahí, y en todos nuestros barrios es como sentir que los camioncitos van y vienen. Con nuestras pelos, nuestros libros, nuestros poemas inconclusos. Y sobre todo esa sensación que los sueños de Patria vuelven para todos a mudarse entre nosotros.

Pedro mira el reloj y me dice “al 72 lo juego ahora o a la noche, la abuela se mudó al barrio de arriba y hace mucho se llevó ese secreto, si matutina o nocturna.

Colaborá con el sostenimiento de Redacción Rosario y El Eslabón por 300 pesos por mes y recibí nuestra info destacada todos los días y nuestro semanario todos los sábados en tu casa. Suscribite en este enlace: Redacción Rosario + El Eslabón.

Más notas relacionadas
  • La lengua dormida

    Yo no sé, no. El partido que estábamos jugando en la cancha de Acindar de pronto se puso p
  • A la pesca

    Yo no sé, no. La tarde de la última semana de abril estaba con una temperatura especial pa
  • Remontar el barrilete en esta tempestad

    Yo no sé, no. La tarde se ponía fresca y Pií entraba en calor dándole al serrucho. Tenía p
Más por Hilo Negro
  • Lo que hay que tener

    Una sola vez intenté, Lauri. No sé, se me mezcla un poco ahora, pero ponele que fue a medi
  • La “táctica Goebbeliana”

    Pocos actos tan autoritarios como utilizar el aparato de comunicación del Estado (que paga
  • La lengua dormida

    Yo no sé, no. El partido que estábamos jugando en la cancha de Acindar de pronto se puso p
Más en Columnistas

Dejá un comentario

Sugerencia

Acindar vuelve a frenar su producción: “Nunca vi un parate de estas características”

La planta de Villa Constitución parará su producción por segunda vez en el año. Las políti