Entrevistar a Eduardo Trasante es una experiencia religiosa. Ministro de varias iglesias evangélicas, de vertiente pentecostal, el hombre es un predicador y su modo de ver y describir al mundo está atravesado por esa concepción cristiana. Padre de Jeremías, uno de los tres jóvenes militantes del Movimiento 26 de Junio fusilados por narcos en el triple crimen de Villa Moreno, y de Jairo, también víctima de la violencia urbana, el pastor de 52 años encabezará en las próximas elecciones la lista de candidatos al Concejo Municipal por Ciudad Futura. Pero su historia política se remonta mucho más allá de la tragedia familiar que lo llevó a encabezar marchas y actos en reclamo de Justicia. Comienza, según cuenta, en su primera infancia con su papá abrazado a las imágenes de Perón y Cristo en un rancho de chapa de Beruti y Gaboto. “Lo que es imposible para el hombre es posible para Dios, porque para Dios no hay nada que sea imposible. Ahora, Dios opera en lo imposible, pero lo posible es lo que nos toca hacer a nosotros”, dijo en un extenso reportaje con Biopolítica, la sección especial del diario digital Redacción Rosario.

—¿Qué recuerdo tenés del primer momento en que la política se hace presente en tu vida?

Desde que tengo uso de razón vi a mi viejo militar tras las filas de Perón. Siempre decía que tenía la sangre de Cristo y la sangre de Perón. Lo recuerdo vociferar, gritar, pelear, militar y servir en el peronismo y verlo participando de la movida cuando partió Perón.

Estaba a cargo de la básica ubicada en Gaboto y Beruti. Hace varios años, por los ‘70. Yo era muy pequeño, la mayoría de las cosas no las entendía, pero sí recuerdo ver que mi papá organizaba, se movía, convocaba, visitaba gente. Dio una mano importante en su momento en el barrio, mientras se lo permitió la salud. Era un apasionado. Vivía pensando, escribiendo, organizando alguna acción para acompañar a la gente, viajar a Buenos Aires a hablar con algún que otro dirigente para gestionar alguna salida o recursos para el barrio.

—¿Cómo recordás tu infancia y adolescencia en ese barrio marcadas por la militancia de tu padre?

—Mi padre heredó la pobreza de sus padres y sus abuelos. Nosotros vivíamos en un pequeño villorrio de Beruti y Gaboto, frente a lo que en su momento era el Frigorífico la CAP. Hoy por hoy, todavía está ese amplio terreno donde había seis ranchos. Se de pasar profundas necesidades, lo que es no comer, lo que es pedir, lo que es vivir de la limosna y la piedad, tal vez de las monjas, de gente del partido.

Por otro lado recuerdo que mi padre era un hombre violento, algo que sufrimos con mi madre durante varios años, hasta que él tiene un encuentro con Dios y participamos de una reunión de fe que generó un cambio en la manera de pensar de mi padre y a partir de esa experiencia cambió toda su manera de vivir.

—¿Esa relación de tu padre con la religión te deja una marca o vos tenés tu propio vínculo con lo religioso?

—Hasta esa llegada a esa iglesia, recuerdo que hacía tres días que nosotros no comíamos. Y pasa un rastrojero, con una bocina de esas de los viejos verduleros anunciando una reunión de fe, de sanidad, de milagros, de cambios, y una invitación a que los vecinos vayan con tiempo para luego quedarse porque iba a estar la carpa de la bendición donde iban a dar comida a todos los que fueran. Nunca mi padre había incursionado en ámbitos de la fe, pero el hambre nos llevó a ese espacio.

Ese predicador, que decía cosas que yo no entendía, algo le hizo a mi papá que mi padre lloró. Hasta esa noche yo nunca había visto a mi padre llorar. Él nos hacía llorar todos los días a través de las grandes biabas que nos daba, con palazos, cintazos, cadenazos. Esa época en que los padres daban flor de paliza y quedábamos marcados y tendidos en el piso por horas. A partir de ahí mi padre cambió. Jesús llegó a nuestra familia y todo fue distinto.

—¿Aquella congregación religiosa que lo inició a tu padre es la misma en la que estás hoy?

—Mi padre llegó a conocer a Jesús y a tener una experiencia personal con Cristo a través de la Iglesia de los Hermanos en Argentina, una congregación muy tradicional de nuestra ciudad que lideraba en ese tiempo el pastor Héctor Labanca, hombre de Dios que ya partió a la presencia del Señor”. Ahí comienza mi padre a echar raíces en el evangelio. Luego el tiene un llamado de parte de Dios para instruirse, para el ministerio pastoral. Se interna en un seminario y se prepara para luego desarrollar lo que fue una tarea en nuestra ciudad a través de la Iglesia Bautista. En esa iglesia yo tengo un acercamiento a Dios.

Mi padre muere joven de tuberculosis, un problema de salud que él arrastró desde su niñez a causa de la miseria. Pero muere con paz, siendo un hombre distinto y sirviendo a Dios.

Algunos años más tarde, yo ya tenía unos 25 años cuando siento en mi corazón el llamado para prepararme para el ministerio pastoral. También comienzo el seminario, la instrucción, a capacitarme y acercarme a los pastores de la ciudad para aprender.

—¿Y de qué iglesia sos pastor?

—De la Iglesia Pentecostal.

—¿Cómo pensás la relación entre religión y política?

—Creo que el ministerio de Jesús y de los apóstoles fueron muy políticos en relación a toda la caminata y a todo el servicio de amor, de pasión que Jesús expresó en sus pocos años de ministerio. La caminata de Jesús en pos de asistir y socorrer a la gente de alguna forma es mi permanente inspiración. Él nos dejó una suerte de instrucción como para que seamos los cristianos, los pequeños cristos, los que continuemos la tarea que Jesús vino a llevar a cabo en la tierra.

—¿Existe un equivalente a la Teología de la Liberación en el universo de las iglesias evangélicas. Un movimiento que conciba a Jesús como revolucionario y que se plantee acompañar al pueblo en un proceso de liberación?

—El tema de llevar una acción liberadora hacia la comunidad creo que es una constante de la iglesia. Sólo que tal vez las formas en que cada comunidad lo expresa, es distinta. Tiene que ver con las doctrinas, con las formas propias de cada denominación de las iglesias evangélicas en el mundo. Más allá de que todos anhelamos a que todos puedan tener un encuentro con Dios, que puedan liberar su alma, que puedan ser libres en su manera de pensar para poder cambiar su manera de vivir, hay muchas organizaciones cristianas y evangélicas que están muy comprometidas también desde la política, para poder desde ese ámbito esgrimir otros recursos que les permitan acceder a otras respuestas que la gente necesita. Yo puedo salir a la calle, orar por la gente, hablarles de Jesús, puedo presentarle todo un panorama de esperanza a causa de la fe, pero he aprendido de la Biblia, cuando dice que «la fe sin obras, es muerta». Yo puedo creer, tener esperanza, pero debo acompañar a esa confianza que tengo puesta en Dios, con acciones naturales que me permitan en la suma de acciones físicas y esas esperanzas, poder contribuir a la ciudad, a la comunidad con respuestas sólidas, tangibles. Que no sea algo meramente ilusorio, que produce la fe y la esperanza, sino respuestas absolutamente reales, para que desde la fe y desde la acción de fe podamos ver hechos concretos.

—¿Hay un límite para lo que se puede lograr mediante la fe, la esperanza, la religión?

—Si no hago un esfuerzo, si no aplico dedicación para salir de mi situación crítica, para poder avanzar, para poder prosperar, voy a agudizar mi crisis. La fe sin movimiento me lleva a que me terminen comiendo los piojos. No porque Dios no pueda operar, no pueda obrar. Pero hay etapas donde el hombre se encuentra ante situaciones imposibles y ahí es donde Dios realmente se expresa y se manifiesta con todo poder. Porque lo que es imposible para el hombre es posible para Dios. Porque para Dios no hay nada que sea imposible. Ahora, Dios opera en lo imposible, pero lo posible es lo que nos toca hacer a nosotros.

—¿Cuánto te marcó para este presente que vivís hoy, el triple crimen de Villa Moreno?

—Yo nunca dejé de militar, de caminar, de asistir, en la ciudad, en distintas ciudades de la Argentina donde pudimos abrir otras iglesias, en cárceles, pero la experiencia del asesinato de mi hijo Jeremías el 1° de enero de 2012 fue muy particular. Generó un rompimiento de hasta algunas fortalezas que quizás había en mi mente. Yo había problemáticas muy reales de mi ciudad que solamente las veía por televisión. Yo estaba dedicado muy a mi tarea pastoral y apostólica, pero la violencia cuando golpeó mi casa generó una conmoción total. Creo que fue hasta incluso Dios permitiendo una experiencia traumática, para que mi corazón se quebrara. Porque cuando Dios quiere hacer algo nuevo, llevarnos a otra etapa, y uno está ensimismado en su agenda, Dios de alguna manera tiene que llamarte la atención. Y muchas veces utiliza situaciones extremas para quebrar el alma, y que de esta forma los que somos escogidos por Dios para alguna tarea particular, podamos prestarle atención, una atención por demás de concienzuda. Yo necesito que Dios me ayude a poder superar esta situación, pero también para poder entender para qué permitió, en mi caso, que mi hijo fuera asesinado.

La experiencia que vivimos los que sufrimos la muerte violenta de algún afecto genera muchos quiebres. A mi me ha ayudado el hecho de tener a Dios. Yo entendí que no podía quedarme en mi casa llorando a mi hijo, aunque tenía todo el derecho de hacerlo, pero entendí que Dios me estaba abriendo todo un camino amplio, que yo nunca había observado, que era el de poder acompañar a tanta gente que como yo estaba sufriendo el dolor de la pérdida de algún familiar. A partir de allí comencé a caminar toda la ciudad. Jere, Mono y Patom fueron los impulsores para que yo pueda salir a la calle a decir que nos acercáramos a Dios, que no había forma de fortalecernos y consolarnos si no era con su ayuda. Pero también comenzar a ver qué podíamos llevar a cabo para que esta realidad que nos golpeaba a nosotros pudiese tener cambios.

Comenzamos a militar con el acompañamiento de los familiares de Claudio (el Mono Suárez), de Adrián (Patón Rodríguez), con la gente del Movimiento 26 de Junio, de Giros y de tantos otros que se hicieron eco de nuestro dolor y que con el correr de los meses fueron sumándose a la marchas que convocábamos. Así entendimos que era necesario movernos, que había cosas que solamente iban a cambiar si salíamos a hacer una suerte de ruido en la calle. Una de las cosas que entendí que para que nos escuchen, nos convoquen y trabaje en algunas problemática, nos presten atención, fue necesario hacer bullicio. Pararnos frente a las autoridades para reclamar los derechos que tenemos.

Sumado a esto, dos años después mataron a mi hijo Jairo, que fue asesinado el 2 de febrero de 2014 en pleno centro, víctima de la violencia de nuestra ciudad. Entre medio de la muerte de mis dos hijos, en 2013 muere mi esposa. La experiencia de dolor y de violencia que vivimos me generó todo lo contrario a lo que naturalmente yo podría haber vivido: bajar los brazos, tirarme al abandono, depresión. Pero Dios me dio coraje para levantarme, por mis hijos, mis nietos, nuestra congregación y también por la ciudad.

Sigo caminando con esa mira, buscando recursos que me permitan asistir a las familias en otros órdenes. Como pastor tengo a cargo varias iglesias pero nuestra estructura ministerial no es poderosa, trabajamos con gente muy limitada, pobre, de escasos recursos. Golpeé algunas puertas buscando ayuda, pero la realidad es que en muchas ocasiones no tuvimos respuestas.

—¿Cómo se articula esta concepción que traes vos, tan religiosa, con otros modos de ver, tal vez despojados de esa impronta, que puede tener la militancia de Ciudad Futura?

—Yo encontré en la gente del Movimiento 26 de Junio y de Giros un corazón donde poder apoyarme. Gente con mucha sinceridad y mucha pasión. Este espacio donde mi hijo militaba yo en su momento lo veía de lejos, era para dolores de cabeza, para discutir con Jeremías. Él llegaba de la escuela y quería ir con los muchachos a asistir, salir, ayudar. Para mi se estaba convirtiendo en un vago más que salía de su casa para no limpiar su habitación o colaborar en su casa. Yo ignoraba la realidad y el trasfondo de la cosa y para mi eran todos unos hippies. Pero cuando asesinan a Jeremías descubrí el corazón de esta gente. Veo y leo que la cosa era más real, comprometida y sincera.

Desde el 1° de enero de 2012 yo he tenido un acompañamiento integral de gente que no es evangélica, que no es cristiana, que tal vez en su mayoría son agnósticos, que no creen en Dios, pero que portan acciones que tiene mucho de Jesús y de cristiano. Eso fue lo que me impactó y me decidió a sumarme a las filas de este colectivo. Yo recibí de mi hijo Jeremías el legado del laburo que él venía haciendo. Mi compromiso con Ciudad Futura tiene que ver con continuar la tarea que Jeremías llevó a cabo.

—¿Con qué diagnóstico de la ciudad y sobre qué ejes se plantean trabajar en esta campaña que vos encabezás como candidato a concejal?

—Una de las cosas que tiene Ciudad Futura y que me parece maravilloso es que sale a la calle y no le promete nada a nadie. Sí escuchamos, tomamos nota, pensamos cuál es el recurso inmediato para ver si podemos asistir al individuo, a la familia, a la comunidad. Como esto es un colectivo, acá pensamos todos. Acá no hay uno que manda y el resto obedece. Acá nos tomamos el tiempo para escucharnos y poder, entre todos, en la suma de opiniones, de intervenciones, de capacidades, ir articulando las herramientas que tenemos para poder asistir a la comunidad.

Uno de los grandes problemas de Rosario es la desigualdad. Y la violencia, que es uno de los grandes problemas, parte de la desigualdad, desde estas situaciones de necesidades insatisfechas, de problemas y de crisis irresueltas, de promesas y decirle a la gente que «te llamo mañana» y pasan los días y los meses y la gente queda esperando. De una deuda que no tiene que ver con cuantos millones yo pueda comprometer al municipio en estos recursos extranjeros, sino poder observar que la real deuda es la que hace diez, treinta, setenta años el municipio tiene con gente de nuestra ciudad que está viviendo en la misma condición desde hace más de cincuenta años.

Hay algo muy loco y muy particular: nunca me gustó andar en colectivo. Que el calor, que los bolsos, que las viejas, que los gordos, que el olor a transpiración, que te empujan, que te pisan, que te aprietan y a Dios se le ocurrió subirme a un colectivo llamado Ciudad Futura, donde cada vez somos más y estamos súper apretados. Pero yo no me voy a bajar de ese colectivo hasta que podamos llegar a ver esa ciudad futura que deseamos, necesitamos y que yo como papá y abuelo quiero dejar como legado a mi familia y a la gente de mi ciudad.

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