Aunque será eternamente recordado por haber creado a orillas del Paraná la enseña patria, Manuel Belgrano también fue un gran humanista y un adelantado en materia educativa, en el cuidado del medio ambiente y en la lucha por los derechos de las mujeres y de las comunidades originarias. Tras donar el dinero que recibió como premio por las batallas ganadas, para la creación de escuelas públicas, murió en la pobreza el 20 de junio de 1820.

Quizás de chico no era un grande, pero de grande a veces era un chico: mucha pasión, desobediencia y jugar, hasta con la vida misma. Belgrano era “valiente, ingenuo, honrado hasta la torpeza, idealista, terco, inteligente, apasionado, vehemente, racional, severo, justo, quijotesco, cándido, brillante, negado”, según el retrato trazado por el historiador Hernán Brienza.  

Desde pequeño era un ser muy simple y de gran solidaridad, indulgencia y amor al prójimo, como así también un gran defensor de lo público, se desprende del fascículo Manuel Belgrano. El niño que defendió la igualdad, incluído en la colección Grandes niños de la patria. La obra escrita por Rodolfo Pini, con partes de ficción e históricas, también detalla: “Había nacido en Buenos Aires el 3 de junio de 1770, como Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, estudió en el Colegio Real San Carlos (ahora Nacional de Buenos Aires). En ese célebre criadero de próceres, la formación era para blancos e indios, pero no para afros y mulatos. Abierto en 1783, ingresaban sólo varones de diez años que supieran leer y escribir, además de ser católicos y legítimos hijos. Esa formación humanística privilegiaba al latín, los clásicos latinos y griegos.

Luego, viajó con su hermano a Valladolid para estudiar leyes. Regresó como abogado a Buenos Aires, con 23 años, y trabajó en el consulado porteño. Claro que con las invasiones inglesas se acercó a las milicias y a la disputa por una nueva nación”.

Belgrano y la educación

Ante el temor de que cambiaran su historia, don Manuel escribió su propia biografía, en 1814. La misma fue parte de sus Memorias y fue publicada por primera vez por Bartolomé Mitre, en 1877, como parte del libro Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina.   

En sus testimonios, señala: “Escribí varias memorias sobre la planificación de escuelas: la escasez de pilotos (navegación) y el interés que tocaba tan de cerca a los comerciantes. Se me presentaron circunstancias favorables para el establecimiento de una escuela de matemáticas, que conseguí a condición de exigir la aprobación de la Corte, que nunca se obtuvo y que no paró hasta destruirla; porque aun los españoles, sin embargo de que conociesen la justicia y utilidad de estos establecimientos en América, se oponían como medio de conservar las colonias”.

También indica que “no menos me sucedió con otra de diseño, que también logré establecer, sin que costase medio real el maestro. Pero ni ésta, ni otras propuestas a la Corte con el objeto de fomentar la agricultura, industria y comercio, de que estaba encargada la corporación consular, merecieron la aprobación; se decía que todos estos establecimientos eran de lujo y que Buenos Aires todavía no se hallaba en estado de sostenerlos”.

“Desde 1794 a 1806 –agrega–, pasé mi tiempo haciendo esfuerzos impotentes a favor del bien público; pues todos, o escollaban en el gobierno de Buenos Aires o en la Corte, o entre los mismos comerciantes, individuos que componían este cuerpo, para quienes no había más razón, ni más justicia, ni más utilidad ni más necesidad que su interés mercantil; cualquiera cosa que chocara con él, encontraba un veto, sin que hubiese recurso para atajarlo”.

Sobre la enseñanza, Belgrano ya decía en aquel entonces: “Los niños miran con fastidio las escuelas, es verdad, pero es porque en ellas no se varía jamás su ocupación; no se trata de otra cosa que de enseñarles a leer y escribir”. Y advertía sobre “el triste y lamentable estado de nuestra pasada y presente educación”. “Al niño se lo abate y castiga en las aulas, se le desprecia en las calles y se le engaña en el seno mismo de su casa paternal. Si deseoso de satisfacer su curiosidad natural pregunta alguna cosa, se le desprecia o se le engaña haciéndole concebir dos mil absurdos que convivirán con él hasta su última vejez”.

También apuntaba a la escuela para mujeres, ya que serviría, “además de enseñar oficios en forma decorosa y provechosa, para acceder a trabajos dignos”. Quería articular la educación pública con el trabajo, con la Escuela de Comercio, con una Facultad de Agronomía, otra de Economía y la Escuela de Náutica. Y no se olvidaba del arte, pensando una dedicada al dibujo técnico e industrial.

El humanista porteño

En esas memorias, Belgrano admite: “Qué profunda ignorancia vivía yo del estado cruel de las provincias interiores”, y en su campaña al Paraguay redactó el Reglamento para los Naturales de Misiones.

Pero como dice Pablo Camogli, historiador misionero, “Belgrano fue un gran humanista, pero no movilizó a las comunidades originarias y no empleó como soldados a los naturales”. 

El autor de Batallas por la libertad, Asamblea del Año XIII, y Andresito. Historia de un pueblo en armas, entre otros libros, remarca que “Artigas y Belgrano vivieron en un mismo contexto, pero el oriental y también Andrés Guacurarí, no tenían ese lógica y privilegiaron lo comunitario, base de la filosofía guaraní. Vivieron en los pueblos originarios, los incorporaron a las tropas y sus mandos, respondían a las ideas de autonomismo y no a la centralización porteña”. Sin embargo rescata “su amplia mentalidad”. “Fue pionero en el cuidado del ambiente, como defender los bosques. Y, a diferencia de otros porteñistas, tenía contacto con los originarios e insistió en su libertad total”. 

Para el historiador Javier Garín, don Manuel tenía “desprecio y animadversión hacia Artigas, a quien tachaba de «agente pagado al servicio de España». Creía él que primero debía trabajarse por derrotar al enemigo colonial de América y después discutir sobre las formas organizativas internas”. Como San Martín, no participó en las guerras contra los federales, pero ambos “eran parte del gobierno porteño, tenían alianzas con la burguesía comercial, veían como un estorbo las justas reivindicaciones de Artigas, quien representaba el papel de los provincianos hartos de Buenos Aires”, explica el escritor y abogado de derechos humanos. 

Luego de ganar algunas batallas, Belgrano no olvidó la educación y tras recibir 40 mil pesos oro de premios, los donó para levantar escuelas en el norte. Aunque ese compromiso se hizo humo durante años, entre la burocracia y la corrupción. 

Demasiado humano

Desesperado por su tierra, Belgrano afirmaba: “Me hierve la sangre, al observar tanto obstáculo, tantas dificultades que se vencerían rápidamente si hubiera un poco de interés por la Patria”. Para el ya citado Brienza, tanto por su “ética y moral” como por su honestidad, “Belgrano fue un hombre demasiado humano”. El historiador argumenta: “Belgrano es revulsivo para nuestra sociedad por su honestidad. Belgrano tiene una decencia subversiva”. Y agrega: “Tenía 42 años cuando tomó la decisión más importante de su vida: renunciar a la comodidad burguesa de un humanista para llenarse de barro y sangre, para abrazar la aventura de andar por cerros y llanos, sucio y desaliñado con un ejército a cuestas intentando una patria a sus espaldas. Sin dudas, Belgrano es un zonzo, pero de una bella zoncera”.

Sangre guaraní

El historiador correntino Víctor Hugo Torres, en su libro Mestizo, investiga sobre el pasado regional y rescata la huella de los ancestrales hijos de la tierra, que fueron blanqueados para hacer más europea la historia y los próceres originales de la nación.

En su libro editado en 2019 por la Fundación Yayetopa, Torres remueve ese pasado y presente cobrizo. “En la Historia Genealógica Argentina, de Narciso Binayan Carmona, se indaga el caso del vasco Domingo Martínez de Irala, primer gobernador de Asunción, llegado con la primera expedición del Adelantado Pedro de Mendoza, 1535”.

“Luego navegaría el Paraná y llegó a tener nueve concubinas guaraníes y quince nietos” explica Torres. El testamento de Irala indica que dejó nueve hijos: Diego, Antonio, Ginebra, Marina, Úrsula, Martín, Ana y María. Además, con la guaraní Águeda parieron a Isabel, y entre sus descendientes llegó Manuel Belgrano, también su primo Juan José Castelli. La ciencia genealógica los emparenta con Victoria Ocampo y Bernardo de Irigoyen, Carlos Saavedra Lamas, Remedios de Escalada de San Martín, Francisco Solano López, Joaquín Samuel de Anchorena, Adolfo Stroessner, Julio César Saguier, Adolfo Bioy Casares y los nefastos José Evaristo Uriburu y José Félix Uriburu, pero también el Che Guevara, entre otros.

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