La tragedia no se empecina con un hombre. Un pastor. Un tipo al que le mataron dos hijos. Jeremías en 2012 y Jairo en 2014. Sino que Eduardo Trasante fue asesinado en una dinámica cruenta que elimina vidas cotidianamente en Rosario. Como si el suyo fuera un nombre bisagra entre dos etapas de la violencia contemporánea. El arco que va de la masacre del hijo al fusilamiento del padre.
“Se cruzó un límite”, dijo la concejala de Ciudad Futura y compañera de militancia del pastor, Caren Tepp, durante la conferencia brindada el miércoles a la mañana. Con la voz quebrada y escoltada por todos los concejales de la ciudad, Tepp enfatizó que es un crimen sin precedentes. Una nueva fase en la historia subliminal de la ciudad, ahora más perceptible que nunca.
Trasante fue una incorporación sorpresiva en el Concejo como resultado de las elecciones legislativas de 2017: una fuerza de izquierda, que venía de meter tres concejales en 2015, le daba lugar a un pastor evangélico. El padre de Jeremías, uno de los chicos asesinados en el triple crimen de Villa Moreno, el primer día del 2012. Y de Jairo, baleado en medio de esa convulsión de violencia que se desencadenó, dos años después.
Y ahora lo matan a él. Con sello mafioso. Con performance de pandilla cinematográfica. Esa es la ciudad realmente existente. El asesinato a sangre fría de un exconcejal cuya trayectoria se desarrolló en la lucha contra la violencia que le arrebató dos hijos es un índice de los efectos combinados de una crisis inédita con la creación de grupos e identidades ligadas al delito como poder fáctico, territorial, con capacidad de daño.
Al año de asumir su banca, Trasante renunció a raíz de una denuncia interna. Aislado políticamente, se replegó sobre su influencia comunitaria, esa dedicación religiosa que lo llevó a acompañar compasivamente a uno de los asesinos de su hijo. El crimen de un pastor con pasaporte político, reconocimiento social e inserción territorial, impacta sobre una capa del capitalismo local que se hinchó de brutalidad. Lamentablemente, un símbolo de Rosario en la segunda década del siglo XXI. La ciudad del río como hidrovía-depósito de muertos y fractura social con democratización de las drogas, las armas y el lavado de dinero.
Con Trasante matan una política de la justicia como reconciliación posible. Una vocación de sutura y construcción en respuesta al odio impune. El matar o ser muerto. Comer o ser comido. Los extremos donde no hay piedades y pueden ir desde la estafa en Vicentin hasta una nena baleada mientras juega en la vereda.
El martes, Rosario entró en shock. Se descubrió aún más indefensa de lo que es lícito pensarse y decirse. La muerte que trepó desde los márgenes durante los últimos años y aterró al centro, ahora perforó otra frontera: el asesinato es un acontecimiento que agarra a todos a contramano.
Los muertos que vos matáis
En una semana se registró en Rosario el mayor número de contagios desde el inicio de la pandemia. La posibilidad de un retroceso de fase implica el recrudecimiento de un clima social ya agobiado por el patógeno global que nos confinó e intensificó las dificultades que se arrastraban en términos devastadores.
Con el asesinato de Trasante vuelve esa muerte forzada, aplicada, ejecutada, tristemente naturalizada. Y ahonda la incertidumbre. Es un fondo aún más profundo de esa crisis múltiple y sin antecedentes. Donde Rosario no es uno de los focos de alerta sanitario, pero sí uno de los más dramáticos en cuanto a empobrecimiento y destrucción laboral.
La muerte está atravesada, además, por asedios internos y externos sobre un ministro de Seguridad inusualmente visible. Casi en simultáneo a que se conociera la noticia de la ejecución de Trasante, el gobernador Omar Perotti respaldaba públicamente a Marcelo Saín. Las operaciones originadas en la CABA y con mano de obra regional contra el ministro se desplegaron con intensidad, desde adentro y desde afuera, en las últimas semanas.
Lo de Trasante, nadie lo esperaba. Por eso, es dinamita en el clímax de una situación inenarrable por lo extraordinaria. Y así como el triple crimen de Villa Moreno abrió una etapa de violencia desquiciada en las calles, este asesinato inicia un nuevo periodo donde el desafío se hace directamente a la política. Trasante es el nombre que une dos fechas. Empieza y termina un ciclo en Rosario.
Es, por eso mismo, un punto sin retorno. La política queda expuesta en su incapacidad mayor: la de brindar un orden mínimo para vivir. Y en esa incerteza de los pactos básicos se instalan las respuestas de línea militarización. Es una opción que decanta ante la impotencia institucional y se presenta como obviedad, sentido común o fatalidad. El sistema mismo se queda sin margen de acción. Colapso económico y social, y la política impactada frente al desafío criminal.
La ejecución de Trasante descoloca el arco y el tiempo político. A Ciudad Futura por ser una agresión directa con el matiz de la vulnerabilidad. Al gobierno provincial por la interpelación de un problema que carece de síntesis en una gestión anterior ni puede diferirse en teorizaciones inocuas. Al gobierno local, por su condición sin aptitudes. Y a las oposiciones, por la infertilidad de las reacciones disponibles.
El sistema democrático, en su conjunto real, se estremece: las instituciones solo pueden hacerse eco del puño elevado por la desazón y el reclamo angustiado de Caren Tepp en el Concejo. Un silencio petrificante ahoga los barrios y hace sentir un desbarajuste que pone en riesgo a todos.
Cuando la conmoción se descomprima, nos encontraremos con que Rosario ya no será la misma. Esta ciudad no puede volver a ser la misma que fue. Ante la ferocidad, los usos y costumbres de las instituciones manifiestan su absurdo. Mientras el poder real se revuelve a los tiros, el cuerpo social se descascara.
Fuente: El Eslabón
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